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Pepa García
Viernes, 11 de septiembre 2015, 13:14
Con el escritor Paco López Mengual como cicerone de lujo y la tradición oral como rutómetro, comenzamos este recorrido por Molina de Segura. Un itinerario que muestra el pueblo con otros ojos, los de la curiosidad, la sorpresa y la leyenda alimentadas en las noches de verano desde las tertulias vecinales y familiares a las puertas de las casas. «Hay que echarle mucha imaginación, porque Molina ha cambiado mucho. Aquí ha habido un empeño constante en destruir lo antiguo para construir lo nuevo», asegura Paco López Mengual sobre una realidad palpable. Y emperrado en que no ocurra lo mismo con la literatura oral ni los recuerdos colectivos de sus ancestros, López Mengual organiza asiduamente visitas guiadas para grupos y ha publicado algunas de estas leyendas en 'La pistola de Hilarito y otras historias que me narraron'.
El recorrido comienza en la que hoy es la sala de exposiciones La Cárcel, el edificio más antiguo de Molina, con permiso de los últimos tramos de muralla recuperados por el Ayuntamiento. Allí, en la sala de lo que fue pósito real y cárcel desde sus orígenes (se remonta a 1604) y bajo las bóvedas de aristas sobre pilares que sustentan la primera planta, se cuelgan ahora las obras de artistas contemporáneos, pero hubo un tiempo en que colgó algo mucho más macabro y nada artístico. Sión 'El Judío' fue el hombre más rico que había en la zona allá por el siglo XVII. Entonces, el comendador de Murcia, con fama de cruel y fiero, visitaba periódicamente el pósito y revisaba las anotaciones. Un día, tras un detenido escrutinio, mandó llamar al patriarca de la familia judía conversa, quien pagaba unos impuestos nada acordes a su inmensa fortuna. Pese a su arrepentimiento y los ruegos de clemencia, el comendador juró que Sión nunca volvería a defraudar al rey. Lo atravesó con su espada y, para escarnio de los vecinos, mandó colgar la cabeza de la clave de la bóveda central y ordenó que nunca más saliera de ahí. Treinta años después, muerto el comendador, se descolgó la cabeza, pero se cumplió su orden. Hoy, dicen, la cabeza está tras uno de los muros que fueron gemelos en La Cárcel y una pequeña argolla permanece donde estuvo de la que colgó la testa. Lo cuenta como si lo estuviera viviendo Paco López, que asegura que cuando hace la declaración de la renta se acuerda de Sión. Como también recuerda que la mayor parte de las veces, este edificio secular que hoy alberga también la biblioteca Mercedes Mendoza y, por poco tiempo, parte del Archivo Municipal, fue cárcel y calabozo, dando cobijo a los presos que, con bolas y cadenas, se dirigían caminando de Mula y Cieza hasta Murcia; así como presidio de republicanos y nacionales durante la contienda civil. Desde mediados de los 80 es un espacio dedicado a la cultura y hay que detenerse en su fachada para apreciar el escudo con el toisón de oro de Felipe V, que desde la fachada le da su carácter real, y una obra del artista molinense Pepe Yagües por el centenario del Quijote.
El Casino
La siguiente parada es en el Casino, un edificio de los años 70. Construido a principios del siglo XX, fue derribado para levantar el nuevo, en el que la ultracatólica y ultraconservadora localidad («en las elecciones de 1936 ganó el Frente Popular y en los años 50 había más religiosos censados que en Ciudad del Vaticano», recuerda el escritor) comenzó a abrirse. Fue cuando en 1948 el régimen de Franco permitió que por primera vez se celebrase el pagano Carnaval. Entonces, Antonio Sánchez el 'Cura Cipote' inició un complot para reventarlo. Sin apoyo del alcalde ni del presidente del Casino, coartó a sus feligreses con un sermón incendiario que dividió al pueblo en dos. No contento, convocó el día de la fiesta un rosario en la plaza del Caudillo (hoy de la Constitución o el Casino) y, cuando el baile de máscaras estaba en su punto álgido, tres acólitos del Cura Cipote disfrazados de marineros inundaron la sala de pimienta provocando una estampida con heridos. Mientras, con la cruz en alto y sonriente, los esperaba en la plaza para recibirlos anunciando una nueva victoria del Cristo sobre el diablo. «Era sabido que este cura boicoteaba las fiestas en casas, quitándoles los plomos. Trabajó mucho para mantener la moral cristiana en Molina», ironiza López Mengual antes de salir del Casino, por el que han pasado ilustres españoles como Paco Rabal y Camilo José Cela y que ahora languidece por falta de socios.
El cuento andado continúa a muy pocos metros, en El Retén. El actual edificio sustituye desde época reciente a otro de principios del siglo XX. Su historia encandila. Es la de Lolita Cuenca, la primera telefonista que se instaló en el pueblo. Una atractiva chica de Era Alta que vestía ropas de colores a la moda parisina, conducía su propio carruaje y despertaba envidias. Una mañana de 1926, Lolita Cuenca no se incorporó a su puesto ni salió a la calle. Alertada la Guardia Civil, la descubrieron muerta con una escopeta a su lado y semidesnuda. El primer sospechoso fue el indiano Cayuela, que llegó de Cuba a la tierra de sus ancestros. Cayuela mantenía una relación amorosa con la joven y llegó a admitir que la escopeta era suya y que Lolita se la había pedido. Sin embargo nunca confesó haberla matado, pese a los persuasivos interrogatorios. Nunca se supo lo sucedido y, por falta de pruebas, Cayuela quedó libre y volvió a emigrar. Pero, desde entonces, en el edificio del que ya solo quedan historias, sus ocupantes siempre sintieron la presencia de Lolita y olieron el humo de sus cigarrillos, como pidiendo, dicen, que alguien resolviera su crimen.
