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CÉSAR COCA
Viernes, 13 de octubre 2006, 03:07
A Orhan Pamuk le pusieron ese nombre en recuerdo del segundo sultán otomano, que destacó por no acometer grandes empresas y haber tenido una vida sin ningún episodio de relieve. La filosofía de la madre del escritor, la recomendación que siempre dio a sus dos hijos, era sencilla: «Sed normales, sed mediocres, sed como todo el mundo. Nunca llaméis la atención». Un consejo inútil. Desde ayer, Orhan Pamuk (Estambul, 1952) forma parte de la Historia. La Academia sueca la ha concedido el Nobel de Literatura, el galardón más prestigioso del mundo (dotado con 1,1 millones de euros y la inmortalidad), por una obra que, «en la búsqueda del alma melancólica de su ciudad natal, ha descubierto nuevos símbolos para el choque y el entrelazamiento de las culturas». Abundando en esa misma idea, el escritor destacó nada más conocer el premio que éste es un mensaje contra quienes defienden la existencia de un choque de culturas, que ha supuesto «la muerte de muchas personas».
La Academia sueca no sorprendió a nadie en esta ocasión. El autor de la recientemente publicada Estambul. Ciudad y recuerdos figuraba en cabeza en todos los pronósticos. La relevancia política de Pamuk, su defensa de la necesidad de tender puentes entre Oriente y Occidente y el hecho de que nunca se había premiado a un turco -«ser el primero podría convertirse en una carga adicional», ha comentado- se sumaban a una obra de calidad incontestable, traducida a 34 idiomas y distinguida con numerosos galardones en los últimos años.
Unas distinciones que han debido de hacer reflexionar a la anciana madre del escritor sobre lo erróneo de los vaticinios con los que pretendía desviar al pequeño de sus dos hijos de una vocación artística que éste defendía con ardor. Sin embargo, hasta los 20 años esa vocación era la pintura. Fue a esa edad cuando Pamuk optó por la literatura. Cambiaría los pinceles por la máquina de escribir, pero seguiría pintando la ciudad de Estambul. Hasta entonces, su vida había sido la propia de un hijo de familia acomodada aunque venida a menos, que creció en un ambiente al abrigo del islamismo que ya pujaba por convertirse en hegemónico en un Estado que, paradójicamente, tiene a gala su carácter laico. El futuro Nobel de Literatura se matriculó en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Estambul, pero no llegó a terminar los estudios. Más tarde, cursó los de Periodismo, que sí acabó, aunque nunca ha ejercido esta actividad de forma profesional.
Izquierdista
En sus años universitarios, Pamuk se vinculó a movimientos izquierdistas. Ya entonces empezó a desoír los consejos de su madre respecto de la conveniencia de pasar inadvertido. En 1974 fue uno de los escasos manifestantes que se presentaron ante el consulado español en su ciudad, atendiendo la convocatoria internacional de protesta contra la ejecución del anarquista catalán Puig Antich. Una década más tarde, formó parte de una misión de escritores -en la que también estaba Harold Pinter, Nobel de Literatura en el 2005- que viajaron por toda Turquía para hacer un informe sobre las tropelías de la dictadura militar que aún estaba muy reciente.
Por aquellos años, primera mitad de los ochenta, era aún un escritor de obra escasa (sólo las novelas Cevdet y sus hijos y La casa del silencio) pero ya había conseguido despertar el interés en su país. Fue a comienzos de los noventa cuando la publicación de El libro negro y El astrólogo y el sultán le convirtió en un autor conocido en Europa, donde los críticos lo compararon con Borges y Calvino.
Desde entonces, Pamuk no ha cesado de llamar la atención. Lo ha hecho con la defensa de una convivencia inteligente entre Oriente y Occidente. Al fin y al cabo, él se dedica básicamente a la novela, un género exótico en Turquía, y está convencido de que todo lo que ha hecho progresar a su ciudad a lo largo de los siglos venía de Europa. Pero eso tampoco le ha llevado a ignorar la visión simple, parcial y carente de perspectiva con la que Occidente ha tratado a Turquía, y que se traduce hoy en las trabas impuestas al país para su ingreso en la UE. Y ha llamado la atención, por encima de todo, con una literatura abundante en recursos, muy trabajada en cuanto a aspectos históricos y que en algunos títulos, como Me llamo Rojo, está estructurada con la precisión de un mecanismo de relojería.
Críticas
Muy respetado fuera de su país, el premio Nobel no ha podido esquivar las críticas ni la persecución de algunos grupos extremistas en su propia casa. Los sectores más laicos le acusan de presentar a los musulmanes de una manera demasiado positiva; los integristas no le perdonan que confiese ser poco religioso y defienda valores occidentales -«temo menos a Dios que a quienes creen demasiado en Dios», ha escrito-, y los más nacionalistas no soportan su denuncia del genocidio armenio y kurdo. Todos creen hallar en sus obras, sobre todo en Nieve, su última novela, argumentos para acusarle.
Sin embargo, Pamuk no se considera un escritor político. Es más, elude pronunciarse sobre ello en entrevistas y apariciones públicas. Por eso, insiste en que si algunos habitantes de sus novelas son entrañables pese a sus ideas, no es porque comparta éstas, sino porque está convencido de que para hacer una novela hermosa «hay que identificarse con todos los personajes», incluso los más sombríos. Y tampoco hay que buscar demasiados elementos autobiográficos en sus obras, pese a que con frecuencia transcurren en los mismos escenarios donde ha pasado casi toda su vida. Al fin y al cabo, como dice un personaje de Me llamo Rojo, «no hay mentira a la que (el autor) no sea capaz de recurrir con tal de que la historia sea hermosa y nos la creamos».
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