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FRANCISCO MÍNGUEZ
Jueves, 29 de marzo 2007, 03:50
Existen sensaciones que vividas en profundidad y con autenticidad resultan indescriptibles. Pues ahí está, justamente, esa maravilla que es, en Cartagena, salir de capirote. Salir de penitente. Echarse a la calle a contemplar la realidad, la vida misma, tras los orificios del capuz, en perfecto orden y bajo el anonimato que da el llevar la cara tapada y formar parte de un conjunto que únicamente puede mantener su éxito, su glamour, su fama, como tal equipo. Como tal tercio de ésta o aquella agrupación. Maravilla que es, de capirote, vivir la procesión en esa soledad propia ante una multitudinario gentío que te acompaña, sin saber que te acompaña, mientras que tú, capirote, paso acompasado, reflejos alerta y, en muchos, una oración en los labios con el alma llena de emociones, caminas ante él.
No existe nada igual a participar en nuestras procesiones en esa «clase capirote» que antaño llamaban a los que salían, entonces, como mercenarios del capuz y el hachote y que tras ir constituyéndose en agrupaciones a partir de la segunda década del siglo pasado, fue ya durante la época dorada vivida por las procesiones, tras la guerra civil, cuando Miguel Hernández Gómez, alcalde que fue de Cartagena y sanjuanista marrajo, el que marcializó los tercios de penitentes tal y como hoy los conocemos con la disciplina y el orden como bastión ejemplar.
Una tarea que, desde entonces, ha contado con multitud de colaboradores, prácticamente uno por cada capirote que desde aquellos años han estado formando parte de cada tercio, pero, singularmente, dos de ellos se han convertido ya en auténticos mitos. De lo procesionista y de lo cofrade. Cosas aparentemente iguales en la forma pero completamente distintas en el fondo. Dos, además, sanjuanistas. Uno californio, Julio Ortuño Aparicio y otro marrajo, Juan Pérez-Campos López.
A estas tres personas le debe, y mucho, la Semana Santa de Cartagena en cuanto a esa característica, realmente única, del orden de sus procesiones. Gracias a ellos son muchos los que cada año, cada Semana Santa, se vuelven locos por un hachote.
La maravillosa locura de salir de capirote en las procesiones de la Semana Santa de Cartagena.
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