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El científico Salvador Martínez, habituado a liderar numerosos proyectos de investigación, ya sabe lo que se siente en el otro lado, como voluntario de ... un ensayo clínico. Todo por obra de la Covid. El virus entró a finales de diciembre en su casa de Murcia, y terminó ingresado durante diez días en La Arrixaca. Allí no dudó en participar en un estudio que busca medir la eficacia frente a la Covid del defibrotide, un fármaco con un potente efecto antiinflamatorio y antitrombótico. La investigación la lidera el jefe de la Unidad de Terapia Celular del hospital, José María Moraleda. A los dos les une una larga trayectoria de colaboración.
«Me contagié en Navidad. A pesar de que cumplíamos con todas las restricciones, al final tienes más interacciones, y eso que solo nos juntamos con la familia. Empecé a tener pequeños síntomas, y el día 30 di positivo», recuerda este reputado científico, que ha dirigido el Instituto de Neurociencias de Alicante hasta hace pocos meses y es una de las figuras más potentes del Instituto Murciano de Investigación Biosanitaria (IMIB). Unos cinco días después del diagnóstico comenzó a notar un «cansancio extremo» y cierta dificultad respiratoria. «No le di mucha importancia, pero me hicieron una radiografía en Urgencias y me detectaron neumonía intersticial». Pasó la noche en Observación y volvió a casa. Pero la enfermedad iba a a peor, y terminó hospitalizado en La Arrixaca.
«Era la primera vez que ingresaba», confiesa. La experiencia le ha dejado «impresionado». Por su habitación, donde permanecía aislado, pasaban médicos, enfermeros y auxiliares agotados tras horas y horas bajo los equipos de protección (EPI). La tercera ola estaba ya colapsando los hospitales. «Tienen turnos demoledores de trabajo. Veías llegar a la enfermera por la mañana y era la misma que te había sacado sangre para la analítica por la noche. La veías un día, y al otro. Les preguntabas: ¿es que no libras? Y me respondían que no. Me impresionó ver cómo hablaban de su cansancio pero sin connotación negativa, sin protestar».
«Han sido encantadoras, muy profesionales, y transmitiendo calor a través de todas las capas de los EPI», recalca el científico. Allí, postrado en la cama y enganchado al oxígeno lo encontró su colaborador y amigo José María Moraleda, jefe de la Unidad de Terapia Celular y del servicio de Hematología de La Arrixaca. «Me dijo que por mis marcadores cumplía criterios para participar en el ensayo clínico del defibrotide, y no me lo pensé». Al tratarse de un estudio a doble ciego, en el que ni los pacientes ni los investigadores saben quién recibe el fármaco y quién placebo, desconoce si se benefició del tratamiento, pero lo cierto es que su recuperación fue muy rápida. «Podría haber terminado en UCI, porque tenía marcadores de inflamación muy altos, estaba sufriendo una infección severa». Pero ya sea por el fármaco o porque su organismo resistió, pudo volver pronto a casa.
El defibrotide es un medicamento utilizado habitualmente para tratar una grave obstrucción de los venas sinusoidales hepáticas que en ocasiones sufren los trasplantados de médula ósea. Moraleda y su equipo tratan de determinar si el fármaco, que protege el endotelio, puede evitar que las células inflamatorias del sistema inmune innato y adaptativo lleguen al pulmón y generen la tormenta de citoquinas que provocan la inflamación masiva y el síndrome de distrés respiratorio característico de la Covid. Salvador Martínez es optimista sobre los resultados de este estudio, que cuenta con financiación del Instituto de Salud Carlos III. Quizá su rápida recuperación sea una buena pista.
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