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En el colegio Hernández Ardieta, de la pedanía pachequera de Roldán, cada curso derriban un muro, el del desconocimiento del idioma, que empieza altísimo en ... septiembre, y casi es imperceptible en junio. Buena parte de sus alumnos de tres años, los de primero de Infantil, han nacido en España, pero apenas entienden y hablan el castellano, y su primer contacto con la lengua del país en el que viven se produce cuando inician su vida escolar.
Los niños se han criado con sus familias, procedentes del norte de Marruecos en su mayoría, en zonas rurales del campo de Cartagena, y su contacto con otros hispanohablantes ha sido muy limitado hasta que empiezan el colegio. Un reto que los docentes sacan adelante con «mucho esfuerzo y dedicación, pero con unos recursos muy limitados», relata Rafael Pérez, docente del centro público, con un 75% de alumnos de origen extranjero. Una situación que no es excepcional, y que comparten en otros centros de Lorca, Fuente Álamo, diputaciones de Cartagena y Beniel, entre otros municipios murcianos.
El colegio de Roldán dispone de un aula de acogida y otra de compensatoria, que se quedan escasas, donde los escolares empiezan a aprender sus primeras nociones de castellano. «Todos los recursos son pocos, porque requieren mucha atención y esfuerzos. Cuando eran una minoría en el patio aprendían más rápido, pero ahora es más complicado», cuenta el maestro, para quien la visita de antiguos alumnos que han llegado al instituto supone una «gratificación enorme a todo el esfuerzo».
En el colegio San Cristóbal de Lorca, el 90% de los 469 alumnos matriculados son hijos de familias de origen extranjero. Su directora, María Luisa Sánchez, ha reclamado a la Consejería de Educación la construcción de un nuevo pabellón en el centro para albergar una tercera línea completa. De esta manera «no tendríamos presión en las ratios y conseguirían una mejor atención educativa e individualizada sobre todo para alumnos que vienen con desconocimiento del idioma».
En otro de los colegios de la zona, el Juan González, con capacidad para 400 alumnos, hay matriculados casi 600. «Tenemos tres líneas en casi todos los cursos, pero este colegio fue creado para dos» aseguró su directora, María Dolores García. Para estirar el colegio han tenido que renunciar a espacios comunes, como las aulas de psicomotricidad y la sala de usos múltiples y reducir al mínimo la sala para tutorías. «Necesitamos más profesorado y más espacio», reclama.
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