
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«Está roto», dice en castellano, mientras se lleva la mano diestra al corazón. Sus ojos claros lo confirman. Después acaricia un colgante de oro que pende sobre su pecho, una especie de pebetero formado por los cinco aros olímpicos del que brota un haz de llamas, y que resultaría frívolo preguntar a quién perteneció. Patsy Visser-Freeman ha viajado a Murcia para recoger algunos objetos de su hija, Ingrid Visser, excampeona de voleibol, estrella de la selección holandesa durante largo tiempo, un mito del deporte neerlandés, la misma mujer que fue cruelmente asesinada junto a su pareja, el empresario Lodeweijk Severein, en una casa rural de Molina de Segura entre los días 13 y 14 de mayo de 2013. El procedimiento judicial está definitivamente sellado, una vez agotados todos los posibles recursos, y los dos condenados como autores del doble crimen, el exgerente del Club Voleibol Murcia 2002, Juan Cuenca, y el ciudadano rumano Valentín Ion, ya casi felizmente olvidados para todos, dejan pasar el tiempo en alguna perdida prisión purgando sus penas de 40 años de reclusión. Es un buen momento, un momento idóneo, para pasar página, que no para olvidar, y para permitir que la vida siga fluyendo sin más dolor, ni más rabia, ni más odio, ni más nada que lo que resulte estrictamente inevitable.
«La Justicia ya ha liberado sus pertenencias y he venido a por su teléfono, su IPad, un libro, papeles... Tengo mucho interés en recuperar una cruz de Caravaca que siempre llevaba colgada del cuello y que vi que estaba en una foto del sumario (fue hallada por los investigadores en la fosa de La Albatalía en la que los asesinos enterraron los cuerpos desmembrados de la pareja). Para Ingrid, Caravaca de la Cruz era un lugar muy importante y me gustaría tener esa cruz», explica la mujer que, hecha al duro clima holandés, transita en manga corta por las calles de Murcia a primera hora de la mañana. La acompaña Suus, la mejor amiga de su hija y excompañera suya en la selección naranja de voleibol. Una mujer a cuyo paso se giran las cabezas por su belleza y su impresionante estatura.
«Efectivamente -confirma Patsy-, siento que esta historia de mi hija es, de alguna forma, como un libro y que me queda por cerrar este capítulo. No puedo olvidar nada, lógicamente, pero hay que poner un cierre a este asunto».
-Sí. En el juicio estaba... Bueno, básicamente estoy satisfecha de cómo se cerró el juicio, de que dos personas fueran condenadas, pero nunca entendí que los otros dos acusados no se llevaran el castigo que yo pensaba que merecían. Pero la vida sigue y es importante no seguir metida en dinámicas negativas. En general, estoy contenta de la forma en que se llevó el proceso.
-Se llevó la mano al pecho y pidió perdón. Pero era solo teatro. Nunca creí que fuera sincero.
-El martes que desapareció había quedado en llamarme a una hora muy concreta. No lo hizo y pensé: «Bueno, mañana ya vuelve y podremos hablar tranquilas». Pero cuando no llegó al aeropuerto ya supe que había pasado algo malo. Le mandé un correo electrónico, en el que solo le decía: «Te quiero».
Veredicto «Nunca entendí que dos de los acusados no recibieran el castigo que yo pensaba que se merecían»
Impostura «Constantín Stan se llevó la mano al pecho y me pidió perdón. No creí que fuera sincero. Era solo teatro»
Sin móvil ni explicación «Pienso que Juan Cuenca no es una persona muy inteligente y que quizás había alguien más detrás»
Deseo frustrado «A Ingrid le encantaba Murcia y quería vivir aquí. Me hubiera gustado que así fuera y venir a visitarla»
-El día que no aparecieron en el aeropuerto ya le dijimos a la Policía que había que investigar a Juan Cuenca. Incluso les pasamos fotos suyas. Era el único que podía tener algo que ver con la desaparición.
