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CÉSAR COCA
Miércoles, 18 de enero 2017, 12:42
Se sienta en el sofá de su salón, se vuelve hacia el fotógrafo y dice: «Con esta sonrisa he ganado mucho dinero cuando era modelo...». Una de las actrices más bellas y elegantes que ha tenido nunca el cine español es hoy una bisabuela optimista, con una vitalidad desbordante que hace casi inverosímiles los 80 años que figuran en su DNI y que ella no oculta. No faltan en su biografía dramas (la muerte aún reciente de su marido; la más lejana del menor de sus hijos) ni fracasos, pero a todo se sobrepone esta modelo, actriz, intérprete de idiomas, escritora, empresaria y hostelera, que lo mismo ha hecho suéteres de lana que collares que luego vendía en la playa, y que ahora asegura que como más disfruta es ejerciendo de ama de casa. Lo dice sin perder la sonrisa, esa sonrisa, mientras posa en el salón de su hogar, un piso con una bella terraza situado en la parte alta de Barcelona. El día anterior estaba ahí mismo sentada, tejiendo unas mantas que va a regalar a sus hijos, mientras tenía al fuego unos macarrones que cocinaba para una vecina. Ante ustedes, Teresa Gimpera.
Nace
el 21 de septiembre de 1936 en Igualada (Barcelona). Casada primero con Octavi Sarsanedas y luego con Craig Hill, es madre de tres hijos (el pequeño murió con 28 años) y tiene cuatro nietos y otros tantos bisnietos.
Ocupaciones
Ha sido modelo, maniquí, actriz, empresaria y cocinera. Ha publicado libros, fue Lady España y Lady Europa. Ha protagonizado fotonovelas, ha presentado programas de TV y ha intervenido en 150 películas.
Filmografía
Destacan 'Fata Morgana', 'Una historia de amor', 'La ciudad quemada', 'La guerra de papá', 'Asignatura aprobada', 'El largo invierno', 'El espíritu de la colmena', 'Amargo despertar', 'Las bellas durmientes', 'Victoria', 'Las petroleras' y otras.
- Nací en Igualada porque mis padres, que eran maestros, estaban destinados allí. Mi madre, mi hermano y yo nos pasamos a Francia con 50 niños huérfanos. Estuvimos cerca de Calais. Empecé a hablar con acento andaluz porque lo eran la mayoría de los niños que iban con nosotros. Aún recuerdo que dormíamos en la misma cama mi madre, mi hermano y yo, y uno de aquellos niñitos en un cajón de una cómoda.
-¿Y cómo fue cuando regresaron a Barcelona?
-Al volver, nos recogieron los abuelos. Mi padre, que había estado en otra zona de Francia, llegó dos semanas después y yo no lo conocía. Fue una época de hambre y racionamiento. Aún veo a mi madre escogiendo las lentejas y yendo al estraperlista a por medio pan blanco. Después, mi padre quedó como contable en la empresa de mi abuelo y mi madre montó la 'Escuela de las cuatro mesas', y allí daba clase. Yo la ayudaba, pero creo que no fue bueno para mí tenerla de profesora.
-A los quince años estudió Contabilidad en una academia. ¿Quería ser secretaria?
-No quería ser nada. Bueno, de pequeña quería ser abuela, porque veía lo que hacía la mía y me gustaba. Hice Contabilidad y Francés porque mi madre, fíjese, me decía que para qué estudiar. A esa edad me decían que era como la Rosario de Popeye. Tenía, y luego seguí teniendo, muchos complejos: por delgada, insegura con los chicos...
-Pero se casó muy pronto.
-A los 20 años. Dos antes había conocido a Octavi (Sarsanedas) en una fiesta en el Liceo francés. No se atrevió a sacarme a bailar pero al día siguiente me envió un ramo de flores. Me fascinó por lo distinto que era. Al ser menor de edad, mi padre tuvo que firmar un permiso para la boda, y no quería hacerlo. Octavi tenía problemas y yo pensé que iba a cambiarlo con mi amor. Pero no fue así.
