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SERGIO GALLEGO
Sábado, 12 de septiembre 2015, 00:10
Sí, a mí también me gusta ir a El Pulpito a tomarme unos trocitos de hueva de mújol con almendras, una marinera y un plato de pulpo a la plancha. Sin ir más lejos, lo hice la pasada semana y, la verdad, es que a la tercera cerveza a uno le entra ese gusanillo de querer tomarse la tarde y seguir pidiendo tapas en la barra. De hecho, me parece increíble que no le hayan copiado la técnica de pasar el pulpo por la plancha media docena de bares de la zona, ya que creo que es uno de los bocados imprescindibles del centro de la capital.
Pero si nos salimos de ahí, si despegamos el codo de la barra y nos sentamos en la terraza-comedor, la cocina y el servicio en mesa merman la calidad de la experiencia gastronómica, sobre todo cuando el ajetreo del comedor adquiere el nivel culmen de trasiego. Como si no estuviesen preparados en cocina para tanta gente. Y lo que es peor, los platos salen igualmente, sin que haya un supervisor -jefe de cocina- que haga de filtro cuando, por ejemplo, los ajos y los piñones de unas almejas al ajillo salen carbonizados o las alcachofas salteadas con gambas no han visto ni una pizca de sal y están totalmente insípidas.
Para mí es otro ejemplo de un gran bar de tapeo murciano, situado estratégicamente, que quizás no ha sabido gestionar el magnífico éxito que tiene como corresponde. Prueba de ello es, y permítanme que me ponga estupendo, las cinco o seis veces que un camarero se refiere a mí con la coletilla «a ver si me entiendes» para explicarme cómo se cocinan algunos de sus pescados.
¡Ojo! No se equivoque. Estas formas de tratar al cliente como a un colega me encantan, pero no en el comedor de un restaurante del centro de Murcia, ya que para mí, son más propias de la barra de un bar.
A lo que íbamos. Las ostras son frescas y perfectamente servidas en un plato con hielo picado para mantenerlas tersas y frías -a tres euros-. La ensaladilla de marisco, contundente y, el protagonista del día, el pulpo a la plancha, mejora con creces a su primo hermano de la zona de Denia, el seco, puesto que aporta matices tostados, sin perder la jugosidad y la ternura.
La croqueta de sepia en su tinta mantiene un sabor interesante y un rebozado original, aunque la textura de la bechamel no es cremosa, sino apelmazada. Con un chorrito más de leche, o de caldo de pescado, quedaría más suelta y jugosa.
Las gambas que utilizan para el salteado de alcachofas -y para casi todos los platos- son un espectáculo. Un gran calibre y un sabor muy interesante. Lástima que al plato le falte sal. «Lo dejamos con poca sal. Preferimos que sea el cliente el que se ponga a su gusto», me explica el propietario.
Otro alarde de producto son las almejas al ajillo, que si bien son acompañadas por piñones y ajos incomestibles por estar quemados, el marisco es de una calidad muy alta. Igual pasa con las cigalas -120 euros el kilo-, que abiertas en la plancha se muestran sabrosas y jugosas porque el calor solo le ha llegado por la parte de la cáscara. Bien hecho. En este caso son mediadas -11 euros la pieza-.
Termino con una buena cazuela de mero a la marinera, con toques predominantes de pimentón y un pescado suave, delicado y elegante. Para el café, una prescindible tarta de queso con sirope de fresa, en vez de mermelada.
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