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PEDRO SOLER
Lunes, 6 de julio 2015, 12:09
Ha querido rendir un homenaje al teatro romano de Cartagena, «que es el auténtico protagonista. Por esto, se contempla una narración paralela de las imágenes, desde que era un yacimiento, hasta que empiezan a aparecer sus gradas». Es la explicación que Salvador Torres atribuye a su exposición 'Theatrum', que, lógicamente, ocupa el espacio más adecuado: el Museo Teatro Romano en Cartagena. «También -confiesa el pintor- me voy como retratando a mí mismo, en diferentes etapas, porque yo observaba con frecuencia todo el proceso de recuperación. En definitiva, mis cuadros son un modo de contar una historia».
En total, veinticuatro obras, divididas en dos salas, en la que siempre está presente el teatro. Y «hay un par de hilos conductores. Uno es el pavo real, no como símbolo tradicional de la vanidad, sino de Juno, como diosa de la inmortalidad, sobre todo». Recuerda Salvador Torres que, «entre las ruinas recuperadas, hay un altar dedicado a Juno, en el que aparece en una columna un pavo real. Es como la inmortalidad del propio teatro, que ha permanecido oculto durante siglos, pero que, al hallarse, da a entender que tarde o temprano se ha recuperado su inmortalidad, y ha resurgido del olvido. El pavo real es hilo conductor de muchas de las obras expuestas, porque acompaña a los acordes que aparecen en ellas». El otro hilo conductor es la serie de variadas aves exóticas, que «aluden a los miles de turistas que llegan en cruceros a Cartagena, desde todas las partes del mundo. Es como el ir y venir de otras culturas y de elementos extraños a este teatro, desde el momento en que se erigió en la época del emperador Augusto».
Los significados atribuidos a los cuadros también apuntan «a otros elementos, que aparecen como algo imprevisto, como el monolito hallado en 2001, porque cada vez que se excavaba en una zona ha surgido la sorpresa entre los propios excavadores, y la expectación entre las gentes que seguían el proceso». Y el pintor no olvida la manzana gigante que aparece en muchos de los cuadros, «que puede relacionarse con Venecia o Nueva York, con el juego evidente de palabras de la 'gran manzana', y de ciudades como la misma Cartagena, cuando aparece algo imprevisto. La manzana alude también a la mitología de la discordia o de las Hespérides, las diosas de los árboles frutales, que habla de ese símbolo de la inmortalidad que aparecía en la mitología griega».
El proceso
¿Qué proceso informativo ha seguido, para poder ofrecer tales explicaciones? «En realidad, el proyecto pictórico empezó hace ya tres años, aunque, desde mucho antes, visitaba el yacimiento y me iba informando. Son ideas que surgían, pero que también tenía en el subconsciente. Ha sido como una manera de recoger un montón de flashes, y de darles forma de un modo concreto, porque me di cuenta de que ya tenía elaborado un discurso propio. Lo que debía de hacer entonces era materializarlo, puliendo los conceptos, para concretarlos más coherentemente».
¿Mucha dificultad para enhebrar mitología y pintura? «La verdad es que no, porque siempre me llamó la atención el hecho de que sobre ese teatro hubo muchas casas y calles, sobre las que yo había paseado. Era una zona para ir con los amigos. Cuando te das cuenta de que, al quitar un edificio, aparece un trozo de grada, te llega el concepto del palimpsesto, de escritura sobre escritura en el mismo pergamino. Y me gustaba pensar que sobre esa grada habitaba gente, que hacía su vida normal, sin saber que vivían sobre un edificio monumental. Es una serie de cuadros, que, inconscientemente, estaba madura antes de pintarla, aunque sin saber cuál podría ser el resultado final».
A Salvador Torres le ha emocionado de modo especial «la hipótesis de lo que debieron ser las representaciones al aire libre en tan monumental teatro, a cielo abierto. He querido tener esto muy presente, porque me emocionaba pensar en todas las capas sociales que acudirían a presenciar las representaciones o actuarían sobre el escenario».
Ese mundo clásico recuperado por el pintor no le ha impedido mantener su «fidelidad a la concepción de la luminosidad general, que desprenden mis obras. Es algo que ayuda a que sea más directa, porque explica la idea que contiene, lo que yo quiero contar. Hay una tonalidad de color que es la que manda, y, a partir de ahí, está supeditada a la historia que deseo transmitir. Es luminosa, porque las bases que utilizo son claras, con unos colores básicos, porque no me gusta elegir tonalidades raras».
El crítico José Alberto Bernadeau considera la pintura de Salvador Torres como «hiperrealismo intencionadamente fallido. Y es algo así. Me gusta esta idea, porque lo que no quiero es dejar atrás algún elemento del cuadro, que lo haga flaquear en el discurso que se propone. Lo que busco es que todo sirva para contar una historia».
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