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JOSÉ SÁNCHEZ CONESA
Miércoles, 29 de mayo 2013, 12:15
Nos juntamos un grupo de amigos del flamenco para compartir mesa y mantel en la posada Jamaica, un enclave que aparece en la novela 'La carta esférica' de Arturo Pérez Reverte en la que unos personajes cenan michirones y huevos fritos con patatas. Celebramos las actividades realizadas hasta la fecha para dar a conocer los cantes de Cartagena-La Unión con motivo de las presentaciones de los libros de Juan Ruipérez Vera. Un placer reencontrarse con el joven e inquieto Antonio Casado, con el cantaor Salvador Salas Munar 'El Potro' o con Manuel León, guitarrista flamenco y profesor. Todos nosotros, junto a la bailaora Mamen Baños y el guitarrista Borja García vamos a participar mañana jueves, a las diez de la noche, en la sala Tomillo 15, en un acto de divulgación de nuestro flamenco. Quedan todos invitados.
Sabemos que allí existió un convento de Carmelitas Descalzos con huerta, saliendo una procesión en rogativa, año 1712, para acabar con una plaga de gorriones que asolaban los campos comarcanos. El nombre de este restaurante, que goza de gran éxito por su relación calidad precio, procede de una anécdota graciosa protagonizada por infantes de marina después de la guerra civil. Aquellos soldados solicitaban ansiosos patatas fritas y huevos, plato muy socorrido siempre, y que procedentes del cine Máiquez acababan de ver la película 'La Posada de Jamaica' (1939). Fueron ellos quienes bautizaron de nuevo el tradicional establecimiento con esa denominación por la semejanza de su patio con las imágenes que acababan de visualizar.
Desde 1932 está regentado por la familia Gázquez, desapareciendo las cuadras y las habitaciones en 1961, porque durante siglos sirvió de alojamiento de arrieros, tartaneros, gentes de paso y negociantes. Pero quizá el acontecimiento estrella del sitio, en toda su historia, sea que fue gestionada un tiempo por Antonio Grau Mora, El Rojo el Alpargatero. Ubicado en la calle Canales, confluencias de la calle de La Palma y Callejón Huerto del Carmen, nombre debido al antiguo convento Carmelita que hemos mencionado. Entre sus paredes hubo cante y allí se fue engendrando buena parte de nuestro flamenco, así como en su café cantante de la calle Mayor de La Unión. El Rojo era empresario cafetinero, emprendedor, arrogante y soberbio, características que le valieron para capitanear a un grupo de cantaores, a los que daba trabajo en esos recintos.
La escritora Génesis García aventuró que quizá su papel no fue tan decisivo en la creación de los nuevos cantes que surgieron a finales del siglo XIX tomando como base el flamenco y el folklore del campo como los cantes de la madrugá, en un proceso interesante de fusión. Quizá el Rojo se aprovechaba de los hallazgos musicales de sus empleados, lo que choca con el testimonio de su hijo Antonio Grau Dauset dirigido a su alumno Antonio Piñana Segado y que Juan Ruipérez Vera recogió en su libro, editado por Corbalán, 'Historia de los cantes de Cartagena y La Unión'. Aunque Grau Dauset, eso sí, reconoce la labor de muchos artistas subordinados, y en algunos casos, amigos de su padre. El caso es que fruto de todo este proceso colectivo, engrandecido con las aportaciones de unos y otros, hoy tenemos cartageneras, tarantas, tarantillas, levanticas, fandangos mineros, malagueña de Cartagena, el canto del trovo, verdiales mineros, sanantoneras. Gloria y honor también a Enrique el de los Vidales, Chilares, Paco el Herrero, El Pajarito, El Albañil, El Pechinela, El Chinaque, Nolasco, El Peluca, Pedro El Morato, Concha la Peñaranda.
A Carmen Conde le vino la afición de su padre, frecuentador del local del Rojo porque habitaba a escasos metros, en la calle La Palma, número 4, la vivienda donde nació la escritora. Nuestra académica, andando el tiempo, fue amiga del hijo del Rojo en Madrid, a quien grabó con magnetófono los cantes del padre para promocionarlos en sus charlas. Por este material y por otras grabaciones caseras realizadas en las primeras ediciones del Festival del Cante de las Minas se sabe de la similitud de voces y la fidelidad de Antonio Piñana a las enseñanzas del Rojo hijo es asombrosa. Carmen escribió quintillas para ser cantadas por cartageneras en las que rememora esta geografía de su infancia cantaora, aunque las letras más populares las debemos al cantaor sevillano Manuel Escacena, quien aprendió las cartageneras del hijo del Rojo también en Madrid: «En la calle de Canales/ se me cayó mi sombrero/ ¡Quién se lo vino a encontrar!/ El Rojo el Alpargatero! / Y no me lo quiere dar». Enterado el Rojo padre, su respuesta no se hizo esperar, cantando ingenioso: «Anda diciendo Escacena/ que yo tengo su sombrero, / y al presidio me condenan/ pero sabe el pueblo entero/ que él no estuvo en Cartagena».
El flamenco constituye un elemento identitario de gran calado, recordemos como determinados estilos son el símbolo de una localidad o una comarca: soleares de Alcalá de Guadaira o de Triana, bulerías de Jerez, fandangos de Alosno, la minera de La Unión, la cartagenera. Incluso se dan diferencias estilísticas según calles o barrios como pasa en Jerez, no es lo mismo el barrio de San Miguel o Santiago, o incluso la calle Nueva. Lo mismo ocurre con sus festivales: Caracolá de Lebrilla, Potaje de Utrera, Cante de las Minas de La Unión. Ahora suena más Lo Ferro o Sucina gracias a sus respectivos festivales.
Los cartageneros dejamos perder nuestro Concurso de Cante por Cartageneras iniciado en 1964 y descuidamos la formación y continuidad de este arte entre los más jóvenes, así como tantas otras cosas que tienen que ver con nuestro patrimonio cultural. Por el contrario, los andaluces desarrollan desde hace años una legislación de protección interesante, que alcanza a los llamados lugares etnográficos como en nuestro caso sería La Posada Jamaica. No hay nada que recuerde que allí, hace unos 130 años, se oyeron nuestros cantes. Ni una fotografía del Rojo ni de la Cartagena de la época.
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