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ALEXIA SALAS
Lunes, 2 de julio 2007, 02:53
Sin domador en la pista y con tres grandes bestias del blues sueltas por Jazz San Javier en la segunda noche. Alerta uno. El enorme y arrollador Popa Chubby, rey del blues de Nueva York, hizo rugir su guitarra a golpe del complejo sonido urbano del Bronx, que aúna el blues eléctrico, el rock, el punk, el hip hop y el rythm&blues. Enérgicas espirales, radicales cambios de ritmo y agudos punteos mostraron a un Popa Chubby más inspirado que en su última aparición en San Javier, hace 5 años. Puso a sus pies a un auditorio que siguió sus punzantes andanadas de blues, tan extremas como su persona.
Se descubrió además como un gran cantante en los temas más contundentes, cuando sacó su rugido roquero, pero reveló también al baladista que lleva dentro de esa descomunal corpulencia blancuzca con cabeza pelona, como un enorme bebé travieso. Ese lado desvalido que llevan adherido los seres descomunales se dejó ver aún más con la voz medida, casi de barítono, que mostró en las baladas roqueras. Chubby versionó clásicos, desde el ineludible Hey Joe hasta algunos populares, con su pátina lacerante y desgarrada, que se impone en su formación de trío, sobre bajo y batería discretos ante la contundente presencia del rey del blues neoyorquino, que rendía homenaje a su adorado Hendrix.
Ni un respiro
No dio ni un respiro en las dos horas de directo que culminaron en un encuentro impagable con el guitarrista Javier Vargas, un clásico del blues español, que también pasó hace años por San Javier con su Vargas Blues Band, y el genio nacional del Hammond, Mauri Sanchís, las otras dos bestias de la noche. En el choque de fuerzas, el neoyorquino impuso su toque arrollador frente al estilo trágico y pausado, de notas largas, de Vargas. Con el aura mágica que da el órgano, Sanchís ya había demostrado en la primera parte de la noche su soltura en el blues y el soul. Sentado a la bestia, como llamaba Jimmy Smith al Hammond B3, la otra bestia de la noche apabulló con temas como cookin, realmente orgánico, vital y muy funky, o Lights, que dedicó para terminar a su hijo aún no nacido, una balada aérea preciosa de textura acolchada.
Ya le había dedicado a su mujer Dream, un tema que comenzó solo con la capacidad envolvente del Hammond y se engrandeció después con toda la banda en uno de los momentos más lúcidos del concierto. Este alcoyano de corazón negro sacó partido de ese inexplicable sonido orgánico a pesar de que su Leslie, el altavoz que genera ese sonido rebote característico de las iglesias, le produjo algunos sudores.
Sanchís ofreció un concierto de primera clase, con versiones de finales apabullantes, ritmo feroz y cruces mágicos, como el que sostuvo con Javier Vargas, un duelo de blues inolvidable de unos 12 minutos de duración para quitar el hipo. Sanchís domó a su bestia para llevarla al terreno bluesero de Vargas, quien después se dejó arrastrar dentro de las fronteras del soul y el smooth jazz, donde mejor se mueve el alicantino.
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