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«¡Ven aquí! ¡Ven aquí que os mato a todos!». Si con este grito no era suficiente, José Mateo completaba la amenazante escena blandiendo un cuchillo tan ensangrentado como sus manos. Trataba de convencer a Justa, su madre, de que volviera al domicilio familiar del que había escapado cuando, supuestamente, su hijo asestó cuatro puñaladas con las que acabó con la vida de José Miguel, su padre.
Los hechos se produjeron sobre las 21.30 horas del pasado lunes en un bloque de viviendas humildes de Campos del Río, concretamente en la calle Escuelas, junto a un colegio y al consultorio médico. Casas prefabricadas que tienen su origen en el terremoto de 1999 que afectó a esta y otras localidades de la comarca del Río Mula. Una sacudida similar a los gritos que precedieron al fatal desenlace y que rasgaron la calma nocturna que reinaba en ese momento.
Los tímpanos de Ana María, vecina y amiga de Justa, no fueron ajenos al alboroto. «Cuando escuchamos los primeros chillidos, pensamos: ya están otra vez», afirmaba ayer con el rostro apesadumbrado. Según contaba esta testigo, las discusiones eran frecuentes en el núcleo familiar entre José Miguel, conocido en el pueblo como 'El Longanizas' o, simplemente, 'El Longui', y su hijo José Mateo, alias 'El Keto'.
Sin embargo, esta vez «la intensidad era mayor que a la que nos tenían acosumbrados», reconoce Ana María. Lo siguiente que escuchó fue la desesperación de Justa, que acudió a su casa buscando refugio. «Lo ha matado, lo ha matado», sollozaba en su puerta. Ana trataba de hacerle entrar en su hogar y ponerla a salvo de Mateo. Justa decidió, no obstante, regresar junto a su hijo ante la rebaja en la intensidad de los aullidos y maldiciones que este profería. Instante que aprovechó su amiga para avisar al 112 e informar de los hechos que se estaban produciendo.
«Ya lo he matado, nos hemos quedado sin padre», reconocía Mateo a su hermano Alfonso y su tío, según el relato de esta vecina. Ambos se encontraban en ese momento en la casa del segundo de ellos, contigua a donde tuvieron lugar los hechos, y salieron a la calle alertados por el escándalo producido. En el exterior se encontraron con un siniestro graffiti de color granate que el constante ir y venir de Mateo había dibujado sobre el suelo.
«Nos imaginábamos que algo así iba a pasar, pero nunca estás preparado», expresaba con tristeza Ana María. Esta se ocupaba ayer por unas horas de 'Blanco', el perro de Justa, mientras la viuda prestaba declaración ante la Guardia Civil. El can aún hacía ademanes de regresar a su hogar, a escasos metros de distancia. Quizá buscando a Justa, quizá a José Miguel. Uno de los dos no regresará jamás.
Con la llegada de los primeros agentes de Guardia Civil, Mateo cesó en su imparable frenesí. Las sirenas de los vehículos sustituyeron a los gritos. La calma después de la tormenta. Así, decidió entregarse sin oponer resistencia alguna a la Benemérita. Mientras, los integrantes de los servicios sanitarios trataban, en vano, de reanimar a José Miguel.
El fallecido vivía anclado a una silla de ruedas desde que empeoró, hace ya tiempo, de una lesión que le provocó un grave accidente de moto cuando era joven. Su mujer era la encargada de ayudarle en sus desplazamientos por el pueblo aunque, según varios testimonios, cada vez era más raro distinguir a la pareja por las calles de la localidad.
Otros residentes de Campos del Río coincidían en que, a pesar de la dureza del acontecimiento, no resulta tan sorprendente. «El hijo tenía algún tipo de trastorno mental y consumía drogas», aseguró un vecino que prefiere permanecer en el anonimato por miedo a represalias. «Si ha sido capaz de hacer esto, ¿de qué no lo será?», reflexionaba, temeroso. «Lo del 'nervio' lo tenía desde pequeño», apostilló otra transeúnte. «Además, creo que estuvo en la cárcel, supongo que por las denuncias que acumulaba por pegar a su padre», intervenía de nuevo el primero.
José Mateo, de 29 años, es el mayor de los seis hermanos que conforman el linaje de Justa y José Miguel. La familia llevaba siendo atendida por los servicios sociales del Ayuntamiento desde el año 1995. «Siempre hemos estado ayudando en la medida que hemos podido», subrayó ayer, en rueda de prensa, María José Pérez Cerón, alcaldesa de Campos del Río.
La regidora hizo hincapié en la consternación que el crimen ha causado en el municipio. «Esto no tendría que haber pasado», remarcó. «Estamos hablando de gente joven, gente que tiene un futuro y que se le hunde en un momento determinado». Pérez Cerón insistió en que, por el momento, no tienen claro cuál podría haber sido el detonante del asesinato: «No sabemos qué es lo que acontenció para que ocurriera esa desgracia». Algunos vecinos, por otra parte, apuntan al dinero como fuente de las habituales discusiones que enfrentaban a padre e hijo, aunque nadie parece poder afirmarlo con rotundidad.
Asimismo, la primera edil quiso rectificar los datos que inicialmente ofreció sobre este supuesto parricidio que ha estremecido la localidad, cuando afirmó que el fallecido era un maltratador. En declaraciones a los medios de comunicación, descartó que la víctima del crimen agrediera a sus allegados y explicó que ofreció esta información erróneamente, porque «me equivoqué de familia».
De hecho, fueron los padres del presunto homicida quienes en el año 2018 presentaron una denuncia contra su hijo por violencia doméstica, según explicó la alcaldesa. La actuación judicial conllevó el dictado de una orden de alejamiento del joven que el pasado lunes supuestamente mató a cuchilladas a su padre en el municipio. Una medida que, finalmente, quedó sin efecto al desistir los progenitores de ese procedimiento.
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La alcaldesa recalcó que el acusado «no parecía un chico violento» y que no existen más denuncias ni quejas sobre él por parte de los vecinos. «No salía mucho. En la época de pandemia estuvo todo el tiempo en su vivienda, con su familia, y no hubo problemas», argumentó. «No sabemos qué ha podido pasar para que se desencadene esa situación tan lamentable».
A la espera de que el informe del forense confirme o desmienta la versión que sostienen varios testimonios, fueron cuatro. Cuatro. Cuatro puñaladas acabaron con José Miguel. Una en el cuello, tres en el vientre. Cuatro cuchilladas que desgarraron su cuerpo y su vida, pero también la de su pareja y quién sabe la de cuántos más. Faltaban apenas dos días para que José Miguel cumpliera 55 años, pero lo impidieron cuatro. Ya no habrá celebración. Tampoco más cumpleaños. «¿Qué tengo que hacer ahora? ¿Mando a mi hijo a la cárcel?», preguntaba Justa, con irreparable dolor, a su amiga.
¿Y qué le contestó ella? Ana María tragó saliva antes de responder. Las cuatro cuchilladas parecían atravesar también su esófago antes de que la voz pudiera brotar de la garganta. «Yo le dije que haga caso a su corazón». Un corazón desgarrado por cuatro. Por cuatro cuchilladas.
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