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La primera noticia. Este periódico publicó el domingo 19 de mayo la primera noticia sobre la desaparición de Ingrid Visser y Lodewijk Severein. Todos los datos apuntaban ya a un posible desenlace trágico.
Cronología de un crimen brutal
Volcado

Cronología de un crimen brutal

El sumario por la muerte de los holandeses Ingrid y Lodewijk permite reconstruir todas las circunstancia del asesinato al minuto. Juan aguarda a Lodewijk e Ingrid a la puerta de la 'Casa Colorá'. Los dos rumanos no se ven por lado alguno. Probablemente esperan a la pareja apostados en la vivienda. El anfitrión saluda a sus invitados y se acerca a Rosa para darle 40 euros. «Anda, para que no te quejes; para gasolina».

JUAN RUIZ Y RICARDO FERNÁNDEZ rfernandez@laverdad.es

Lunes, 19 de agosto 2013, 12:55

Hola, soy Silvia, del Hotel Churra. Os llamo porque tenemos dos clientes que están desaparecidos desde el lunes y sus familiares nos han pedido que demos la noticia a los periódicos, por si alguien tiene algún dato. No hay problema, ¿verdad?». Después de seis días sin hallar rastro alguno de Ingrid Visser, de 36 años, exjugadora de la selección holandesa de voleibol, y de su compañero, el empresario Lodewijk Severein, de 57, todas las alarmas ya se han activado. Es mediodía del sábado 18 de mayo cuando la petición de ayuda llega a los medios de comunicación. La empleada del establecimiento ofrece algunos datos muy básicos, pero ya alarmantes: se alojaron el lunes 13, salieron a dar una vuelta y no regresaron. Tampoco acudieron a la cita que tenían concertada en un centro médico a la mañana siguiente, ni regresaron a Holanda en la mañana del día 15, como tenían previsto. Nada se sabía, asimismo, del coche que habían alquilado. Y todas sus pertenencias se hallaban intactas en la habitación 202 que se les había asignado.

-«Pues lo cierto es que el asunto pinta muy feo», se sinceró el periodista. «¿Tiene alguna foto de ellos?».

-«Sí. Ahora mismo se las paso. ¿Puedo decirles a sus familiares que sale mañana la noticia? Mil gracias».

Lunes, 13 de mayo de 2013 El día en que todo ocurrió

Llegan a Murcia las víctimas y sus asesinos

Pasado el mediodía, el vuelo FR7523 de Ryanair, que cubre la ruta Eindhoven-Alicante, toma tierra en el aeropuerto de El Altet. Ingrid Visser y Lodewijk Severein recogen el escaso equipaje preparado para pasar dos días fuera de casa y se dirigen a las oficinas de la firma 'Record Go Alquiler Vacacional SA', donde alquilan un Fiat Panda 1.2 de color negro, matrícula 9254-GTC, con el que toman la autovía A-7 en dirección a Murcia.

Días antes, a través del portal 'Booking.com', han reservado una habitación en el Hotel Churra. Tienen previsto pasar allí una sola noche. El ingreso o 'check-in' se registra a las 15.00 horas. La recepcionista les otorga la habitación 202. Dejan sus bolsos y se disponen a relajarse un rato. Ingrid, exjugadora del Club Voleibol Murcia 2005 entre los años 2009 y 2011, debe de estar bastante cansada, porque ni siquiera echa mano de su Samsung Galaxy SIII para usar el 'whatsapp', al que está muy enganchada. Saca de su bolso un libro de Abraham Moszkowicz y recorre sus páginas con los ojos cansados. Lodewijk sí manda un mensaje a sus hijas para decirles que el viaje ha ido bien.

Hasta las ocho y media de la tarde, que es el momento en el que el empresario holandés se ha citado con su socio Juan Cuenca, tienen tiempo de sobra de descansar. Lodewijk confía en que Cuenca por fin le devuelva el dinero que le ha ido adelantando para constituir una sociedad con sede en Gibraltar, 'Granmar Stone Trade LTD', y de cuyo destino no le ofrece explicación alguna. También le ha exigido que le entregue de una vez los 60.000 euros que le debe a Ingrid por la ficha de su última temporada en el club. Está harto de Cuenca. No va a seguir aceptando sus excusas de mal pagador. «Hasta aquí hemos llegado».

Su poco fiable socio, mientras tanto, ya ha iniciado el viaje hacia Murcia desde Valencia, donde reside. Le acompañan dos tipos de aspecto patibulario, los rumanos Valentín Ion y Constantin Stan, que le fueron presentados tiempo atrás por un amigo. Necesita de la ayuda de ambos para la parte más sucia del trabajo.

