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Estado actual del 'Calypso', en el dique seco desde hace 8 años en los astilleros Piriou, en la Bretaña francesa.
El 'Calypso' navega a la deriva

El 'Calypso' navega a la deriva

El barco con el que Cousteau hizo «el amor al mar» agoniza en los astilleros que debían restaurarlo. Los herederos no han pagado y ahora se subastará

Daniel Vidal

Lunes, 23 de marzo 2015, 13:47

De niño, Jacques Cousteau se escapó de casa y anduvo, anduvo y anduvo «solo para llegar más lejos. Para ver qué había más allá», relataba el propio «explorador» francés -como le gustaba definirse- en una entrevista en televisión, allá por los 80. Pronto no podría vivir sin esa mezcla de sol y salitre que le terminó ajando la cara. «Muchas personas hacen daño al mar. Yo le hago el amor», ilustraba. Y para semejantes menesteres, el 'Calypso' era perfecto. El barco, construido en Estados Unidos por la Ballard Marine Railway Company para la Royal Navy, y bautizado con el insulso nombre de J-826, fue botado en 1942 como dragaminas: aún quedaba guerra mundial por delante. Cousteau, sin embargo, ya se encontró aquella nave militar reconvertida en ferry en un pequeño puerto de la isla de Malta, en el verano de 1950. Fue amor a primera vista. El millonario irlandés Loel Guinness la compró y se la alquiló al científico, que le dio una nueva vida como buque oceanográfico. Y ya no se llamaba J-826, sino 'Calypso'. Como la ninfa que, según la 'Odisea', se enamoró de Ulises y lo cuidó durante años tras su naufragio en la isla de Ogigia. En la mitología griega, Calipso se quedaba sin su héroe y acababa muriendo de pena.

El mismo rumbo parece llevar el inseparable amigo de Jacques Cousteau. Solo hay que comparar las fotografías actuales del barco, semiabandonado en los astilleros Piriou, en la Bretaña francesa, con alguno de los más de 120 documentales que el investigador rodó a bordo, como 'El mundo del silencio' (1955), que se llevó un Oscar. En 'El mundo submarino de Jacques Cousteau', una de las series divulgativas más famosas de la historia de la televisión, «'Calypso' fue la actriz principal», piropean en la web de la Sociedad Cousteau, gestionada por los herederos del difunto científico. Son los que también apodaron a la nave 'la torre Eiffel de los mares'. Los mismos que andan a la gresca con los astilleros por los gastos de restauración del barco, en el dique seco desde 2007, cuando querían rehabilitarlo como museo.

Ocho millones de euros

La sociedad -presidida por la segunda esposa de Cousteau, Francine-, acusó a la compañía Piriou en 2009 de cometer graves errores en las obras de reestructuración. La empresa respondió que la familia había cambiado el proyecto inicial y que los trabajos que precisaba el barco suponían una inversión de ocho millones de euros. La bronca acabó en los juzgados, que finalmente obligaron a los Cousteau a indemnizar a los astilleros con 273.000 euros. El director general de Piriou, que asegura no haber visto ni un céntimo, anunció la semana pasada que subastará el barco al mejor postor tras el pertinente embargo. Como si fuera un cacharro más.

Mientras tanto, el óxido corroe poco a poco al 'Calypso' tras superar mil averías, varios huracanes y algunas tormentas de hielo en la Antártida, uno de los destinos más fascinantes para el propio marino de grandes gafas y gorro de lana rojo. Su navío también sobrevivió a un naufragio. Ocurrió en Singapur, en 1996, cuando una barcaza colisionó con su casco y acabó llevándose el barco al fondo del mar. «Todos nuestros corazones se fueron con él», se lamentan en la Sociedad. Cousteau murió de un infarto al año siguiente, pero no se quiso marchar sin reflotar a su viejo amigo. Demasiadas vivencias juntos. Como aquella en el Canal de Suez, en 1956, en pleno conflicto entre Egipto e Israel, cuando estuvieron a punto de bombardear la nave e irse los dos a pique.

La primera vez que Jacques Cousteau zarpó con su flamante barco solo viajaban un puñado de amigos y sus dos hijos, Jean-Michel y Phillipe. Pero el 'Calypso' ya incorporaba algunas maravillas tecnológicas que después sirvieron para mostrar al público las profundidades abisales, un mundo ignoto hasta el momento. La cámara de observación submarina en la proa. O las escafandras autónomas que el propio Cousteau había inventado años antes para respirar y moverse libremente bajo el agua. Era la primera vez que los submarinistas se sumergían sin aparatosos elementos de conexión con la superficie. Hoy lo hacen de forma segura más de cien millones en todo el mundo. Es solo uno de los muchos inventos de este profeta de los mares, que también descubrió nuevas especies a lo largo de casi 100 expediciones (como el nautilino nadador) y que además fue el primero en documentar la comunicación de los delfines, tipo sónar. Cousteau no está hoy para salvar el 'Calypso', pero permanece su legado: «La gente protege lo que ama».

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