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ANTONIO BOTÍAS
Domingo, 16 de mayo 2010, 02:56
Bien conocida es la leyenda de un supuesto túnel que unía la Catedral, entonces gran mezquita de la Murcia musulmana, con el castillo de Monteagudo y las espléndidas residencias de recreo de los emires de la época, aquellas mansiones de ensueño incomparables con los lóbregos y fríos castillos cristianos. Pero casi nadie recuerda la existencia de otro pasadizo, de no menor importancia ni fantasía, a través del cual se podía recorrer, en un santiamén, la distancia comprendida entre la plaza de Joufré y el Alcázar. La función de ambos subterráneos era idéntica: huir de inmediato si se producía un asalto.
El pasaje de Joufré es una nueva tesela del mosaico histórico que conforma la calle Platería, en cuyo extremo se ubicó, hasta bien entrado el siglo XIX, el kilómetro cero del Reino de Murcia. Aún hoy una lápida lo recuerda, en la fachada de la perfumería Ruíz-Seiquer, que ya en 1886 inundaba el barrio de fragancias de lavanda y exquisitos perfumes franceses.
La primera referencia histórica a la calle Platería, antes llamada de Mercaderes, se produjo en 1552, cuando se proclamaron en ella las ordenanzas de la seda. En el barrio convivieron durante siglos las tiendas y obradores de los plateros, que eran la mayoría, con otros mercaderes y menestrales: zapateros, sastres, roperos y calceteros, cordoneros y algún alarife, quienes cerraban tratos con malteses, genoveses y catalanes.
El platero Gerónimo Giménez de Villalpando, ante la avalancha de oficios que inundó el barrio suplicó con éxito al rey Felipe, en 1737, que estableciera la demarcación de la calle sólo para su gremio, por tener «el arte de la platería tan antigua posesión». Así, en Murcia se aprobaron las ordenanzas del gremio al año siguiente. A los orfebres se les permitía vestir sedas en reconocimiento a tan noble arte. Por aquellos años, la calle se convirtió en lugar de esparcimiento de los vecinos, sobre todo en el corral de Comedias de la Platería.
Hasta entrado el siglo XIX, en 1905, nadie propondría cambiar el nombre a la calle. El día 17 de febrero se planteó en el Pleno del Ayuntamiento de Murcia dedicar la vía a Emilio Castelar, presidente de la Primera República y fallecido en 1899 en San Pedro del Pinatar, en la llamada Casa del Reloj o de San Sebastián. La residencia, levantada en aquellos años por la familia Servet, sorprende por su estilo centroeuropeo, tan original en estas latitudes.
El primer intento de cambiar la denominación de Platería fue un fracaso aunque, con la proclamación de las Segunda República, se retoma la idea. Tan poca fortuna tuvo el acuerdo que en 1934 un concejal exigió que, de una vez, se colocara el letrero de Castelar. En este castizo entorno, desde 1818, la imprenta de Nogués adorna la vida cultural de la ciudad.
Es una calle de remotos comercios, desde la mítica Casa Pedreño, una de las tiendas de ultramarinos más antiguas de la ciudad, cuya historia se condensa en una balanza añeja y descomunal, hasta la sombrerería de Jesús Belmar, que abrió sus puertas en 1886 en la calle de Jabonerías. Muy cerca mantendría su taberna el recordado Pepe, el del Romea, que ofrecía como tapa 'pajaricos fritos'. Y no menos añorada es la confitería Alonso, fundada en 1848 por los hermanos Martín y Juan Bautista, quienes se hicieron célebres por la elaboración de los caramelos 'Salzillo', Congreso, de bergamota, anís y frambuesa, merengues de fresa y pastillas de café con leche.
En la misma 'placica', el Bazar Murciano se convirtió en parada obligada para los más selectos paladares. Tal fue la fama de este local que hasta editó un papel periódico con la misma denominación y el subtítulo de «Eco del establecimiento de su nombre».
Tardes de merengue, de aromas que brotaban de los hornos de leña, sometidos al pulso sabio de confiteros irónicos, como el legendario Ros, al que se le atribuye una curiosa carta que, abierta tras su muerte, describía una relación de nombres de «murcianos que me joden sin saber por qué».
En esta calle permanece la que durante siete siglos se ha llamado placetica de Jofré o Jufré (hoy Joufré), en honor de Jofré de Loaisa, uno de los primeros pobladores de Murcia, con la bendición del rey Alfonso X el Sabio, que le entregó por su valentía la villa y el castillo de Petrel. Su hijo, Garci Jofré de Loaisa, recibió el 29 de marzo de 1285 de manos de Don Sancho el privilegio de Adelantado Mayor del Reino, Copero Mayor y Testamentario del Rey.
Los historiadores discrepan sobre la ubicación de la casa-palacio de los Jofré en esta plaza, donde nació el arcediano de Toledo y literato, Maestre Jufré. Algunos la sitúan en las Cuatro Esquinas. Con el paso de los siglos, el palacete perdió su primer piso y los espléndidos guardacantones, postes de piedra labrada en las esquinas que conmemoraban el paso del Rey por aquel dintel. Y también se hundió el mítico subterráneo que unía el solar de los Jofré con el alcázar Nasir.
De ser cierta la existencia del túnel, unía el corazón de la ciudad con el entorno de la iglesia de San Juan de Dios, atravesando el subsuelo de decenas de edificios, sin contar las acequias, sótanos y bodegas que atesoraban. Formaría parte de una red más compleja, con nervaduras hacia otros lugares públicos donde era necesaria una salida de emergencia. Esta leyenda, al menos, nos permite conocer el origen del nombre de plazuela que mantiene todo su encanto reservado, de sombra perpetua y fresca, ocho siglos después de la llegada de su fundador.
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