Los inicios en publicidad
El primer drama en su vida fue ese: no había cumplido los treinta, tenía tres hijos y rompió su matrimonio en un tiempo en que la norma escrita y la no escrita decían que solo la muerte podía hacer algo así. Pero antes de eso, su vida cambió por una fotografía. Fue una tarde que acudió a la sede de la editorial Seix Barral, donde trabajaba su marido. Allí la vio un fotógrafo que preparaba un calendario y le propuso posar. «Nos hizo mucha gracia aquello», explica ante la atenta mirada de 'Jorka', su perrita. «Me decían que salía muy bien en las fotos, y acepté». En aquel momento tenía dos hijos y no sabía que estaba a punto de empezar una carrera como modelo y actriz con la que nunca soñó. Porque tras las primeras fotos llegó la invitación para rodar un anuncio para televisión.
-Era uno de Vim y estuve una semana sin dormir porque tenía que aprender a cantar y sincronizarme con el 'jingle'.
-Durante unos años fue la más solicitada para publicidad.
-Hubo una época en la que llegué a salir en cinco anuncios a la vez. Era 'la chica de la tele', porque aparecía en pantalla más que Franco. Empecé a pensar que si esa iba a ser mi forma de vida tenía que invertir dinero en mí. Por ejemplo, el vestuario para los anuncios lo ponía yo.
-¿Cómo era eso de la popularidad en los años sesenta?
-Era muy conocida en la calle, y mis hijos sufrían cuando me paraban a comentarme algo.
-¿Y cuando trabajó como maniquí? Para Pertegaz, nada menos.
-Trabajé pero no de una forma continua. Yo nunca he tenido cuerpo de maniquí y Pertegaz creaba la ropa encima de tu cuerpo. Un día me dijo: «Señorita Gimpera, esconda el sexy». Fue justo tras un desfile con ropa suya, en el Ritz, cuando conocí a Gonzalo Suárez, que quería hacer un libro sobre el fenómeno de alguien que salía tanto en la tele. Ahí está el origen de 'Fata Morgana'.
-Luego saltó al cine. ¿Qué balance hace de su filmografía una actriz que nunca estudió para serlo?
-Efectivamente, he hecho 150 películas y tengo el complejo de no haber aprendido a ser actriz. Antes de 'Fata Morgana' me habían propuesto algún papel pero no había aceptado. Y cuando por fin lo hice, lo pasé fatal. Tanto que al cabo de una semana, rodando en la plaza de Sant Jaume, pregunté cuánto tendría que pagar para abandonar el proyecto. Era demasiado como para hacerle frente, y seguí.
-Ha trabajado con casi todos los grandes directores del cine español y con algunos ilustres nombres del internacional. Incluso estuvo a punto de rodar con Hitchcock.
-Solo he hecho dos 'castings' en mi vida. Uno con Vittorio de Sica, en Cinecittá, y en realidad solo hablamos, no me hizo ninguna prueba. Hitchock sí me la hizo. Fue una gran experiencia: había un coche a la puerta del hotel para llevarme a Beverly Hills. Querían una actriz con aspecto de hispana para 'Topaz' y yo no doy ese tipo. Al regreso, del estrés y los nervios me caían las lágrimas y me emborraché en el avión. Además, era el día de Nochebuena y por aquella prueba no pude estar con mis hijos.
-Llegó a hacer hasta ocho películas en un año, algunas de esas que se llaman 'de culto' y otras... no tanto. ¿Cómo compaginaba todo eso?
-Tenían que encajarme los rodajes como piezas de un puzle. A veces, aterrizaba en un sitio para rodar y no sabía exactamente dónde estaba. Masó me hacía firmar tres películas por año, sin ver siquiera los guiones. Hice un cine intelectual... y luego películas de auténtico bochorno. En una entrevista dije que el cine español era muy malo y no me contrataron durante un año.
