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La célebre frase que un día, allá por el siglo XIX, pronunció la jurista, ensayista y derribadora de barreras Concepción Arenal, «odia el delito y ... compadece al delincuente», cobró una especial dimensión la noche del pasado 20 de junio, cuando un joven de Lorquí, guapo a rabiar, atlético, modelo, con todo el futuro por delante, cercenó con el filo de un cuchillo la vida de su padre y, de paso, laceró profundamente su propia existencia y la de todos sus familiares. En ese instante, situado en torno a las diez y media de la noche, y con ese acto homicida, ejecutado en un cuarto piso de un inmueble de la calle Gaztambide, en el madrileño barrio de Chamberí, Vicente H.R., de 25 años, tocaba el fondo de un profundo abismo al que, en apariencia, le acabaron arrastrando los graves problemas mentales que arrastraba desde unos años atrás.
Aunque deberán ser los expertos en psiquiatría que designe el juzgado quienes establezcan hasta qué extremo tenía este chico alteradas sus facultades mentales, y hasta qué punto puede considerársele o no penalmente imputable –esto es, responsable de sus actos–, son muchos ya los datos de la investigación policial y judicial sobre este crimen que apuntan hacia una grave alteración de sus capacidades volitivas.
Fuentes de toda solvencia consultadas por LA VERDAD afirman que Vicente estaba sometido a tratamiento psiquiátrico desde los primeros meses de 2016, en los que ya fue diagnosticado de psicosis aguda y trastorno bipolar. Aunque se encontraba sometido a tratamiento ambulatorio, las sucesivas crisis que fue padeciendo obligaron a atenderle de urgencias en varias ocasiones e incluso a tratarlo por espacios breves en unidades psiquiátricas hospitalarias. Y en alguna de esas ocasiones en las que se desestabilizaba llegó a protagonizar varios incidentes de cierta gravedad, como una vez en que tuvo que ser desarmado por su familia, tras empuñar un cuchillo en plena crisis, o el altercado que montó en pleno vuelo transoceánico, cuando retornaba a España de un viaje a Perú.
El pasado 15 de junio, apenas cinco días antes de producirse el homicidio, Vicente había sido conducido por sus padres al hospital Morales Meseguer para que fuera atendido en la Unidad de Salud Mental. El chico había abandonado el tratamiento y todo en su actitud y en su forma de comportarse aventuraba que iba a caer en una nueva crisis.
Aunque el especialista le puso un tratamiento y le dio cita para unos días más tarde con el fin de analizar la evolución de su estado de salud, Vicente se marchó a Madrid, donde llevaba un tiempo compartiendo piso con uno de sus primos y otro grupo de jóvenes y donde trataba de encauzar su vida en el mundo de la moda. Sin embargo, lejos de mejorar con el cambio de ambiente y de compañía, su situación mental pareció irse agravando por momentos, por lo que su padre, un electricista también llamado Vicente y conocido en su Lorquí natal por el apelativo de 'El Picolo', viajó precipitadamente hasta la capital de España para tratar de ayudarle.
La tarde del día 20, el joven llegó a su domicilio acompañado por su padre. Su primo Jesús contó más tarde a la Policía que ya en ese momento se dio cuenta de que Vicente no estaba bien, porque estaba llorando, y señaló que había pensado que estaba sufriendo «un brote leve».
Una hora más tarde apareció otra de las compañeras de piso, junto con una amiga, y ambas estuvieron tomando unas copas en el salón hasta que, hacia las nueve y cuarto de la noche, se marcharon todos a la calle, menos los dos Vicente, padre e hijo.
Jesús también relató que a las 22.26 minutos recibió una llamada de su tío, quien le pidió por favor que comprara un bocadillo y lo llevara a casa, porque su primo necesitaba comer algo. Pero nada más colgar se debió desatar el infierno, por razones que nadie conoce, ya que cuatro minutos después 'El Picolo' yacía en el suelo, mortalmente herido por una profunda cuchillada en el cuello.
Cuando las primeras patrullas policiales llegaron al lugar, alertadas por varias llamadas de los vecinos del inmueble, que advertían de que había una fuerte pelea en uno de los cuartos pisos, ya poco se pudo hacer por el vecino de Lorquí. Los agentes llamaron a la puerta y se toparon con la aterradora imagen de un chico, vestido solamente con unos calzoncillos y cubierto de sangre por completo, que les abría la puerta y seguidamente se sentaba en el rellano balbuceando frases sin sentido.
Mientras unos policías lo custodiaban y trataban de tranquilizarlo, otros dos accedían a la vivienda, que estaba completamente revuelta y con algunos muebles destrozados por efecto del que debió de ser un terrible forcejeo a vida o muerte. En el suelo de la cocina se encontraron a 'El Picolo' tirado sobre un gran charco de sangre, pero todavía con un hálito de vida, lo que le permitió medio incorporarse contra la pared del pasillo. Los agentes buscaron una toalla y trataron por todos los medios de atajar la intensa hemorragia, aunque pocos instantes después entró en parada cardíaca.
La intervención de los servicios sanitarios de emergencias, que habían llegado poco después, no sirvió para devolverle la vida.
Mientras su padre expiraba, Vicente, en la escalera, seguía soltando frases incoherentes, algunas advirtiendo de que «¡estoy poseído por el demonio!», y otras sosteniendo que «mi padre está loco y tiene un cuchillo», según relataron más tarde los policías. En un momento dado, al observar que subían otros agentes pertrechados con escudos, pareció asustarse y emprendió un veloz descenso en el que, al resbalar, derribó a varios funcionarios. Estos lograron reducirlo ya en la calle, donde presentó una gran resistencia. En el vehículo policial se autolesionó, golpeándose la cabeza contra la mampara, y ya en el hospital tuvo que ser sedado y atado a la cama para evitar que siguiera haciéndose daño.
Desde hace unos días está ingresado en el psiquiátrico penitenciario de Fontcalent, en Alicante, donde los especialistas le examinan para determinar cuál es su estado mental y si pudo cometer el crimen cuando no era dueño de sus actos.
Para su madre y su hermana, que al insondable dolor por la pérdida del cabeza de familia suman el derivado de ver a su hijo acusado del crimen y encarcelado, no parece existir duda de que Vicente no estaba en ese momento en sus cabales. Y el apoyo incondicional que le están mostrando es la mejor prueba de que no lo consideran un homicida.
En la misma línea se viene posicionando desde el primer momento su defensa, que ha sido asumida por el despacho Mariano Bó Abogados. Si los informes periciales confirman estas impresiones iniciales, el caso podría encontrar una rápida resolución.
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