-Es increíble que se cometiera esa salvajada por una estupidez, sí. Aunque sigo pensando que Juan Cuenca no es demasiado inteligente y que quizás había alguien más detrás. Y en Holanda hay mucha gente que piensa que España es un país corrupto y que es normal que ocurran estas cosas, que no se haya avanzado más en la investigación. No es así como pienso yo. Pero no había nada en Ingrid ni en Lodewijk que justificara lo que se les hizo.
Suus, la amiga de Ingrid, interviene en ese momento para dejar constancia de que ella también pensó en Juan Cuenca desde un primer instante. Explica que lo conoció en alguno de sus viajes a Murcia para visitar a Ingrid, que compartió charlas con él porque hablaba inglés muy bien, y desvela que cuando se produjo la desaparición de la pareja, Cuenca comenzó a llamarla a Holanda. «Quería hablar conmigo, pero yo no quería saber nada de él, porque estaba segura de que estaba implicado en lo que hubiera ocurrido».
Patsy aguanta el tipo de manera sorprendente. A lo largo de la entrevista, las lágrimas afloran a sus ojos en varias ocasiones, pero logra contenerlas en el exiguo dique de sus párpados. Solo desbordan por un segundo, al retrotraerse de nuevo al instante en que el portavoz del jurado emitió el veredicto que exculpaba a Constantín Stan. «En ese momento -confiesa con la voz quebrada- pensé que le había fallado a mi hija».
-Yo quiero agradecer a los jueces, a la Fiscalía, a los abogados... el trato y el apoyo que nos dieron. Es verdad que el resultado del juicio lo sentimos como una pérdida, pero estoy agradecida por todo lo que nos dieron los murcianos. Quiero agradecerles sinceramente su apoyo y sus atenciones en aquella época tan difícil. Algunos familiares y amigos ya no quieren ni oír el nombre de Murcia, pero no es mi caso. A Ingrid le encantaba Murcia, quería vivir aquí, estaban buscando una casa, y a mí me habría gustado que así hubiera sido para poder venir a visitarla a esta tierra maravillosa.
Se despide con una imagen de la que no desea desprenderse. La de un anciano con el que en aquellos días del juicio se cruzó por la calle. El hombre se llevó la mano al sombrero, le hizo un gesto de respeto y le dijo: «Suerte y fuerza». Fin del capítulo. Fin de la historia.
Suus Luttikhuis compartió muchas horas de confidencias con Ingrid Visser en los tiempos en que ambas integraban la selección holandesa de voleibol, lo que les permitió consolidar una amistad tan fuerte que solo la muerte pudo acabar con ella. Con lo que no acabó fue con la memoria de Ingrid y ayer, en un folio con el membrete del hotel en el que se aloja, Suus quiso improvisar unas palabras de reconocimiento al pueblo murciano por todos sus esfuerzos a la hora de intentar hallar a su amiga y a su esposo y, más tarde, por haber intentado hacer justicia. La carta, traducida por el pedáneo de Santo Ángel, Jerôme Van Passel, de origen holandés, dice lo siguiente:
«Quiero, en nombre de los amigos de Ingrid, agradecer a los vecinos de Murcia su forma de comportarse durante la época de su desaparición. Trabajaron con gran energía para encontrar a Ingrid y a Lodewijk. Muchísimas gracias por todo eso.
De igual modo, una vez que fueron encontrados sus cuerpos, recibimos y sentimos en todo momento un gran apoyo por parte de los murcianos. Nunca olvidaremos todo el cariño que nos dieron.
Nosotros sentimos un gran dolor y hemos sufrido mucho por estas dos personas que ya no están entre nosotros, pero los guardaremos siempre en nuestros corazones y su memoria nunca nos abandonará.
Tampoco olvidaremos nunca todo lo que Murcia ha hecho por nosotros».
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