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A Julián Pérez-Templado (Murcia, 1948), ya exmagistrado del Tribunal Superior de Justicia de la Región de Murcia (TSJRM), la jubilación le ha durado lo ... que un caramelo en la puerta de un colegio. Desde su casa de la barra de Cabo de Palos, uno de los miradores más privilegiados del mundo, reflexiona sobre la justicia y las responsabilidades que asume como nuevo presidente del Consejo de la Transparencia.
–¿Qué lleva a alguien como usted, que lo ha sido todo en el mundo de la Judicatura, a asumir este cargo? ¿Es la necesidad de seguir sintiéndose útil, la convicción de que aún puede aportar algo o quizás solo se trata de un problema de cierta vanidad?
–No diría yo tanto como vanidad. Creo que más bien es que no sé hacer otra cosa. Soy un servidor del Estado. Llevo 47 años en la Justicia y ahora..., pues lo mismo, pero desde otro punto de vista. Seguimos en lo mismo.
–¿Qué piensa que puede aportar en concreto?
–Lo que se me pide: claridad, transparencia, que se sepa por qué la Administración hace las cosas, a quién y por qué se le adjudica un contrato, por qué se ha beneficiado a una empresa frente a otra... Hay muchas cuestiones que pueden pasar por mis manos y sobre las que puede existir un pronunciamiento.
–¿Le apasiona el reto?
–Me interesa. A estas alturas (estalla en una carcajada) la única pasión que ya me queda son mis siete nietos.
–¿Cómo cree que anda de transparencia la Administración? ¿Nos podemos fiar de su actuación, de su criterio..., a la hora de gestionar nuestros intereses y nuestro dinero?
–Estamos en una democracia y la transparencia no solo se supone; existe. Siempre puede haber errores o excesos, pero para eso hay una prensa libre y unos tribunales independientes. Desde ese punto de vista hay mucha más transparencia que en otras épocas, aunque todo es perfectible.
–Con la pandemia de la Covid se ha puesto muy en entredicho la labor de la Administración y, en concreto, del Gobierno central.
–Nadie estaba preparado para lo que ha llegado, así que no me vengan con monsergas de querellas. Es verdad que la Administración ha podido mandar a un médico o un enfermero sin guantes, sin mascarilla, a atender a un paciente, pero porque esos recursos eran insuficientes. Y si han enfermado habrá que indemnizarlos, evidentemente. ¿Pero es que los responsables de las clínicas, o el consejero o el ministro, son asesinos y van matando a la gente? ¡Por favor...! Por eso estoy completamente de acuerdo con la Fiscalía del Tribunal Supremo de que se archiven todas esas querellas. ¡Nadie tenía el menor interés en que alguien sufriera, enfermara, muriera...! Se ha hecho lo que se ha podido y como se ha podido. Y el comportamiento de nuestra clase sanitaria, y ahí quiero incluirlos a todos, ha sido ejemplar.
–¿No teme que cuando llegue al Consejo de la Transparencia solo halle un órgano vacío de contenido, meramente simbólico, y que sus dictámenes y requerimientos no sean escuchados?
–Hombre, si me han nombrado los mismos a quienes irán dirigidos esos dictámenes, pues pienso que se dejarán aconsejar. Se portarán bien. Seguro.
–¿Y si no lo hacen?
–Para ese caso siempre está la dimisión. Pero incluso si me tengo que ir lo haré con mucha discreción. Eso también lo adelanto.
–Pero usted no es un ingenuo. Sabe que a veces estos órganos se crean por una cuestión de imagen, cuando no para lavar las conciencias.
–Pues tal vez haya algo de apariencia. Claro que la propia palabra lo dice: transparencia.
–Sí, suena muy etéreo.
–Demasiado etéreo, sí. Muy inaprensible. Olor de incienso. Ya veremos. Trataré de que no sea así y de que me hagan caso.
–A usted yo lo definiría como un hombre progresista, situado en el ala que tiene una visión más social y humana de la Justicia. Pero ha sido propuesto para este nuevo cargo por PP y Ciudadanos y el PSOE, sin embargo, ha optado por otro candidato; como si albergara alguna duda sobre usted.
–Bueno, Emilio Martínez era un candidato con un currículo magnífico, por lo que entiendo perfectamente que lo hayan propuesto. Parece que hasta el lunes pasado todos los partidos iban en la misma línea, pero al final algo ha debido de pasar... No lo sé; yo de cuestiones políticas ni entiendo ni me interesan. Mi agradecimiento sincero a todos.
–Le hubiera gustado más salir por unanimidad, lógicamente.
–Unanimidad no; por consenso. Pero de veras que no pasa nada.
–¿Le ha dolido que su antecesor, José Molina, se haya alineado con el otro candidato?