A las 17.42 horas, cuando el Volkswagen Passat color plata en el que viajan rueda por la circunvalación de Alicante, el antiguo gerente del club de voleibol marca el número de María Rosa Vázquez, una vieja amiga, a la que conoce porque hace años le tuvo arrendado un piso. Unos días atrás le pidió que alquilara una casa de campo. «Llegaremos a las seis y media», le dice. Poco después le manda un mensaje: «Compra bolsas de basura grandes y pequeñas, sosa cáustica y una radial. Borra mensaje».

María Rosa, que está con sus hijas en la piscina de la urbanización de Molina de Segura en la que reside, le responde: «Jajajajaja. Qué te crees, que soy una entendida en esas cosas? Que no sé ni lo que me estás pidiendo. Dónde voy a comprar eso ahora?». Toma un rato más el sol y luego se viste y arregla a las niñas. Cuenca debe de estar ya a punto de llegar.

No aparece solo. Lo hace acompañado de dos tipos a los que ella no conoce. No parecen hombres de negocios. Al menos, no responden a la idea que ella tiene formada. Saluda a Juan, mete a las dos niñas en su BMW 525 negro y arranca hacia El Fenazar, pues es la única que conoce la ubicación de la casa rural. «Acuérdate de que por el camino tenemos que parar a comprar», le advierte Juan.

María Rosa se detiene frente al Centro Comercial Vegaplaza. Su amigo se baja y le pide algo de dinero. Se lo entrega a los dos rumanos, que son los que entran al 'chino'. Salen cargados de bolsas de basura, grandes cubos de plástico y productos de limpieza, como aguafuerte.

A esa misma hora, las antenas de telefonía móvil sitúan también en las inmediaciones de ese centro comercial a Serafín de Alba, exfuncionario de Hacienda, amigo íntimo de Juan Cuenca y colaborador en el plan de éste y Lodewijk de vender una cantera de mármol a miembros de la mafia rusa. Un dato que días después no le pasará desapercibido a los investigadores.

La 'Casa Colorá', que María Rosa ha alquilado, es una edificación de dos plantas con la fachada pintada de color burdeos. Se levanta en el paraje de La Hurona, en medio de ninguna parte. A una veintena de metros hay otra vivienda, la única en un amplio radio, que es propiedad del mismo matrimonio. También la alquilan, pero esos días está deshabitada.

«Me tienes que hacer un último favor», le espeta Juan a Rosa. «He quedado con una gente de negocios en Murcia, a las ocho y media, junto al Pabellón Príncipe de Asturias. Una chica muy alta y un hombre. Irán bien vestidos. No hay confusión posible». La mujer se resiste, pero Cuenca insiste. «Es muy importante para mí, Rosa. Es el último favor que te pido. Tengo que firmar ese contrato». Ella sigue sin ceder. «¿Y por qué no vas tú?», le dice. «Porque tenemos que ir a comprar comida», argumenta su amigo.

María Rosa asiente. Mete a las niñas en el BMW. No tarda ni veinte minutos en llegar al lugar de la cita.

Una cámara de seguridad graba la llegada de Lodewijk e Ingrid a la avenida Juan Carlos I. Aparcan el Fiat Panda frente al instituto de bachillerato y cruzan la calle por un paso de peatones, en dirección al complejo deportivo. La cámara 72 del tranvía registra a la pareja a las 20.22 horas. La última imagen de ellos con vida.

María Rosa, como Juan le había anunciado, no tiene dificultades para identificar a Ingrid y Lodewijk. Se aproxima a ellos y les pregunta: «¿Buscáis a Juan?». Ingrid le responde con otra pregunta: «¿A Juan Cuenca?». María Rosa asiente. «Es que le ha surgido un contratiempo y me ha pedido que os recoja. Subid a mi coche».

Los dos holandeses no se extrañan. Lodewijk ocupa el asiento del copiloto, sosteniendo una carpeta sobre sus rodillas. No abre los labios. Ingrid juega con las niñas en el asiento trasero.

Juan les aguarda en la puerta de la 'Casa Colorá'. Los dos rumanos no se ven por lado alguno. Probablemente esperan a la pareja apostados en la vivienda. El anfitrión saluda a sus invitados y se acerca al BMW para entregarle a Rosa 40 euros. «Anda, para que no te quejes; para gasolina». La chica sonríe, mete primera y ya en marcha le grita: «¡Ya te cobraré el favor que te estoy haciendo!».

A las once de la noche, Cuenca vuelve a llamarla. «Gracias por tu ayuda, Rosa. Todo ha salido muy bien. Me voy a Valencia. Hablamos».

