![La increíble fuerza de la voluntad](https://s3.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/202112/05/media/cortadas/Imagen%20cruz%20roja%201-k0bE-U1601674685734NI-1248x770@La%20Verdad.jpg)
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Que el sentido común sea el menos común de los sentidos nos recuerda que el ser humano también puede parecer el menos humano de los seres. Así lo siente, en ocasiones, Leyre Martínez, voluntaria de Cruz Roja en el ámbito de personas mayores, discapacidad y teleasistencia durante más de tres años. En todo este tiempo, cree que ha ganado una felicidad «más duradera y real», fruto de compartirla con más gente y no enfocarse tanto en logros individuales. En cierto momento de su vida, un acontecimiento que prefiere no desvelar, la motivó a buscar algo con lo que llenar su tiempo libre. Y de su tiempo libre, pasó a llenar su alma.
No solo el interior de Leyre ha experimentado algún cambio desde 2018. El mundo ha seguido girando y no siempre ha mostrado su mejor cara. Peor aún: ha enseñado su lado más hostil. La llegada del coronavirus transformó la vida de la noche a la mañana. Y de la mañana a la noche transitó en cuestión de segundos esta voluntaria cuando escuchó que una de las mujeres a las que ella prestaba su ayuda, falleció en octubre del año pasado.
El mundo siguió girando con su incansable voracidad, pero el corazón de Leyre dio una vuelta de campana antes de volver a latir. Para el mundo, esa mujer era solo un número más. «Hoy ha habido tantas muertes por coronavirus», sonaría en el telediario de ese mundo que no da pausa, que no da tregua. Pero en esas muertes había vida. La que la señora que falleció en octubre había compartido con Leyre. Las vacunas han salvado a muchos, pero no llegaron a tiempo para todos. Siempre será demasiado pronto para unos y demasiado tarde para otros.
Pese a que ya no eran presenciales, Leyre siguió grabando sus clases de gerontogimnasia con la misma ilusión que antes de la pandemia. Ya no había abrazos ni besos, pero continuaron las conversaciones, esta vez a través del teléfono. Había distancia, pero también esperanza. «No pensaba que tanta gente pudiera sentirse sola», confiesa Leyre con tristeza. «Mucha soledad», concluye en referencia al sentimiento mayoritario que percibe en la tercera edad esta voluntaria. Curioso que pueda existir 'mucho' de algo que, por definición, es 'vacío'. Como si ese vacío pudiera hacerse más grande. Como si ese vacío pudiera llenarse con palabras.
Las maletas, en cambio, son fáciles de llenar, pero difíciles de vaciar. Cargado con varias vino Darwin Cabrera desde Colombia a España hace años. Y como mínimo una de ellas aún no ha terminado de descargarla. La solidaridad que transportaba la sigue repartiendo a día de hoy en Molina de Segura, liderando el proyecto de vulnerabilidad infantil de Cruz Roja. Mediante esta iniciativa tratan de ayudar a menores de edad en su etapa escolar. «Lo que más les cuesta suele ser el idioma», explica. Aunque las clases que prestan él y otros voluntarios sirven de refuerzo a los pequeños, muchas veces son estos últimos los que enseñan las lecciones más valiosas.
«Había un niño que presentaba grandes dificultades para sacar adelante el curso», recuerda Darwin. Aunque los esfuerzos que dedicaban en enderezar su rumbo académico parecían en vano, un día el muchacho apareció con el boletín de notas. En su interior, no había ningún resultado que estuviera por debajo del aprobado. «Era muy poco expresivo, pero corrió a abrazarme y me dijo 'esto es gracias a ti'», rememora emocionado. Esas notas eran mucho más que unos números para el niño, pero ese abrazo supuso mucho más que una muestra de afecto para el adulto.
Si algo no se puede negar a Darwin es su facilidad para transmitir pasión por lo que le gusta. Sus dos hijas, Valentina y Valeria, son también voluntarias de Cruz Roja, algo que «me inunda de felicidad». Sin embargo, la inundación provocada por la DANA de 2019 en Los Alcázares hizo germinar en él el sentimiento contrario. Acudió al municipio ribereño como refuerzo de Cruz Roja a la intensa labor de ayuda que había que desarrollar allí y el panorama desolador superó lo esperado.
«Nunca había deseado tanto tener 80 brazos», confiesa con la rabia aún contenida en sus palabras. ¿Qué es más improbable: encontrarse un Darwin con casi cien brazos o encontrarse cien personas como Darwin con solo dos brazos? A veces uno se lo pregunta y no tiene clara la respuesta. La ciencia avanza muy rápido, pero la solidaridad no tanto.
Sonrisas y lágrimas no solo es el título de un musical, sino que podría ser también el de la agridulce sensación que experimenta diariamente Ana Belén Amurrio, voluntaria de Cruz Roja en el ámbito de la ayuda humanitaria. Y es que el trato con las personas que acuden en busca de su ayuda tiene fecha de caducidad: las estancias fueron en su origen de hasta seis meses, pero actualmente se reducen solo a tres a causa de la pandemia. En casos muy especiales, como los de asilo político, pueden llegar al medio año con opción a que se extienda por otros seis meses.
«Despedirte de ellos sin saber cuándo o cómo vas a volver a saber de ellos es muy duro», relata esta joven voluntaria. No resulta raro que Ana reciba cartas a modo de 'adiós'. O de 'hasta pronto', prefiere pensar. Es la sonrisa previa a la lágrima que conlleva la marcha de alguien con quien ha compartido tanto en tan poco tiempo. Incluso traumas.
«Las historias que cuentan de cómo han llegado hasta aquí impactan y conmueven a partes iguales», asegura Ana. Para hacerse una somera idea de la angustia que llegan a padecer y del esfuerzo que algunos realizan para alcanzar territorio español, esta voluntaria explica que una de sus atendidas tenía miedo del grifo del agua. Un sonido con el que todos estamos más que familiarizados y que asociamos a frescor, a higiene, a limpieza. Pero esta mujer tenía pesadillas cada vez que brotaba el líquido a presión. «Le recordaba a cuando estaba montada en el barco y eran arrastrados por la corriente».
Una corriente que, afortunadamente, los ha conducido a un lugar en el que «se sienten como en casa». «Un día me prepararon un desayuno continental en agradecimiento a mi labor, cosa que me pareció desproporcionada en el buen sentido», dice con orgullo Ana. Pero tan pronto rinden homenaje a quien con justicia creen que lo merece, como abandonan el nido con la presteza de un ave que aprende a volar.
En cierto modo, es el día a día del voluntario: ayudar y enseñar a los demás para que algún día nunca más necesiten su ayuda. Trabajar para que llegue el día en que no sea necesario su trabajo.
Darwin Cabrera
Voluntario Infancia
Leyre Martínez
Voluntaria Personas Mayores
Ana Belén Amurrio
Voluntaria Ayuda Humanitaria
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