«¿Qué hacemos aquí?»
No siempre los guiones eran lo peor, porque también sufrió los celos de sus compañeras de rodaje no pocas veces. Por ejemplo, en 'Tuset Street' compartió cartel con Sara Montiel. La relación entre ambas fue inexistente. «Ni siquiera estaba en el plató cuando yo rodaba los contradiálogos que mantenía con ella en algunas escenas», dice, y se divierte al revivirlo. Otra de las películas que no pasará a la Historia del Cine fue 'Las petroleras', donde coincidió con Brigitte Bardot y Claudia Cardinale. La actriz francesa tenía la potestad de escoger los primeros planos de todas sus compañeras. «En el único en el que salgo, aparezco bizca -ríe abiertamente-. En cambio, la relación con Claudia fue estupenda».
-También rodó una de las películas imprescindibles del cine español, 'El espíritu de la colmena'.
-Agradecí mucho a Víctor Erice que me diera un papel tan distinto a los que hacía. Venía de trabajar con De Sica, que como era actor escenificaba lo que quería que hiciéramos, y en cambio él daba mucha libertad; yo creo que porque no sabía muy bien lo que quería de nosotros. Fernán Gómez me preguntó una vez durante el rodaje: «Teresa, ¿tú sabes qué hacemos en esta película?».
-Pero usted siempre ha dicho que guarda un excelente recuerdo de esa película.
-Sí, el rodaje se prolongó más de lo previsto y yo le dije a Víctor que trabajaría una semana más sin contrato, que eso no era problema. Pero pasaban cosas curiosas. Víctor tenía que ir los fines de semana a convencer a Ana Torrent de que no abandonara el rodaje... Y la niña pedía siempre para comer gambas al ajillo. Además, no quería que la peinara en una de las escenas más famosas de la película. Cuando trataba de hacerlo se volvía y estropeaba la toma. Hasta que pensé en lo que habría hecho con mis hijos en una situación así: le di un pellizco en el culo y se quedó quieta, y entonces pudimos acabar la toma.
-Dejó el cine, aunque luego volvió a él, porque estaba harta de rodar desnudos. ¿Era una exigencia del mercado en aquellos tiempos de cine de destape?
-Eran unos guiones horribles y tenías que desnudarte sin el menor motivo. Me llamó para una película José Ramón Larraz, con quien había hecho fotorromances antes de ser modelo. Me hizo filmar una escena que a mí me pareció excesiva, con el argumento de que luego cortaría, y no fue así. Cuando la vi me fui a llorar con Jorge Grau y decidí dejarlo. Tenía más de 40 años y no era por pudor, porque yo he ido a playas nudistas toda la vida, pero aquello no tenía sentido.
-¿Fue ahí cuando dio el salto a la hostelería?
-Sí. Tenía una casa en Bagur y Craig (Hill, que luego sería su marido) también dejó el cine. Montamos un local con una heladería y luego un bar y un restaurante. Compré el libro de Paul Bocuse para aprender a cocinar... y me llevaba todo el día hacer un plato. Nadie se creía que cocinaba yo. «¡Cómo va a estar la Gimpera en la cocina!», decían. Tuve mucho éxito pero fueron cinco años agotadores.
La mujer más deseada
Estrictamente, cuando montó la heladería de Bagur no era nueva en la hostelería porque años antes se había convertido en socia de la discoteca 'Bocaccio', un lugar mítico en la Barcelona de los últimos años sesenta y primeros setenta. Socia e imagen de la misma, ya que su fotografía, firmada por Xavier Miserachs, dio la vuelta a España. Varias imágenes más de la colección están enmarcadas en una pared de su casa. «La hicimos en una hora entre trabajo y trabajo», dice señalando la imagen, en la que aparece con el logo del local dibujado varias veces sobre su piel. «Abrimos Bocaccio con la idea de montar un sitio de encuentro, que estaba arriba, y una pista para los que quisieran bailar, debajo. Siempre había gente conocida, viajábamos juntos, hubo enamoramientos... Estábamos casados, pero no todos con quien queríamos. Allí fue donde descubrí que podía manejarme sola, sin un hombre, y que el sexo no es solo para procrear».
