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«Dos entran, uno sale». Los aficionados al séptimo arte pueden pensar rápidamente en la tercera entrega de 'Mad Max' al escuchar esta frase. Pero este aforismo cinematográfico marca una línea con un carácter casi tan apocalíptico como el del citado filme: la de la sostenibilidad del sistema de pensiones. Según los expertos, el actual modelo exige una ratio mínima de dos cotizantes por pensión concedida para poder garantizar la viabilidad del modelo a largo plazo. La Región de Murcia, en su conjunto, es una de las cinco comunidades autónomas que cumplen con esta máxima, al contar con 2,3 afiliados por cada paga destinada a las clases pasivas, y una de las cuatro donde las aportaciones al sistema son superiores a las pensiones redistribuidas. Y todo ello, según la última EPA, a pesar de su tasa de paro del 15,83%, superior a la media, y gracias a su alta tasa de actividad, favorecida por una población joven y la influencia de la inmigración.
Sin embargo, al poner la lupa sobre esta estadística, los datos arrojan cifras inquietantes para un puñado de localidades de la Región. Y es que en siete municipios murcianos (Ulea, Albudeite, Ricote, Aledo, Abanilla, Moratalla y Ojós, por este orden) hay menos trabajadores en activo que pensiones percibidas, incluyendo las de jubilación, incapacidad permanente, viudedad, orfandad y favor familiar; y teniendo en cuenta que una persona puede percibir dos prestaciones diferentes. Los dos primeros, Ulea y Albudeite, ni siquiera cuentan con un cotizante al sistema público para sostener a un jubilado. Así se desprende del cruce de las cifras oficiales de afiliados a la Seguridad Social y las de pensiones en vigor a octubre de 2018, que solicitó el senador murciano Francisco Oñate mediante una pregunta parlamentaria.
Como apunta el secretario general de UGT en la Región, Antonio Jiménez, la situación de estas poblaciones se explica por varios motivos. El primero es que «se trata municipios muy envejecidos» y que incluso han registrado descensos poblacionales en la última década. El segundo es que su tejido productivo adolece de una «escasez de servicios y de actividad industrial o agraria intensiva», incapaz de canalizar el empleo joven.
No obstante, hay que tener en cuenta que la estadística de trabajadores cotizantes utiliza el domicilio de trabajo (no el de residencia), mientras que la de pensionistas emplea el domicilio declarado a efectos de notificaciones por estos. Por tanto, un trabajador que viva en una localidad pero tenga su puesto de trabajo en otra figurará como afiliado en la segunda, empobreciendo las cifras de la que es su casa.
Abanilla, la segunda localidad más grande de este grupo de cola -con más de 6.000 habitantes-, ejemplifica de manera bastante ajustada todas estas patologías. Por un lado, ha perdido casi 600 habitantes en la última década y es el tercer municipio de la Región con una tasa más alta de mayores de 65 años (257 de cada de cada 1.000, frente a los 154 de la media, según el padrón de 2018); por otro, cuenta con un tejido productivo de base rural y con una industria escasa y con pocos perfiles cualificados, concentrada en su único polígono industrial, El Semolilla. «La mayoría del trabajo en el municipio es en el campo; cítricos y olivos», señala su alcalde, Ezequiel Alonso, al tiempo que subraya que buena parte de sus convecinos tienen puesto de trabajo en otras localidades cercanas como Orihuela o Murcia, ya sea en el sector privado o público, «aunque duerman o pasen el fin de semana aquí». Alonso subraya que muchos abanilleros se ven forzados a ello dado «el alto índice de estudios» que hay en el municipio.
Basta con dar un paseo matutino por el casco urbano de Abanilla y cambiar impresiones con sus vecinos para hacer palpables estas circunstancias. Persianas bajadas, calles vacías y una mayoría aplastante de jubilados entre los pocos viandantes es lo que ofrece un primer vistazo a los alrededores. «Y por las tardes es aún peor; es un auténtico desierto», comenta Francisca, dueña de una papelería en el centro del pueblo. Paqui, como la conoce todo el mundo, cogió las riendas del negocio, con muchas dudas, cuando lo dejó su madre y ha podido constatar en estos años que el comercio local «está condenado» a la desaparición. «Murcia y sus centros comerciales están demasiado cerca; no tenemos autonomía», lamenta, añadiendo que su hermano también tiene un bar en las cercanías con el que «se las ve y se las desea». Un cliente recién jubilado ahonda en el diagnóstico. «No se ha invertido para mejorar la situación económica y la población joven de aquí es dominguera; acaban sus estudios y se marchan. Todos tienen piso fuera y solo vienen para ver la familia o en periodo de fiestas», incide. «Yo lo he hecho porque quiero a mi pueblo y me gusta, pero es difícil quedarse», lamenta como conclusión.