También la calle Mayor, por la que pasó Alfonso XIII camino al exilio, ha sido protagonista de otra historia que dio fama al pueblo de tener habitantes de navaja fácil. Fue a la altura del actual número 65. Allí perdió la vida a navajazos El Querido, el hombre más apuesto de Molina. Alto, rubio y de ojos que enamoraban, una noche de verano tormentosa fue asaltado por un desconocido que acabó con él. Sobre el suelo pasó la noche desangrándose bajo la lluvia. Entonces, la sangre tiñó la tierra de rojo y, durante años, cada vez que llovía, se convirtió en una distracción infantil acercarse al lugar de los hechos. Dicen que con el agua brotaban pompas rojizas del suelo, una pompa por cada marido burlado. «Eso ocurrió hasta que la calle se asfaltó y la historia de El Querido quedó sepultada», concluye Paco.
Un poco más adelante, en la calle Ancha, nació la más célebre vecina que ha dado esta tierra: Charo Baeza. «Dicen que para ser un famoso de talla mundial hay que salir en Los Simpson y solo lo han conseguido cinco españoles: Pau Gasol, Plácido Domingo, Javier Bardem, Ferran Adrià y Charo Baeza», detalla López Mengual. Niña con unas asombrosas cualidades para la guitarra y el cante, su padre, republicano, se vio obligado a exiliarse. Ya en Madrid, el guitarrista Andrés Segovia conoció a Charo y se convirtió en su maestro. Alumna predilecta y niña prodigio del primer cine, con 15 años casó con el músico Xavier Cugat y se estableció en Nueva York. Charo Baeza, a la que apenas se conoce en su pueblo, recorrió los teatros del mundo, conoció a las estrellas de la época, firmó números uno mundiales, actuó en superproducciones de la época y salió en 20 episodios de 'Vacaciones en el mar'. Hoy vive en Hawai y mantiene durante tres meses un espectáculo en Las Vegas. Cuentan, dice el escritor, que a los murcianos que van a verla les deja entrar a su camerino y que a todos pregunta si le han llevado un pastel de carne.
Bandoleros
Casi sin movernos de sitio, vemos lo que fue la antigua barbería de El Raspajo. Hoy solo hay una persiana metálica frente a la que se han llegado a congregar más de un centenar de personas atentas a las hipnotizantes historias que cuenta Paco López Mengual. Aquí nos recuerda la historia de Hilarito, un joven, aficionado desde niño a lo ajeno, que se convirtió en perseguido bandolero cuando le robó toda su caballería al propietario de la finca Casa del Rey. Escondido en lo más escarpado y deshabitado de la Sierra de la Pila, logró reunir en una banda a los malhechores refugiados en las cuevas. Escurridizo y muy hábil, sus continuos atracos a viajeros puso precio a su cabeza, como en el antiguo oeste. Bravucón y madrero, Hilarito acudía con frecuencia a la calle de Los Pasos para dar las buenas noches a su madre, sin que las autoridades lograran atraparle. Y una tarde tuvo la chulería de acudir a la barbería del Raspajo a afeitarse. Con una inmensa navaja, amenazó al Raspajo y a los clientes. «Los hijos del barbero me han contado que fue el mejor afeitado del Raspajo e Hilarito quedó tan contento que pagó 8 veces el importe del servicio». Con el dinero acumulado durante años de pillaje, Hilarito y su banda decidieron marchar a Orán y establecerse allí como hombres de bien. Sin embargo, un último golpe a un millonario de Alicante le costó la vida por la traición de uno de sus secuaces. Entonces tenía 26 años y la historia llegó a Molina años después de la mano de un ciego que contaba historias por toda España.
La ruta pasa junto al Santo Sepulcro y frente a algunas de las pocas casas de principios del XX que permanecen en pie en Molina, donde López Mengual recuerda la devoción que en su pueblo se ha tenido siempre a San Pascual Baylón, «el santo más útil», asegura. «Si le rezas todas las noches un padrenuestro, dicen que cuando te va a llegar la hora a ti o a alguno de la familia, el santo da tres golpes en la puerta para avisar con días de antelación» y, comenta el escritor mercero, son muchos los testimonios que en Molina hay de este tipo.
El itinerario sigue por la calle Juan Antonio Prieto hasta la Iglesia de la Asunción, la más antigua del pueblo, y la plaza de la Iglesia, donde López Mengual sigue desgranando historias, la reliquia salvada de la quema, el meteorito que amenazó la torre de la iglesia... Pasa por la Oficina de Turismo, donde se ha recuperado un lienzo de la muralla medieval, y continúa por la calle Pensionista hasta la plaza de Cristo Rey. Hasta ella llegó El Cid y por allí vivió uno de los pocos exorcistas autorizados en España, el cura rockero Salvador Hernández Ramos; subiendo hacia La Maita, cuenta los sucesos paranormales de la calle de las Calaveras, el entramado laberíntico de pasadizos cargados de trampas, que horadaba el barrio del Castillo en tiempo de los árabes; la sabiduría de La Maita o el tesoro árabe que pudo hacer rica a su familia, pero que refulgió durante meses en las noches de luna llena sobre la huerta familiar.
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