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ANTONIO BOTÍAS
Domingo, 11 de marzo 2012, 01:35
La marca de la muerte era un triángulo azul. Y llevarlo estampado sobre el uniforme convertía a los prisioneros en apetecibles objetivos de los asesinos. Porque en el holocausto nazi, aunque pocos lo recuerden, también se escucharon lamentos en castellano. Algunos de ellos, incluso, con acento murciano.
Según las estadísticas, en continuo aumento por el silencio de décadas de dictadura, más de dos centenares de murcianos corrieron la misma y trágica suerte que los millones de exterminados en campos de concentración alemanes. Se estipula que unos 233 fueron asesinados, sobre todo en Mauthausen y Gusen. Eran naturales de casi todos los municipios de la Región. Otros autores elevan la cifra a más de 400 víctimas. De lo que no cabe duda es de que apenas una decena sobrevivió.
Entre los supervivientes se encontraba José Egea, quien ingresó en Mauthausen el mismo día en que cumplía sus 20 años. Natural de Murcia, al ser liberado se estableció en Zaragoza, donde falleció hace un par de años. Nunca olvidaría el infierno que sufrió en aquel campo de la muerte.
Los asesinatos en Alemania se produjeron entre los años 1941 y 1943. Pero en España pocos tuvieron conocimiento de ello. Ningún diario publicó jamás sus historias. De hecho, una de las primeras menciones al matadero de Mauthausen se registró en 1946, durante la celebración del proceso de Nuremberg. En aquella ocasión, el diario Línea imprimió en su portada el devenir del juicio y un curioso titular: «Los alemanes opinan en una encuesta que Rodolfo Hess no es culpable de delitos de guerra».
El camino que separó a los murcianos de las cámaras de gas arrancó tras la Batalla del Ebro, a finales de 1938. Unos meses más tarde, ante la derrota del Ejército Popular en la Guerra Civil, los soldados cruzaron la frontera francesa y fueron recluidos en sus primeros campos de concentración. Sin embargo, la invasión alemana del país vecino precipitó su entrega a los nazis. Se convirtieron así en mano de obra gratuita que incrementó las plantillas, entre otros destinos, de las factorías de armamento.
Los historiadores mantienen que el Gobierno Alemán hizo saber al Español de la existencia de miles de presos en los distintos campos. Y la respuesta de Madrid fue terrorífica: los exiliados carecían de la nacionalidad española y, por tanto, España se desentendía de la suerte que corrieran. El resto es de sobra conocido.
Hasta que los soviéticos liberaron los campos en 1945, los murcianos recibieron el mismo trato que el resto de prisioneros. En el caso de Mauthausen, incluso obreros españoles fueron los encargados de ampliarlo. Allí se conserva la tristemente célebre escalera de 186 peldaños que recorrían con bloques de granito extraídos de una cantera cercana. El catálogo de atrocidades es interminable.
Frente a la barbarie nazi, los españoles se organizaron en una especie de resistencia clandestina que sirvió, entre otras cosas, para la distribución entre los prisioneros de alimentos y medicinas robadas. Tras la liberación no llegó el descanso para los murcianos. Habían conservado la vida; pero no la nacionalidad. Muchos optaron por fijar su residencia en otros países y quienes regresaron a España tuvieron que acallar sus ideas republicanas con décadas de silencio, cuando no miedo.
Como animales
En los campos de concentración, como muchos conocen, se obligaba a los prisioneros a vestir uniformes de rayas blancas y azules. Pero también se utilizaban otros símbolos estampados sobre la tela para diferenciar a unos presos de otros. El sistema de marcado se componía de triángulos invertidos estampados sobre la tela y divididos en diferentes colores.
La clasificación de los grupos ya evidencia lo demencial del sistema. Los colores se dividían en amarillo (para los judíos), rojo (presos políticos), verde (presos comunes), violeta (Testigos de Jehová) y rosa (homosexuales). El color negro era un terrible cajón de sastre donde se incluía a prostitutas, personas sin techo, discapacitados, anarquistas, alcohólicos, drogadictos y gitanos. Y luego estaba el azul, reservado bajo el epígrafe de emigrantes o apátridas y asignado, entre otros, a los prisioneros republicanos españoles. Burla del destino parece que portaran el color de aquellos contra los que habían luchado, primero en España, y luego en Francia.
En el centro del triángulo también se estampaba una letra. A quienes llegaban desde España se les marcaba con una S, inicial de Sicherheitsverwahrter: prisionero en detención preventiva. En algunos campos, como Dachau, eran más explícitos y añadían una S: Republikanische Spanier, republicano español. Si quedaba alguna duda, sobre los expedientes de los españoles se imprimían otras dos letras, NN, cuyo significado no ofrecía la menor duda. En alemán, nacht und niebel, noche y niebla. Debían ser exterminados. Aquella niebla aún perdura sobre su memoria.
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