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GUILLERMO JIMÉNEZ
Domingo, 18 de abril 2010, 15:11
El funcionario Francisco Belda, que es de Fortuna pero ya más cartagenero que El Pinacho de Santa Lucía, hace veintinueve años, un 23 de febrero, a las 18.20 horas, fue el primero en comunicarle al alcalde Enrique Escudero, al abrir la puerta de un despacho, el conato de golpe de Estado en el Congreso de los Diputados en Madrid. Era el 'tejerazo'. El Ayuntamiento cartagenero celebraba a esa hora una reunión de comisiones municipales.
«Ha entrado la Guardia Civil en el Congreso», anunció Belda al alcalde socialista y se quedó tan fresco. Dos horas después del sobresalto el teniente general Jaime Miláns del Bosch colocaba desde Valencia en circulación un Bando válido para la III Región Militar de once artículos y con ello se establecía el toque de queda. Que venía a ser un recomendable 'quédate quieto'.
Un representante cartagenero, José Antonio Da Casa, lo pasó mal en su escaño de parlamentario en el Congreso. Era de UCD (Unión del Centro Democrático), el partido del presidente Adolfo Suárez. Con Da Casa Ayuso lo pasaron mal, en la distancia, su esposa María Teresa de Cantos y sus cuatro hijos, esperando en su soleado domicilio del Muelle de Alfonso XII. Lógico que a más de un protagonista no le llegase la camisa al cuerpo.
En el Ayuntamiento nadie se movió del sitio al conocer la noticia sorpresa. Y hubo funcionarios que, libres de servicio, acudieron a la Casa Consistorial. Las radios y la televisión ya habían dado cuenta de lo que pasaba en Madrid, dentro de un orden (nunca mejor dicho) y las calles de Cartagena, que desde hacía más de una semana sufrían los efectos de una huelga de autobuses urbanos que le costaba al municipio 20.000 pesetas diarias, se fueron despoblando en una larga noche que hizo se agotasen las pilas de los transistores.
De absoluta normalidad resultó la noche. Las fuerzas militares y la Policía estaban acuarteladas como medida preventiva y a la espera de órdenes superiores. No abundaban las noticias oficiales. Los carros de combate permanecían quietecitos en Tentegorra.
(No está confirmado, 29 años después, pero en su día se dijo que un temeroso concejal de izquierda se lió la manta a la cabeza, cogió el saco de dormir y se echó al monte después de romper documentos supuestamente comprometedores si hubiesen caído en manos de los golpistas).
Cena a las 4 de la mañana
Aquella larga noche de vigilia se consumieron en el Ayuntamiento más de doscientos cafés bien cargados. El alcalde, sus concejales, los funcionarios y demás personal celebraron, al estar las tiendas cerradas en la ciudad por la hora y por las circunstancias, que alguien obtuviese en Molinos Marfagones y en Los Dolores el condumio suficiente para una cena improvisada a las 4 de la madrugada, destinada a más de medio centenar de personas hambrientas y asustadas, se quiera o no. Y estuvo genial 'El Pipo', uno de los ayudantes fieles del concejal José Guirao, porque se le ocurrió hacerse pasar porpolicía para que le abriesen en una tienda del campo a fin de comprar vino, pan, blancos, atún y tomates. Aquella noche nadie estaba pendiente del colesterol, ni del régimen. ¿O sí?
El jefe de Protocolo, el periodista José Zarco Avellaneda, se pasó la noche siguiendo las noticias del televisor en una dependencia municipal, con otros funcionarios, uno de ellos Antonio Herrera, chófer del alcalde. Y al político de UCD Juan José Alcaraz Quiñonero le pilló la noticia del fallido golpe de Estado cuando conducía su coche y oía la radio por el puerto de La Cadena, regresando de Murcia, y al entrar en su domicilio se percató de que su teléfono estaba bloqueado.
Los de la SER en Madrid llamaron a la Casa Consistorial por teléfono preguntando de madrugada quién había tomado el Ayuntamiento. «Nadie», fue la única respuesta. Desde el exterior, al tratarse de zona militar, creerían que los riesgos podrían ser mayores.
Que se sepa, los ediles cantonales que soportaron gran parte de la intranquila noche del 23-F de 1981 fueron Carlos Romero, José Bonnet, Francisco Morata, Luis Ruipérez, Alfonso Sánchez Escudero y José Egea, todos ellos sufridores allí hasta cerca de las 4 de la madrugada. También estaba el concejal más joven, Joaquín Ortega, de UCD, hoy presidente del Casino; Ángel Morenilla, de los centristas, Juan Carlos Navarro Valls, que llevó de madrugada una botella de güisqui para invitar; los socialistas Pepe Guirao, Antonio García Pagán y otros que escapan al control del despistado periodista, servidor. Eladio Lidón, Pedro Gadea, del grupo comunista no se escaquearon aquella noche en la que naturalmente también estuvieron de vigilia permanente, con las luces encendidas, en la Capitanía General del Departamento y en el Gobierno Militar, en la Muralla del Mar.
El almirante Muñoz Delgado, capitán general de la Zona Marítima, se reunió con jefes de la Armada, y otro tanto sucedió en el caso del general Fortea, en las dependencias del gobernador militar.
La pesadilla se acabó con el tranquilizador mensaje del Rey Juan Carlos I delante de la televisión. Y en Cartagena siguieron los consiguientes ecos del fallido golpe en jornadas posteriores.
Después vinieron, con más calma y sosiego, las investigaciones, las consultas y los informes recabados por los jurídicos militares desde Madrid, algunos enviados expresamente una vez que el fuerte oleaje del 23-F pasó, dejando eso sí la huella para la historia de los acontecimientos, con sus claros y oscuros. Llegaron las destituciones, los ceses rápidos, los cambios en las cúpulas de cargos importantes, sin excesiva profusión en las informaciones. Top secret.
En Cartagena, dentro de lo que cabe, el 23-F de 1981 transcurrió como la seda.
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