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Podría ser un guion de cine de catástrofes, pero lo que el práctico Antonio Lario Romero evitó en la noche del pasado 19 de febrero fue la pérdida de vidas reales y de la continuidad del puerto de Cartagena y toda actividad económica en varios kilómetros a la redonda durante muchos meses. Es el negro panorama que hubiera desencadenado el choque del petrolero 'Front Siena' si el experimentado práctico no lo hubiese evitado.
«Si no hubiera subido al barco, como habría hecho cualquier otro compañero, el impacto habría acabado con todo, la pesca, las playas y la actividad del puerto», cuenta Lario sobre su peor experiencia profesional. No recuerda otra más arriesgada en sus 20 años de trayectoria como práctico portuario y 18 años como marino mercante, varios como capitán de petroleros.
«Esos barcos cuesta mucho pararlos, tienen una inercia imparable con casi 17 metros de calado», cuenta Lario de su noche de pesadilla. Vio con creciente preocupación que «la velocidad era excesiva y el rumbo incorrecto. No era normal, me pareció extrañísimo», explica.
También destaca la situación que encontró nada más aproximarse al petrolero. «Subí hecho un fiera por la escala, siete metros en vertical a oscuras, y luego diez metros corriendo por la cubierta hasta el puente de mando. Vi lo que se venía encima», recuerda Antonio de los momentos de más angustia. Para sorpresa del veterano profesional, se encontró en lo alto del puente de mando una escena igualmente inusual. «Había mucha gente, seis o siete personas, y el capitán, un georgiano joven –luego se comprobó que tenía 40 años– me ofrece café, y yo le grité para ordenarle que diera máquina atrás a máxima potencia», relata.
También tuvo que pegarle un grito al oficial para realizar la operación de remolque «porque ya se aproximaba peligrosamente al faro de Navidad». En la maniobra de fondeo de anclas saltan chispas que prenden en ligeras llamas sobre la cubierta. Una nube de humo rojo cubre una parte del buque y Lario se preocupa. «No temí por mi vida. Solo pensaba en sacar adelante aquella situación, porque veía a los oficiales bloqueados», afirma. Los gritos en inglés del práctico despertaron a la tripulación, que sofocó los conatos con mangueras.
Tras demostrar valor y nervios de acero, Antonio Lario no se marchó a descansar, sino que atendió a los cinco barcos que esperaban su guía, hasta completar la jornada subiendo a un barco chino hacia las cuatro de la madrugada. «Es nuestro día a día, una profesión tan apasionante como complicada para velar por la seguridad y el medio ambiente del puerto», afirma. Hace cuatro años, Lario y sus compañeros, de los que advierte que habrían actuado como él en esa situación, rescataron a los doce tripulantes de un catamarán que se hundía en el puerto de Cartagena.
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