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Mäquinas telegráficas expuestas en la Universidad Politécnica. :: PABLO SÁNCHEZ / AGM
Los telegramas en su época dorada
CRÓNICA MENUDA (MENUDA CRÓNICA)

Los telegramas en su época dorada

GUILLERMO JIMÉNEZ

Domingo, 10 de abril 2011, 13:12

Los telegramas tuvieron sus mejores momentos -es una obviedad- cuando escaseaban los teléfonos y los llamados móviles andaban por el limbo. En los años 60, ciento veinticinco después de que Johan Carl Friertich, matemático y astrónomo físico, y su amigo Wilhelm Eduard, otro tipo listo, colocasen una línea telegráfica de 1.000 metros sobre los tejados de Göttigen, haciendo bueno el invento de Samuel Morse, en Cartagena los hermanos Riquelme Martínez (Gregorio y Gaspar), y Mario López, funcionarios de Telégrafos, acababan agotados en jornadas como la del 19 de marzo, San José. Utilizaban la bicicleta, costeada por la Dirección General, para desplazarse a cumplimentar el reparto.

Casi todo el mundo enviaba telegramas el día 19 del tercer mes del año. No daban abasto. No había horario para acabar de entregar aquellos impresos azules, doblados y pegados, con las estrechas tiras adheridas con el texto en la misma oficina de la calle de Jara,1, bajo y primer piso, frente a la imprenta Carreño, editora de 'El Noticiero', periódico local de la tarde. En aquella oficina sobre la que vivió la secretaría de la UD Cartagenera.

En la Plaza San Francisco

El servicio estatal de envío y recepción de telegramas (con veinte funcionarios, entre administrativos y reparto) estuvo vigente entre 1953 a 1958 en la calle Jara. Después llegó la unificación con Correos y el traslado a la plaza de San Francisco, donde siguen en un inmueble remozado tras una larga espera. Domingo Moya Rubio, Bartolomé del Pozo, que era de Murcia, y Pedro Fructuoso, hermano del dueño de la famosa bodega de la Glorieta de San Francisco, esquina calle Caballero, eran los jefes en sucesivas etapas. Se trabajaba duro, por turnos: de 8 a 14 horas, de 14 a 21, y de 21 a 8 de la mañana. Se tiene un muy buen recuerdo del servicio de giro telegráfico (dinero a entregar en destino), que era recibido en dos horas. Ese servicio ya no existe. Transferencias bancarias, cajeros automáticos y otros inventos han acabado con él sin remordimiento de conciencia.

A más de un recluta atribulado le ha salvado de las penas la llegada de un giro por 100 pesetas de la abuela, del papá, de la novia. «Mamá, manda pesetas que ando asfixiado», comunicaba por vía telegrama el soldado lanzando el anzuelo. Y naturalmente la mamá rompía la alcancía y cursaba un giro salvavidas o para la buena vida del hijo.

«Llegué bien, besos»

El cartagenero era muy amigo de los telegramas, que están en rotunda decadencia. Cuando se cogía en la estación de Renfe el tren correo rumbo a Madrid, con toda la noche en el convoy, nada más llegar a destino era poco menos que obligado cursar un telegrama a la familia con este texto o similar: «Llegué bien. Besos». Con ello todo el mundo quedaba tranquilo, hasta la próxima. Era relativamente barato.

Los militares, reclutas, soldados sin graduación, dieron a ganar mucho dinero a Telégrafos como clientes, entre giro telegráfico va y giro telegráfico viene. Había un tremendo flujo de ida y venida de dinero cursado por españoles que trabajaban, con salario doble o triple, en Guinea o en el Sahara.

En los comienzos de la segunda mitad del siglo XX, se recuerda que por término medio un telegrama costaba lo mismo que un periódico diario. Se pagaba, si era envío corriente, a tanto la palabra, unos 10 céntimos.

¿Se la jugaban los repartidores siendo portadores de buenas sumas de dinero a entregar a los destinatarios del giro telegráfico? Mario López, un veterano que entró a trabajar muy joven, comenta que «en aquellos tiempos no era peligroso ir con dinero repartiendo giros. En Los Mateos y Lo Campano no sucedía nada. Nos encontrábamos más seguros que en ninguna parte. Estamos hablando de los años 70 o anteriores».

Había telegramas oficiales, los destinados a Marina, Capitanía General u otros estamentos militares que llegaban cifrados. Y antes de la guerra civil los telegramas se remitían, si iban al extranjero, por la vía Transradio Española, y por el giro se cobraba una tasa de 1,10 pesetas hasta 100 pesetas, y un timbre móvil de 0,10. Por un telegrama urgente la tasa era triple al ordinario, y los que se cursaban de madrugada eran entregados a las 8 de la mañana por el personal del primer turno laboral. Para una mayor comodidad los que disponían de teléfono -entonces casi un lujo- podían dictar por el aparato los textos como una cosa extraordinaria.

El funcionariado posterior a la guerra civil entraba por regla general en Telégrafos a los 14 años de edad y lo hacían, de niños, como botones, aprendiendo con el tiempo para ir ascendiendo, y en Correos la edad mínima establecida para ingresar era de 18 años y se hacía en la Cartería.

Los llamados telegramas de ultramar tuvieron vigencia, en tiempos más modernos con el uso de los satélites. Antes los navíos llevaban equipos preparados para lanzar SOS (petición de socorro) con el uso del alfabeto morse, pero desde enero de 1999 la reglamentación internacional ya no impone la obligación de llevarlos.

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