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«Desde que la pediatra me dio la analítica de mi hijo, tengo mucho miedo. Le ha salido 2,50 de plomo y tiene poliquistosis renal, solo le funciona un riñón. Por eso, tenemos aún más inquietud. Voy a ponerme en contacto con su nefrólogo del Hospital Santa Lucía. Y aunque mi hijo tiene a su logopeda y a su fisioterapeuta en este colegio, me estoy planteando hasta un cambio de centro, porque este está rodeado de residuos», confiesa a LAVERDAD Paqui González a las puertas del colegio de educación especial Enrique Viviente.
Con el resultado de los análisis de metales pesados en una mano y dando la otra a su crío, David, de 13 años, esta madre, vecina de La Unión, pide que la Comunidad Autónoma y el resto de administraciones públicas tomen este asunto como prioridad. «No basta con haber echado una capa de hormigón en el patio», porque «hay una montaña de residuos al lado».
«Parece que estamos pidiendo limosna y pedimos simplemente salud. No queremos un colegio con luces de neón, solo la tranquilidad de un ambiente saludable. En la Comunidad nos dicen: 'Es que toda la vida ha estado el colegio ahí'. Pero yo no sabía esto de los residuos», explica sobre la detección de metales pesados en el patio y la investigación del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) por la radiactividad de la montaña de escorias de la antigua fundición de plomo El Porvenir.
«Hoy en día, este colegio no se habría abierto aquí. Entonces, si la escombrera sigue en estas condiciones, ¿qué hace abierto?», dice Paqui. Y se pregunta por qué Ayuntamiento y la Comunidad no realojan a los niños hasta que los dueños la cubran o eliminen.
Pedro Hoyos, padre de un alumno de 9 años y vicepresidente de la Asociación de Padres y Madres (AMPA), recuerda que, «según los expertos, ningún valor de plomo es seguro y que este metal afecta al desarrollo». Su hijo tiene 3,10 microgramos por decilitro de sangre y en la familias «ha sido un mazazo».
En el centro hay chavales con autismo y otros problemas de discapacidad intelectual. El chaval de Pedro, Juan Pedro, tiene 9 años y sufre un trastorno cognitivo. «Es pequeño de estatura y que tenga esta cantidad es muy preocupante», afirma el padre.
Hoyos lo achaca «al entorno» del colegio: «Solo hace falta mirar que está rodeado de desperdicios mineros, que además luego llegan por la rambla al Mar Menor», indica. Y apunta que «por el coronavirus, las ventanas tienen que estar abiertas para airear las clases y todo ese polvo contaminado lo respiran los niños».
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