-kUJ-U120696992541DFI-1248x770@La%20Verdad.jpg)
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El caso era despedirse. De los amigos a los que no veremos en un tiempo porque «nos van a encerrar a todos», o del bar ... de la esquina donde recuperamos el resuello con un pincho de tortilla y una caña y que tendrá que cerrar hoy, como todos los bares y restaurantes de la Región, por las restricciones impuestas por la pandemia. Muchos clientes no pudieron dar el último adiós. No por «responsabilidad», como pidió el consejero de Salud, Manuel Villegas, en la víspera del 'cerrojazo' de la hostelería, sino porque no había una sola mesa libre en ese garito de referencia donde velar las marineras, los caballitos, los pasteles de carne y los quintos de Estrella de Levante que se dejarán de servir en nuestros templos particulares. A partir de hoy y hasta dentro de dos semanas, en principio, solo será posible catar 'delicatessen' para llevar a domicilio, lo que la dictadura del lenguaje anglosajón ha venido a denominar 'take away' y 'delivery'. Algo a lo que muchos bares de toda la vida no pueden aspirar.
Como cada 31 de diciembre, lo de ayer era una despedida en toda regla, un balance de lo bueno y lo malo pocos minutos antes de la cuenta atrás para el toque de queda. Por eso, en el ambiente de las calles de Murcia había cierta sensación de 'tardevieja'. En pleno noviembre, sin uvas ni champán pero con muchas tapas y alcohol barato por delante. Así lo entendieron al menos Lorena, Isabel y Andrea, tres amigas de 19 años que ayer sacaron las mejores galas del armario. «Las de 'tardevieja'», definen al unísono mientras brindan con tres jarras de cerveza en la terraza del bar Fénix. Tras la barra de este mítico establecimiento, los camareros están para pocas bromas.
En otra de las catedrales del tapeo murciano, Luis de Rosario, varios parroquianos esperan turno en el exterior para pillar una mesa libre, aunque llevan mucho tiempo esperando y más que van a esperar. La calle donde está ubicado este bar se llama Angustias, que es lo que van a pasar muchos hosteleros en los próximos meses. Aunque todos ellos seguían cumpliendo hasta última hora las estrictas medidas de seguridad impuestas por el coronavirus. «Si no os sentáis en una mesa, os podéis ir a tomar donde os salga del pijo», pone firmes a unos clientes el carismático Pedro, camarero de la taberna, mientras se le acumulan los bacalaos rebozados y los célebres 'chochos'. En la cervecería La Viuda, que lleva abierta desde el 31 de enero de 1936, se dice pronto, Llanos logra hacerse un hueco para recoger unos 'pablitos' (bocaditos de lomo con chorizo) que llevará para comer a su hijo Álvaro, «que acaba de salir de la universidad». Antonio, el camarero, sudado hasta el ombligo, empleará sus dos semanas de «vacaciones forzosas» en «dormir y hacer deporte». También aquí cinco clientes hacen cola en la puerta para probar esa última gamba a la plancha, esa última quisquilla, esa última ostra tras la que soltar todos los improperios que genera una pandemia que deja un insoportable sufrimiento diario en la Región. «Me siento una irresponsable porque pienso en todo lo que está pasando», se sincera Naiara, de 26 años, que solo se quita la mascarilla para dar pequeños sorbos al 'gin-tonic' que disfruta junto a tres amigas.
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El bodegón en esta mesa lo conforman cuatro copas y un bote de gel hidroalcohólico. Altas dosis de responsabilidad en una tarde «que prometía más movimiento por ser una pequeña despedida», reconoce uno de los hosteleros de la plaza Cristo del Rescate. Y eso que aquí también hay clientes a la caza de una codiciada mesa donde 'quemar' la última tarde de la hostelería. Al menos, hasta nueva orden. «Esto es una cuenta atrás que tiene un efecto contraproducente», argumenta Rafael, también con la mascarilla reglamentaria tras fumarse un cigarrillo de liar a los dos metros impuestos por la distancia de seguridad.
Las terrazas de los bares del Zig Zag lucían abarrotadas de ganas de fiesta en una despedida limitada por el acechante toque de queda. Javier y María beben de sus cervezas con cierto aire de nostalgia, pero dejando a un lado las disparatadas cifras de nuevos positivos. «¿Qué positivos?». Junto a ellos, la camarera Judith lamenta que se tenga que ir al paro «por la irresponsabilidad de algunos», aunque su sonrisa demuestra que lo importante es la actitud. Como la del que celebra una 'tardevieja' en el noviembre de la pandemia.
El Icue y la confluencia de la calle Cañón con la del Aire fueron ayer dos de los lugares más concurridos en Cartagena, en una velada en la que los clientes se despedían de sus bares preferidos hasta agotar el límite de las once de la noche, cuando comenzaba el toque de queda. En algunos momentos, el bullicio en la calle recordó al de un sábado.
La Puerta de Murcia, con sus terrazas, la calle Honda, cerca de la Plaza de San Francisco, y parte de la calle Jara también tuvieron buena afluencia desde las ocho de la tarde. A esa hora comenzaron las rondas de la Policía Local por las principales calles del casco histórico. Llevaban órdenes claras de evitar aglomeraciones que incumplieran el distanciamiento social y de asegurarse que todo el mundo llevaba mascarilla. Esto último les obligó a mostrarse especialmente rigurosos con algunas personas que no las tenían puestas, para poder beber y fumar con más libertad.
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Todo para evitar consecuencias en pocos días en forma de una nueva oleada de contagios, que es precisamente lo que se pretende evitar. Si se consigue, el cierre de ayer será un mero paréntesis. Por su parte, Hostecar anunció ayer la suspensión de una manifestación de protesta prevista para hoy.
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