-Hablando de sexo, usted habrá tenido siempre muchos hombres danzando a su alrededor.
-Sí, y al enviudar han vuelto a aparecer, ahora que no tengo ganas... ¿Sabe cuál es el piropo más bonito que he escuchado? Una vez, estando en Roma, me crucé con dos chicos. Uno le dijo al otro: «¡Qué mujer más guapa!». Y el segundo contestó: «Sí, y bendigo a su madre!». Quizá algún día escriba un libro sobre cómo salir de situaciones apuradas, y eso incluirá una experiencia que tuve con un compañero de rodaje.
-¿Cómo fue?
-Empezamos a trabajar y enseguida noté que le interesaba. Continuamente me proponía salir a tomar algo o a cenar. Un día, tuve que aceptar. Al regresar al hotel donde nos alojábamos los del equipo, le dije que si quería tomar algo en mi habitación. Quiso, claro. Entramos, se sentó en el sofá y me fui directa a él: «Tú has hecho todo esto porque quieres follar conmigo, ¿verdad? Pues dejemos de perder el tiempo. Vamos ahora mismo a la cama». Quedó completamente desarmado y se marchó. Prefiero no pensar en lo que habría sucedido si dice que sí.
-Usted se volvió a casar.
-Conocí a Craig durante el rodaje de una película que a mí me daba mucha pereza. Y me encontré con un hombre muy educado que tenía un gran respeto por la mujer. Nos enamoramos, pero al acabar el rodaje cada uno se fue por su lado.
-¿Cómo volvieron a encontrarse?
-Tuve una idea: fui a un 'fotomatón' y me hice unas fotos. Con ellas hice un 'collage' donde ponía: 'With you' y una foto sonriente. 'Whitout you' y una foto triste. Se lo envié y Craig se dijo que no se podía perder a una mujer así, de manera que se instaló aquí. Y cargó con una mujer y con la mochila que llevaba, lo que incluía a mi hijo pequeño.
Han pasado suficientes años para que Teresa Gimpera hable de la adicción de su hijo a la heroína y el período doloroso y lleno de altibajos que terminó con su muerte. Durante ese tiempo, para protegerle, lo mantuvieron escondido. «No queríamos que le hicieran daño. Pero cuando murió publicamos una esquela en el periódico explicando la causa. Si volviera a ocurrir -confiesa- quizá preferiría que muriera de una sobredosis antes que tras un proceso tan largo en el que quemó los mejores años de su juventud».
-Se casó con Craig Hill al año siguiente de la muerte de su hijo.
-Le dije que tenía que pedir mi mano a mi padre y llevarle una botella de Calisay. Mi padre decía que aún éramos jóvenes. Fue una ceremonia bonita, a la que vinieron los nietos.
-Antes ha comentado que de niña quería ser abuela. ¿Ha sido una abuela típica, de cuidar a los nietos, recogerlos en el colegio, darles caprichos...?
-No, pero ha sido por el trabajo. Una vez fuimos todos con Craig a California y estuvimos una semana. También hemos estado en Disneyland. Pero tampoco fui una madre típica. Me gustaría que mis hijos me dijeran un día qué sentían cuando me marchaba un mes fuera a rodar.
-Usted, que fue símbolo de modernidad, ¿cómo ve la sociedad actual?
-Temo decir lo mismo que dicen siempre los viejos sobre la pérdida de valores y de sentido del civismo. La rigidez que yo tenía en casa me ayudó a ser fuerte. Si te lo dan todo hecho no sabes apreciar las cosas. Ha habido una dejación de las formas y el respeto, y se nota mucho en todas partes. ¿Y sabe una cosa? Sonreír es lo más fácil del mundo y lo que menos hace la gente.
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