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Uno de los azulejos de la fachada que se conserva en el Museo Arqueológico. :: PACO ALONSO / AGM
La Alfonsina, la gran torre medieval
LA CIUDAD PERDIDA

La Alfonsina, la gran torre medieval

ANTONIO SORIANO

Domingo, 27 de marzo 2011, 14:51

Si algo llama la atención del visitante, cuando contempla desde lejos la ciudad, es el castillo y, de manera especial, el gran torreón que destaca en el centro de la alcazaba. Es la torre Alfonsina, una imagen que están acostumbrados a ver los lorquinos y que, por la rutina, a ellos apenas les sorprende. Situada en el centro de la fortaleza, sobre una eminencia rocosa de mayor altitud que el cerro, permitía un perfecto dominio de la ciudadela, de la población, del valle, los montes del entorno y lo que entonces era el barrio de Alcalá.

A la hora de su construcción hubo que adaptarse al desnivel del terreno y, en consecuencia, la altura de sus muros es diferente. La cara septentrional tiene casi 29 metros y la meridional sólo 24. Está construida con muros de mampostería que delimitan una planta rectangular de 22,70 metros en sentido este-oeste y 19,40 metros en sentido norte-sur. La piedra trabajada se empleó en los muros para los sillares de las esquinas, la puerta, las ventanas, las saeteras y las hiladas que configuran el coronamiento de la torre.

Fue concebida como una unidad defensiva exenta, por lo que la puerta es pequeña y los muros sólidos, y podía aislarse del resto del castillo en tiempos de emergencia, mediante un recinto amurallado adosado a la cara oriental configurando en su interior un patio de armas.

Según un estudio del director del Museo Arqueológico, Andrés Martínez Rodríguez, «el costado de la torre que mira a la población y a la vista constante de los vasallos estuvo decorada con pequeños azulejos con castillos y leones, elementos que configuran el blasón de la monarquía castellana». Al parecer hubo once hileras de azulejos de cerámica vidriada, unos de forma cuadrada en blanco, y otros en forma de estrellas de seis puntas en color verde. Se conservan restos de azulejos blancos y de estrellas verdes, hallados en diversas intervenciones arqueológicas.

Las únicas ventanas que tiene la torre están a la altura de la segunda planta, inscritas dentro de un rectángulo decorado con tres molduras. El vano de la ventana está configurado por tres arcos apuntados concéntricos con la clave partida, como se puede apreciar en el Porche de San Antonio. El arco que delimita la ventana no es el original y procede de una moderna remodelación. Originariamente las cuatro ventanas eran ajimezadas y estaban provistas de sendos parteluces de mármol que sostenían hermosos arcos que aún se conservaban en 1799, como aparecen en los alzados del 'Atlas' de Juan J. Ordovás.

Otro de los detalles que se pueden apreciar en los muros exteriores es que las esquinas, construidas con sillares, están decoradas con cabezas humanas y de animal que indican las tres plantas del torreón. El acceso a la torre se hace a través de una pequeña puerta abierta en la cara oriental, que ahora está a la altura del terreno pero que originariamente estaba a cierta altura para impedir el acceso directo. La entrada tiene 1,75 metros de altura por 1,30 de ancho. Adosados en los extremos de la cara interna del dintel se encuentran dos bloques cilíndricos de piedra con los huecos donde se encajaban las quicialeras de la puerta. Esta se cerraba con dos hojas de madera forradas de planchas de hierro, pero ya habían desaparecido a mediados del siglo XIX.

Una vez en el interior, tras los gruesos muros de casi cuatro metros de grosor, se puede comprobar que existe un macizo central de seis metros de longitud por 3,25 de anchura que recorre toda la altura de la torre, soportando su estructura interna y de apoyo a las cubiertas de las tres plantas. La escalera para acceder a los pisos superiores está construida en el interior de los muros del torreón y tiene 128 escalones. La cubierta de la escalera está formada por bóvedas de cañón escalonadas a base de ladrillos enlucidos con cal.

La planta baja es un espacio rectangular que, como ya se ha indicado, tiene en el centro un macizo machón edificado con muros de mampostería con las esquinas achaflanadas en sillería. La parte superior de estas esquinas están decoradas con motivos vegetales. En esta zona de la torre se aprecia en el muro sur la roca recortada del cabezo, lo que demuestra que el torreón islámico que estaba emplazado en este lugar fue destruido en su totalidad. Para dar luz a esta planta hay ocho saeteras perforadas en los muros, con forma abocinada y arco semicircular.

La techumbre se construyó con ocho bóvedas de ladrillo esquifadas (formadas por la intersección de dos bóvedas de cañón). Los ladrillos de cada paño dibujan un rombo que se extiende hacia las esquinas. En los muros laterales y en los del machón se conservan unos agujeros donde fueron embutidos unos maderos para compartimentar la sala en dos plantas, que pudo realizarse a finales del siglo XVIII.

La primera planta tiene unas características similares a la planta baja, tanto en sus dimensiones como en la techumbre. Aquí hay diez saeteras para proporcionar iluminación, y también se aprecia que hubo una compartimentación de la sala en dos alturas que debió coincidir en el tiempo con la de la planta baja. Según un informe de 1792 de Baltasar Ricaud, este piso contaba de varias piezas medio arruinadas y podría tratarse de la habitación del alcaide y demás individuos principales de la guarnición.

La segunda planta, en la que se encuentran las únicas y grandes ventanas de la torre, repite las características de los otros niveles, salvo algunas diferencias en la decoración de los chaflanes del machón central. Destaca el orientado al oeste en el que sobresale una ornamentación formada por tres rostros masculinos barbados, que están muy mal conservados. El del sur está decorado con un rostro compuesto con motivos vegetales y humanos. La decoración del orientado al este es una cabeza de un hombre grueso con la boca abierta; y en el del norte está esculpido el rostro de un hombre barbado cuyo cabello cae sobre las orejas. Martínez Rodríguez apunta a que estas figuras podrían simbolizar a los grandes imperios o civilizaciones que aparecen recogidas en la 'Grande e General Estoria', obra iniciada en 1272 por el rey Alfonso X, que representa las pretensiones europeísticas alfonsíes de ser emperador.

El terrado original de la torre posiblemente no dispuso de almenas sino de un voladizo de madera que descansaría en vigas encajadas en los muros exteriores. Este tipo de balcones permitía atacar desde arriba permaneciendo a cubierto. Entre las reformas que sufrió la torre, especialmente de 1809 a 1811, para fortificar el castillo con motivo de la guerra contra los franceses, estuvieran la colocación de cañoneras.

Los elementos arquitectónicos empleados en esta torre son propios de la arquitectura cisterciense (conventos, iglesias) que a partir del siglo XIII se emplearon en la construcción de murallas, castillos y edificios civiles. En cuanto a las bóvedas de ladrillo debió ser por influencia de la arquitectura islámica. La torre Alfonsina fue mandado construir por Alfonso X en el tercer cuarto del siglo XIII y debió quedar terminada a finales de ese siglo. Con posterioridad se llevaron a cabo diversas obras de remodelación y restauración, sobre todo en el siglo XIX.

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