–No, para nada. Yo lo respeto. Ya le digo que la de Emilio Martínez era una opción estupenda. Sí me ha sorprendido que diga que le han hecho la vida imposible.
–Porque usted no lo iba a consentir. ¿Es eso lo que quiere decir?
–Yo no voy a ser partícipe de ninguna cacería ni de ninguna sinvergonzonería. Ni voy a permitir que me hagan comulgar con ruedas de molino. En absoluto.
–¿Le preocupa no contar con los medios suficientes?
–Yo creo que sí los hay. Si han tenido 465 asuntos en cinco años y hay dos funcionarios y una auxiliar, pienso que los medios son suficientes, a priori. Puede ser algo bastante llevadero.
Nombramiento: «Hasta el lunes parece que todos iban en la misma línea y luego algo tuvo que pasar. Pero todas esas cuestiones políticas no me interesan»
Responsabilidad: «Ni voy a ser partícipe de ninguna cacería ni de ninguna sinvergonzonería»
Corrupción: «El ladrillo hizo mucho daño. La gente se confió y parecía que el dinero nunca se iba a acabar. Y se hicieron muchas tonterías»
Coronavirus: «Si iban médicos a tratar a pacientes sin mascarilla es porque no había, pero ni el consejero ni el ministro ni nadie es un asesino por ello»
–En su trayectoria como magistrado, de forma reciente además, ha dirigido algunas causas por presuntas desviaciones de poder de altos cargos públicos. De supuesta corrupción, vamos. ¿Piensa que en estos últimos años, en las últimas décadas, ha habido muchos comportamientos irregulares?
–El asunto inmobiliario, el ladrillo, hizo mucho daño. Y, sobre todo, confió mucho a la gente, que pensó que esa tremenda entrada de dinero no iba a tener fin y que cualquiera iba a disponer todos los meses de 5.000, 6.000 o 7.000 euros. Yo recuerdo el caso de un chavalín de 18 años, que quería alquilarme un apartamento y que haciendo cuartos de baño para Polaris World ganaba más que yo como presidente del Tribunal Superior de Justicia. Todo eso se desmoronó. ¡Cuántas veces me habré acordado de aquel chico, con la buena pinta que tenía, y me he preguntado qué habrá sido de él!
–De ese chico y de tantos 'esos'...
–¡De tantos 'esos', sí! Esto era una hermosura; era Jauja.
–Y eso también se transmitía a la Administración: siempre había alguien que pedía su parte.
–Claro. Y entonces se hacen tonterías. Aquí hemos llegado a construir autovías, paralelas a otras ya existentes, para dar servicio a urbanizaciones privadas que no existían y que al final no existen. En fin, disparates. Mucha alegría.
–Y muchas tentaciones y gente que se dejaba arrastrar por ellas.
–Pues sí.
–¿Usted hubiera puesto sus intereses en manos de aquellos gestores públicos?
–(Piensa la respuesta unos segundos). Pues le digo lo que antes, que todo es perfectible. No nos engañemos. Hay que aceptar que fueron años muy golosos para toda España y especialmente para esta zona.
–¿Con qué sensación se marcha de la Administración de Justicia?
–Me voy jodido pero contento (vuelve a reír). He sido un juez vocacional, han sido muchos años y me he tomado interés por mi carrera. Me la he tomado muy en serio. Y queda como un vacío... Así que me ha salido esto y me he dicho: pues vamos para allá. No me pagan, es verdad, pero ni falta que me hace.
–¿Inició su carrera con la idea de que existía la Justicia, con mayúsculas, y se va igual, o todo ha cambiado en ese tiempo?
–Las mayúsculas en todo lo humano son siempre relativas; son ideales. Es la lucha por la justicia, la lucha por conseguir que todo vaya mejor... Y la sociedad ha ido ganando en muchas cosas, como el respeto por la mujer, por los homosexuales, por los derechos humanos, por los inmigrantes... Se ha avanzado mucho. Baste con recordar que la primera mujer que entró en la Escuela Judicial, en la que estaban los jueces de Primera Instancia e Instrucción y los fiscales, fue en mi promoción en 1973: María Belén del Valle. ¡Pero es que hasta 1968 no podían ser juezas, ni fiscalas, ni notarias...!
–Quizás en lo que menos hemos avanzado es en el respeto a nuestros mayores, ¿no cree? A veces se les trata como si fueran un estorbo.
–Pues tal vez. Ahora, con esto de la pandemia, sí nos hemos acordado mucho de ellos.
–¿Es cierto, como se dice popularmente, que existe una justicia para ricos y otra para pobres?
–Eso es inevitable, como existe medicina para ricos y medicina para pobres. Estamos igualando los términos, pero queda mucho por avanzar en ese aspecto.