Para esos momentos, según las conclusiones a las que días más tarde llegan los investigadores de la UDEV, Ingrid y Lodewijk ya están muertos. Sus cuerpos yacen en el salón de la casa rural, tapados con el hule marrón de la mesa de la cocina. El informe preliminar de autopsia, redactado el 26 de mayo, dictaminará que los mataron a palos. Presentan múltiples golpes por todo el cuerpo y gran número de fracturas craneales y faciales. «Destrucción del sistema nervioso central», determinan los forenses como causa última de la muerte.

Martes 14 de mayo de 2013 «¿Tienes una motosierra en casa?»

No acuden a la cita en la clínica de fertilidad 'Tahe'

Paquita, la dueña de la 'Casa Colorá', ha acudido a la cercana 'Casa de Piedra' a echarle un vistazo. Son las 11.00 horas cuando ve llegar un coche blanco con dos ocupantes. Se acerca para saludarlos y ofrecerles toallas y colchas para las camas, pero el conductor, Juan Cuenca, que regresa de su viaje relámpago a Valencia, la recibe cortante. «No necesitamos nada. Muchas gracias». Antes de volver sobre sus pasos, Paquita se fija en su acompañante. «Unos 40 años, pelo moreno abundante, piel clara, complexión normal, con una cartera oscura sobre las rodillas». ¿Quién es ese hombre misterioso? Resulta evidente que no se trata de ninguno de los rumanos. Pero en el sumario no hay dato alguno que permita identificarlo.

A las once y media, la recepcionista de la clínica 'Tahe Fertilidad', situada en la Avenida de Europa, espera en vano la llegada de Ingrid y Lodewijk. Han sido citados a esa hora para hacerle una ecografía a la mujer, que debe encontrarse embarazada de seis semanas. La pareja había previsto recoger luego sus cosas del hotel Churra y emprender viaje a Santa Pola. Habían reservado una noche de habitación en el Hotel Patilla. Si las noticias recibidas en la clínica eran buenas, lo celebrarían con una buena cena. Si eran malas, llorarían sus penas en la playa. A las 7.25 horas tomarían un avión en El Altet con destino Eindhoven. Lo harían felices o entristecidos; abrazados, en cualquier caso.

Pero a Lodewijk e Ingrid les han arrebatado horas antes sus vidas y todas las alegrías y las penas que la vida les tenía deparadas. Su presunto asesino envía un mensaje desde la casa rural. «Oye, ¿no tendrás una motosierra?». Rosa, que no parece que vaya a ganar nunca un premio a la sagacidad, responde: «¿Eso es para cortar los árboles? Espera que busco». «¿Sí o no?», se impacienta Juan. «Pues no. Como no tengo árboles...».

Cuenca -según sus declaraciones posteriores- almuerza ese mediodía con su amigo Serafín de Alba en un restaurante próximo al Príncipe de Asturias -«no le cuento nada de lo ocurrido en la casa», asegura- y a lo largo de la tarde le telefonea hasta en seis ocasiones. A las 18.10, 18.34, 19.26, 19.35, 21.05 y 21.08 horas.

A medianoche emprende otro viaje a Valencia. La razón: desconocida.

Miércoles, 15 de mayo de 2013 «Tenemos que enterrarlos aquí»

Sepultados bajo sosa cáustica entre limoneros

El avión hacia Eindhoven despega de El Altet a las 7.25 horas con dos asientos vacíos. A esa misma hora, Juan Cuenca conduce de nuevo hacia la 'Casa Colorá', en el que es su quinto trayecto de ida y vuelta entre Valencia y Murcia en apenas día y medio. A las 9.13 y a las 9.18 horas ya está hablando con Serafín de Alba.

Se supone que mientras tanto, los dos rumanos han permanecido troceando los cuerpos de los dos holandeses y borrando huellas de la casa. Pero los posicionamientos telefónicos ofrecen un dato llamativo. A las 9.31 horas, Valentín Ion recibe una llamada de su compinche Constantin Stan. Éste se encuentra en la zona de Abanilla, la localidad -destaca la Policía- en la que reside Evedasto Lifante, el expropietario del Club de Voleibol Murcia 2005 y dueño de la cantera que presuntamente querían vender Lodewijk y Cuenca.

Hacia las tres de la tarde, Serafín está comiendo en su domicilio de la calle Mar Menor cuando Cuenca llama a su puerta. Va acompañado de Valentín Ion y le dice que tiene que hablar con él. El exfuncionario de Hacienda le comenta que tiene que marcharse a Alquerías, a su casa de la huerta, aduciendo que van a ir a instarle una línea de internet. Cuenca e Ion lo siguen en el Volkswagen Passat, que lleva el maletero y los asientos traseros repletos de bolsas de basura y cubos de gran tamaño. Arrojan un hediondo olor a muerto.

En sus declaraciones, Cuenca asegura que al llegar al huerto de Serafín le informó de que en el coche llevaba los cuerpos troceados de los dos holandeses. «No hay más alternativa que enterrarlos en tu parcela», le dice, y le pide una azada. Seguidamente se marcha «a recoger a otra persona».