Ezequiel Alonso | Alcalde de Abanilla
Arsenio, que a sus 29 años se gana la vida en la farmacia de su padre, ha visto como muchos de sus conocidos también han optado por emigrar, ya sea laboralmente o con un cambio definitivo de residencia. «Viven en Murcia, Molina o incluso Santomera, que es un pueblo que crece y tiene más servicios que este; también tengo amigas enfermeras que siguen aquí pero trabajan fuera», explica. «Yo tengo aquí con qué ganarme el pan y soy una persona tranquila, pero entiendo que la juventud quiera vivir en lugares con más ambiente», apostilla. Además, ha constatado que las más perjudicadas en esta despoblación han sido la veintena de pedanías de Abanilla, «a tope hace unos años, pero que ahora han quedado como lugar de veraneo».
Los bares de la localidad se encuentran casi vacíos a media mañana y solo es posible encontrar a unos cuantos autónomos desayunando en algunas mesas. Antonio, marmolista, lleva trabajando desde los 14 años en empleos ligados a la construcción, una de las pocas salidas que sigue ofertando la economía local. Sus hijos no seguirán sus pasos y ya tienen un pie, o incluso los dos, fuera de Abanilla.
José Miguel, ya retirado, se marchó a Madrid hace 50 años. Regresa regularmente al terruño a ver a su madre, pero sus propios sobrinos trabajan fuera de este lugar. No es difícil encontrar en las calles de esta población vecinos que siguieron sus pasos con el 'boom' de la inmigración en los años 60 y 70. Los padres de Rocío se marcharon a Bélgica y Dolores pasó 15 años en Francia. Como muchos otros, tras hacer un dinero y próximos a la jubilación, regresaron y adquirieron una parcela para vivir del trabajo del agro. «En los campos de los alrededores ahora laboran principalmente magrebíes», explica Dolores. «Por su estado de salud, de mis tres hijos solo puede trabajar uno y lo hace por su cuenta, con su tractor», comenta. Francisco, de 91 años y que se dedicó toda la vida a la carpintería, tiene a su vástago en paro. Ahora, con ayuda de un andador, pasea a duras penas a su perro por unas calles necesitadas de juventud.
No hay que confundir, sin embargo, una baja ratio de trabajadores por jubilado con una elevada tasa de paro. Ese es el caso de Ulea, la localidad que sale peor parada en este 'ranking', con apenas medio trabajador por persona en retiro. «Esta estadística no refleja la situación real. Es cierto que la gente no cotiza en empresas del término municipal, porque no tenemos polígono industrial, pero somos el octavo municipio de la Región con la tasa de paro más baja, tan solo del 10%», precisa su regidor, Víctor Manuel López. «Sí somos una localidad envejecida -con 27 mayores de 65 años por cada 100 habitantes-, pero, según mis últimos datos, tenemos únicamente 63 parados de entre una población de más de 800 personas», expone. «Lo que ocurre es que, por las características de nuestra economía, mucha gente trabaja en localidades colindantes. Sin ir más lejos, 50 lo hacen en Lorquí», concluye.
Este es precisamente el motivo por el que Lorquí es el municipio que sale mejor parado en esta estadística (seis trabajadores por jubilado, 3,5 por pensionista). Es cierto que es una localidad bastante joven en comparación con el resto de la Región (tiene solo 139 personas mayores por cada 1.000), pero lo que de verdad marca la diferencia es que, con apenas 7.000 habitantes, el término municipal cuenta con tres polígonos industriales que absorben a numerosos asalariados del resto de la zona, según expone Antonio Jiménez. Algo similar ocurre con el segundo clasificado, Alhama de Murcia, que tiene en su territorio un gigante como ElPozo Alimentación. Tercero y cuarto son Torre Pacheco y Fuente Álamo, que acogen las grandes explotaciones intensivas del Campo de Cartagena, mientras que Murcia, quinto, se beneficia de la centralización de servicios en la capital. El apocalíptico colapso de la caja de pensiones se ve desde aquí un poco más lejos.
«En el importe medio de las pensiones de jubilación no influye tanto la concentración de grandes volúmenes de empleo como la calidad salarial media del municipio, lo que está en relación directa con la cualificación del trabajo que se genera», explica el líder regional de UGT. Por eso tiene toda lógica que las más altas se den en localidades populosas como Cartagena (la mayor, con 1.240 euros mensuales), Murcia o Molina, donde se asientan las empresas que aportan mayor valor añadido. «El caso de La Unión (la segunda, con casi 1.150 euros) se podría explicar en parte por las usualmente más elevadas pensiones de trabajadores de la minería, en parte por su condición de ciudad dormitorio respecto a Cartagena», prosigue. En la otra cara de la moneda estarían territorios pequeños como Aledo (672 euros), Albudeite, Moratalla, Villanueva y Abanilla, «en los que la agricultura a pequeña escala fue la principal fuente de un empleo, precario, mal remunerado y en muchas ocasiones, informal», concluye.
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