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Sonriente, con las mangas de la camisa algo remangadas y sin más lesiones visibles que una pequeña rojez sobre el entrecejo, el aún en funciones párroco de Alguazas espera a LA VERDAD para contar cómo está y qué ocurrió durante el robo con fuerza ... del que fue objeto tan solo 30 horas antes.
«Estoy bien, estoy bien», repite una y otra vez Julio Romero con una expresión que acompaña a la perfección el mensaje. «Volví a Alguazas a dormir y he dormido mejor que muchas noches», cuenta tranquilo, y añade: «Con esto tengo que seguir y no es algo que haya dejado una huella que necesite tiempo para curar».
Insiste el también delegado episcopal de Cáritas, en cuyas dependencias se desarrolla este relato en primera persona, en que los tres encapuchados que robaron en la casa parroquial de Alguazas, y le agredieron en ella poco antes de las cinco de la mañana del martes, no le causaron daño de gravedad alguna. Apenas unas rozaduras en los brazos y un pequeño golpe en la cara. «Tengo aún el susto en el cuerpo, pero pude controlar la situación y les hablé con normalidad en los poco más de cinco minutos que duró todo», asegura el sacerdote. Precisa cómo uno de los asaltantes le sujetó por el cuello para que no se moviera, y que la leve rojez de su cara fue resultado fortuito de un forcejeo. «No me maltrataron ni me empujaron», matiza el párroco, que en septiembre se mudará a San Juan Bautista, en Murcia, según notificó hace una semana el obispo de la Diócesis de Cartagena.
Durante el forcejeo, vio parte del rostro de uno de los encapuchados, pero no cree que sea suficiente para reconocerle. «Cuando me desperté con el ruido y me levanté de la cama, ya los tenía encima», explica, y añade que solo entraba por su habitación algo de claridad que provenía del pasillo.
«Iban a lo que iban, buscando dinero y oro». Que él viera, no portaban armas. Enumera Julio Romero el botín conseguido por los tres encapuchados, ya que a él no le consta que haya una cuarta persona involucrada en la investigación abierta que mantiene la Guardia Civil de Molina. «Se llevaron 300 o 400 euros del armario del despacho, de la colecta de la parroquia, unas monedas sueltas de uno de los cajones del despacho , el móvil, un anillo y la cruz» del cuello. En este punto pierde por un segundo la sonrisa y los ojos se le humedecen, golpeado por la pérdida sentimental de los dos objetos más personales.
«Tocó sin más que entraran a robar» unas personas que define como «pobres» que deben «buscar su futuro con un mínimo de dignidad». Desmiente que exista la posibilidad de que acudieran a la casa parroquial en busca de la recaudación que realiza un grupo de vecinos del barrio Nuestra Señora del Carmen, con el fin de rehabilitar su ermita.
En la misa celebrada en honor a la Patrona de este barrio de Alguazas, el 16 de julio, «los vecinos me dijeron cuánto más se ha recaudado este año, unos 1.500 euros, con la visita de la Virgen por las casas y con una rifa», explica. «Me limité a leer la cifra, que se suma a lo de años anteriores; imagina qué va a hacer ese dinero dos semanas en una casa». Y repite que robaron en la vivienda porque está en una zona aislada. El anterior párroco de Alguazas, Carlos Molina, «sufrió dos robos en ella y uno o dos en la iglesia», y el predecesor de Molina, Jesús Belmonte, evitó otro asalto.
Agradecido por las más de 200 llamadas recibidas en poco más de 24 horas y las múltiples muestras de cariño procedentes de personas de Alguazas, Cehegín, Caravaca, Alcantarilla y otros puntos de la Región en los que ha vivido, Julio Romero afronta los próximos días «con total normalidad». Su agenda no se ha movido un ápice, más allá de realizar gestiones propias tras sufrir un robo: denuncia, dar de baja la tarjeta, cambio de cerraduras en su vivienda y en la iglesia de San Onofre, «en la que no entraron», y conseguirse un duplicado del número de móvil. «Volví a Alguazas después de que me atendiera el médico en Molina, luego fui a dar una misa en Librilla y oficié dos entierros», cuenta.
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