Cuenca tarda unas dos horas en volver, pero en ese periodo telefonea a Serafín en tres ocasiones (17.30, 17.47 y 17.54 horas). Regresa junto a Constantin y siguen dando deshonrosa sepultura a los cuerpos. Logran meter todas las bolsas en una fosa de dos metros de largo, uno de ancho y 1,20 de profundidad. Lo rocían todo con sosa cáustica y tapan el hoyo. «Se va a quedar perfecto», comenta Valentín.

Hacia las ocho de la tarde, el macabro trabajo está acabado. Entregan a Serafín una motosierra de gasolina, otra eléctrica, un hacha y los dos cubos negros. De camino a Valencia, Cuenca telefonea a Rosa. «Ya hemos dejado la casa. Las llaves las tiene Serafín. Gracias». Prueba superada.

Jueves, 16 de mayo de 2013 La puerta del baño está desencajada

«Me han dejado la casa tan limpia como el jaspe»

Serafín, que esa mañana tiene reunión de la Junta de Hacendados, le deja las llaves en recepción. Rosa las recoge y llama a Paquita para entregárselas. Ésta le dice que ese día no puede, pero le cuenta que ha ido a la casa y que «está muy limpia; la han dejado como el jaspe». Le resulta raro, eso sí, que nadie haya usado las camas en tres días, pues están tal como las dejó, que la puerta del baño esté desencajada, que falte un mantel y que el suelo esté limpio, pero pegajoso.

En Holanda, la preocupación cunde entre los familiares y amigos de Ingrid y Lodewijk. No hay el menor rastro de ellos y sus teléfonos están apagados. Es como si se los hubiera tragado la tierra. Literalmente.

Del viernes 17 al viernes 24 de mayo La investigación policial

«Lodewijk había quedado con un tal Lorente»

A medianoche, la directora de la clínica 'Tahe Fertilidad' se presenta en la comisaría de San Andrés para poner, en nombre de la familia de los holandeses, la primera denuncia por desaparición. Casi a la vez telefonean los familiares de Ingrid y Lodewijk. Informan de que el holandés había concertado una cita con un tal Lorente, a quien conocían del club de voleibol. En la madrugada del domingo 19, los agentes interrogan por teléfono a Juan Cuenca Lorente, quien confirma que Lodewijk y él tenían negocios en común y que estaban buscando un hueco para verse. El 20 le toman declaración en Murcia y ofrece detalles del intento de venta de la cantera y de los contactos de Lodewijk con la mafia rusa. Ahí se queda. El día 22, hacia las tres de la madrugada, un coche patrulla localiza el Fiat Panda aparcado en la Avenida Juan Carlos I.

Horas después se toma declaración como testigo a Evedasto Lifante, que afirma que Cuenca es poco de fiar y que había estado tratando de sacar dinero a sus espaldas con la cantera. La Policía empieza a tener enfilado a Cuenca y el día 24 solicita del juez que intervenga sus teléfonos. Con tan buena fortuna que apenas media hora después de tenerlo 'pinchado', a las 18.13 horas, se registra una conversación con María Rosa, en la que ella le expresa su preocupación por la suerte de los holandeses. Su amigo le responde: «Ese asunto no va contigo».

También detectan otras llamadas de Valentin Ion, que le exige dinero.

Pocas horas después, Rosa, que ya no soporta más la presión, llama a Comisaría y confiesa que llevó a la pareja hasta la 'Casa Colorá' por indicación de Cuenca. «He atado cabos y creo que están muertos y enterrados».

Sábado 25 y domingo 26 de mayo Dos zonas de «gran violencia»

Grandes manchas de sangre en el salón

La inspección practicada por la Policía en la casa rural señalada por María Rosa no deja lugar a dudas. Aunque está en apariencia perfectamente limpia, el reactivo Luminol hace aflorar restos de grandes manchas de sangre por todo el suelo del salón. Se aprecian «dos focos de gran violencia». A las 15.15 horas, Juan Cuenca es arrestado en la Plaza Vicente Iborra de Valencia. Niega haber participado en el doble crimen, pues asegura que se marchó de la casa cuando llegaron los holandeses, e implica a Evedasto Lifante como cerebro del asesinato. Indica el lugar en el que están los cuerpos, pues reconoce que ayudó a enterrarlos.

En la tarde del domingo 26, el juez de guardia, al frente de un amplio grupo de policías judiciales y de una forense, supervisa el levantamiento de los restos. Bajo la luz de unos focos, se suceden las escenas dantescas, propias de una película de terror. Las bocas entreabiertas de Ingrid y Lodewijk parecen clamar justicia.

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