–Es que es tan difícil obtener una sentencia condenatoria contra alguien poderoso... Seguramente porque ponen a su servicio auténticos ejércitos de abogados, asesores...
–Claro, pero eso pasa aquí y en todo el mundo. Pero, bueno, aquí..., alguno se ha llevado un buen pescozón. Algunas torres altas ya han caído. La Justicia funciona, aunque nos está haciendo mucho daño todo lo del Consejo General del Poder Judicial y la forma de elección de sus integrantes.
–¿Cómo lo resolvería usted? ¿Con elección por los propios jueces?
–Sí, que las propias asociaciones de jueces sean las que los designan podría ser una solución. En mis inicios había mucha intolerancia en la carrera judicial y había auténticos energúmenos con los que tratar; algunos que ya no se sabía si durante la Guerra Civil habían estado en la retaguardia o en la vanguardia. Y aquello fue lo que originó la escisión de los jueces, porque nosotros pedíamos una representación proporcional: si los jueces más progresistas éramos un 30%, pues que nos reconocieran esa proporción. Pues no: mayoría absoluta y yo me lo quedo todo. Tipo inglés. Me parecía espantoso.
–¿Cómo podría explicar usted algunas situaciones que se han producido en la Justicia en los últimos tiempos, como el hecho de que algunas causas sobre corrupción hayan 'caducado', que se haya agotado el plazo legal para investigar sin que los jueces responsables se hayan acordado de las mismas durante meses o años? Me resulta inconcebible, además de bochornoso.
–Pues es verdad: resulta bochornoso. La idea de Rafael Catalá (el entonces ministro de Justicia, al instituir unos plazos máximos y muy perentorios de instrucción) no era otra que la de salvar a sus amigos; eso está clarísimo. Esos asuntos afectaban a quienes afectaban, y punto; no a un desgraciado a quien pillan robando un móvil, que rápidamente es juzgado y condenado
–La reforma iba dirigida a las grandes causas de corrupción y a tratar de que algún imputado se escapara por esa vía.
–Exacto. Pero es que también en la Administración de Justicia tenemos una forma de funcionar que..., en fin. Fíjese que aún no ha salido el juicio por aquel asunto que yo instruí y que afecta al expresidente Pedro Antonio Sánchez (el llamado 'caso Auditorio'). Yo cogí ese caso un 31 de enero y el 31 de julio ya estaba concluido y Sánchez procesado por tres delitos. Pues aún (tres años después) no se ha celebrado el juicio.
–Le insisto con la pregunta: ¿cómo podemos explicar a los ciudadanos que haya juzgados en los que este tipo de causas, de semejante importancia, se mueran a veces sin que se llegue a mover un papel?
–Una de las razones es el exceso de asuntos. A mí no me gusta compararme ni con los escandinavos ni con los árabes, que no sé cómo funcionan, pero si miramos a los países de nuestro entorno, resulta que tenemos la mitad de jueces que ellos. ¿Qué sanidad tendríamos si tuviéramos la mitad de medios que otros?
–Bueno, eso puede ser una explicación, solo pero en parte. Lo cierto es que al final el juez se ha olvidado de la causa más importante que tiene en su juzgado. Y eso ya no se explica por el exceso de asuntos. Un día le planteé al presidente del TSJ, Miguel Pasqual del Riquelme, si el problema no sería de falta de vocación de los jueces. Porque lo normal sería que cualquiera de esos asuntos fuera un reto profesional para el instructor, en lugar de tomárselo como un marrón.
–Bueno, hay juzgados y juzgados. Es verdad que tendría que ser un reto. Sí, sí, sí. Pero para eso hay que tener vocación y ganas.
–Y un poquito de...
–...de amor propio. El asunto más malo y perverso que yo he instruido nunca, y del que jamás he hablado, fue el de un juez que mató a su mujer en Ciudad Real. Era compañero mío. Le dio un golpe y la mató. Y él decía que no quería matarla y que eso le podía haber pasado a cualquiera. «A cualquiera que le pegue a su mujer», respondió otro compañero. Yo podría haberme abstenido fácilmente, porque el acusado era compañero mío, pero lo cierto es que no teníamos amistad íntima y por responsabilidad apechugué con el pastel junto a mis compañeros de sala. Acabó siendo condenado y el Supremo confirmó íntegramente la sentencia. Es uno de los asuntos que más disgustos me han dado en la vida, pero si tienes que hacerlo, lo haces.
–Hablando de transparencia y justicia. ¿No falta todavía un poco de lo primero en la segunda?
–Pues seguramente. A veces nos ponemos muy esotéricos, demasiado estupendos. Y a veces ni siquiera se nos entiende.
–Si el tiempo fuera de golpe hacia atrás, ¿volvería a ser juez?
–Tal vez sí; no me ha defraudado. Pero que los jueces ganaran un poco más (vuelve a reír).
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