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Federico Vilar Vila, en su sastrería de la calle del Aire en los años ochenta. :: LA VERDAD
Sastres y trajes a medida
CRÓNICA MENUDA (MENUDA CRÓNICA)

Sastres y trajes a medida

GUILLERMO JIMÉNEZ

Domingo, 23 de mayo 2010, 11:50

Mil pesetas costaba un traje hecho a medida en Cartagena en el año 1960. Diez años después por ese traje se llegaba a pagar entre 3.000 y 4.000 pesetas, y si era de tamburini o de pura lana virgen podía escalar hasta las 7.000. La mejor época de negocio para los sastres se situó entre los años 50 y 60, coincidiendo con el conflicto armado en el Canal de Suez y la invasión de Hungría por los rusos, en 1956. La gente creía que era llegado el momento de consumir, de gastar y gastar las pesetas por si llegaba la III Guerra Mundial y los dineros se iban al garete, y así se hacían trajes por un tubo.

Medio centenar de sastres vivían de su trabajo y tenían que soportar el manido chiste de estar obligados a ir detrás y delante del cliente para poder cobrar. Antonio Martínez, de Pañerías Sabadell, refiere que «había clientes con las exigencias subidas de tono y demoraban el pago del traje recién hecho alegando que le salía una arruga en el hombro o en la cintura, por ejemplo». Excusas de mal pagador. Y luego dicen que la arruga es bella.

Los Vilar eran una generación de sastres a partir de Eduardo, con establecimiento en la calle Honda, en la que había una importante concentración de especialistas en la confección de trajes a medida. Cuatro hijos de Eduardo eran de la misma profesión: Asensio se instaló en la calle Mayor, en un local de Heladería Verdú; Federico, con Rafael, en calle del Aire, y Eduardo, en la del Carmen. Hoy sigue la saga con Asensio y Eduardo.

Cleto Sanz, relacionado con la agrupación marraja del Sepulcro, se instaló en calle Villamartín, en tanto que José Puerto tuvo sastrería en la calle Honda, y su hermano Mariano, en calle San Diego, era de los muchos ciudadanos que se pasaron los años tragando los humos contaminantes de Productos Químicos que se apoderaban de la zona. Más hacia el centro, en la calle Cuatro Santos trabajaba Alcoba, tan involucrado con el fútbol que de tarde en tarde regalaba a los futbolistas del Cartagena algún traje para premiar sus éxitos.

Tijeras al mar

Los hermanos Hernández Mulero, Vicente en calle de la Caridad, y Manolo, en plaza de La Merced, confeccionaban buenos trajes para los cartageneros en los años cincuenta y sesenta. Una etapa en la que se dio una anécdota protagonizada por Francisco Saura, sastre instalado en la calle Honda: este buen hombre se cansó del oficio y decidió dejarlo hasta el extremo que un día se fue al Puerto y tiró sus tijeras de trabajo al mar. Pero al cabo del tiempo se arrepintió, decidió volver a trabajar en lo mismo y no pudo recuperar esas tijeras, herramienta de trabajo valorada entonces en unas 3.000 pesetas. Su hermano Mariano trabajaba en la calle Mayor.

Otros profesionales de la época eran Andreo, en calle San Fernando; Tito, padre e hijo, en calle San Antonio el Pobre, uno de ellos colaborador comentarista por afición en Radio Juventud, cuando mi admirado José Monerri era su administrador y José Agustín Gómez el director; Espejo, en la Serreta; los hermanos Soriano (Pepe, en calle de la Concepción, y Fulgencio, en Balcones Azules, procedente del Taller de Carthago, de Arturo Gómez, en calle Cuatro Santos; en el que estaban especializados en gabardinas); Antón, en calle San Francisco; Poyato, en calle Medieras; Esteban Soto, con un hijo sastre y un nieto en la actualidad con establecimiento en Ramón y Cajal, especialista en ropa para militares.

Curioso el caso de Enrique López, en la calle Honda, que tenía un perro grande y siempre lo llevaba al trabajo, y no por seguridad sino por amor al animal, que le acompañaba hasta el mingitorio.

Pocas sastresas

A todo esto, ¿cómo se aprendía el oficio? ¿Había escuelas para sastres? No hay constancia de ello. Funcionaban los talleres en los que se cortaba y se cosía. Eran talleres de aprendizaje en los que a base de meter la pata con frecuencia se acababa aprendiendo. Otra pregunta: ¿Había sastresas? «Las había, pero eran muy pocas y estaban escondidas; era el hombre sastre el que llevaba la voz cantante». Las modistas, para ropa de mujer, eran otra cosa.

Algunos establecimientos para la venta de ropas disponían de servicio de sastrería, tales como Moreo, en Puerta de Murcia; Pañerías Sabadell, en calle Honda, con Miguel Sancho hasta 1980, sustituido por Antonio Rives, cuyo padre también era sastre y trabajaba en la calle del Pozo. También hay que recordar, en calle Cañón, los Almacenes Rafael Valls, con Simón padre e hijo, y Quesada; Confecciones Mora, en calle Honda, con Robles Taylor, a quien le gustaban los toros con locura y no se perdía espectáculo, aunque para ellos tardaba en pagar sus pequeñas deudas a los amigos. Un día entró en la peluquería de Moya, también en la omnipresente calle Honda, y preguntó cuánto le costaría un corte de pelo (4 pesetas, le dijeron) y él sacó 100 pesetas y sorprendió entregándolas al peluquero que se hizo depositario y esclavo de ese dinero. Desde entonces y durante un montón de años, tantos como para amortizar cinco o seis veces la 'inversión' le arreglaban allí la cabellera. Un crack este Robles.

También en los años 60 causó furor en la calle San Francisco Confecciones Molinero, que dio trabajo a un sastre venezolano, Waldo Valverde, de lo mejor en el gremio. Y Galerías La Ilusión, en calle Santa Florentina, de la familia Checa, que proporcionó empleo a un sastre sobrino de los Soriano.

En barrios, el más famoso de los artesanos de la ropa a medida era Pepe González, 'Inogantor', en Santa Lucía, y el de más renombre, Amancio Muñoz de Zafra, que llegó a ser alcalde y hoy tiene dedicada una calle, se supone que más por ser ilustrísimo que por sastre, sin menosprecio a una profesión que es puro arte. Porque, con permiso de la autoridad, don Amancio como sastre no era de los buenos, aseguran los más viejos del lugar.

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