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Ignacio Rivera Quintana (La Coruña, 1965) preside desde mayo del pasado año el Instituto de la Empresa Familiar (IEF), una organización que integra a ... un centenar de firmas líderes en sus sectores en España. Este fin de semana se encuentra en la Región de Murcia con motivo de la reunión anual de las asociaciones territoriales. Una cita de trabajo en la que también ha habido tiempo para hacer algo de turismo, disfrutar de un café y hasta saborear una cerveza Estrella Galicia, la marca de referencia de su Corporación Hijos de Rivera, una compañía que elabora también vinos, sidra y licores, entre otras bebidas, y se ha hecho muy grande desde abajo. A la vez, ha cuidado bien del legado desde su fundación en 1906.
–Ustedes, la familia Rivera, con la sexta generación al frente, son un ejemplo inspirador para tantas empresas familiares, muchas pequeñas, a la hora de crecer.
–Hay muchas que lo son. Pero en nuestro caso estamos muy orgullosos de llevar casi 120 años desde que la creó mi bisabuelo. Y la verdad que cada generación tuvo sus retos, como todas las empresas familiares. Así, en los últimos años hemos pasado crisis económicas, la pandemia del covid, pero siempre la familia ha estado al servicio de la empresa, y nunca al contrario. Ese es un buen principio.
–¿Y en qué nivel de facturación se encuentran en este momento?
–Estamos rondando los 1.000 millones de euros en la actualidad, mientras que cuando empecé a trabajar en la empresa estábamos en 30 millones. Eso sí, todavía me quedan pilas, porque estamos todavía frescos para trabajar y conseguir nuevos objetivos.
–¿Cómo está la empresa familiar en España en este momento?
–Pues creo que está con mucha salud. Existe un proceso de transformación como en toda las industrias, pero España es uno de los países del mundo donde más empresas familiares existen, más del 90% del total, que representan el 70% del empleo y el 60% del producto interior bruto, que en el caso de Murcia se eleva al 70%. Con lo cual, tenemos muchísimas empresas familiares, aunque sean también de diferente tamaño obviamente, ya que hay muchas pequeñas. Por ello, quizás el gran reto que existe es la sucesión. Además, no es lo mismo pasar de primera generación a segunda que de tercera a cuarta. Porque el problema lo tenemos en las desapariciones (1,2% están en una tercera o más).
¿La figura del empresario tiene el reconocimiento que debiera?
–Creo que tienen mucho valor. En nuestro caso tenemos una visión a largo plazo. El empresario familiar cuida de su origen, hace cosas por su tierra. Existen muchos ejemplos de empresas importantísimas que cuidan de su lugar, de las personas. Son generaciones las que pasan por la compañía, igual que pasa con los propietarios, y se hacen vínculos a largo plazo. Porque creemos en las relaciones con nuestros clientes, aliados. A veces son muchas cosas que no se toman en cuenta, pero hay un impacto positivo en la sociedad. Aunque es cierto que a veces no se ve ratificado, porque escuchas cosas raras sobre el empresariado, o porque no hay un diálogo claro.
–¿Los dirigentes públicos deben escuchar más a las empresas?
–Para tomar una decisión del gobierno, del ámbito y color político que sea, es importante escuchar. Desde luego, yo me inspiro al preguntar y oír a las personas, aunque pueda parecer que está lejos de mí. Eso es algo de sentido común, ya que hace que te unas. A veces lo que falta es un diálogo en el ámbito nacional, que se lleva a que se tomen medidas sin contar con los empresarios, cuando todos estamos aquí para sumar. Y hablando seguro que podemos hacer una reducción de jornada laboral, pero con un diálogo. Porque es diferente reducirla en la hostelería que en una fábrica industrial. Por tanto, eso es lo que no entiendo, por qué hay ese miedo a dialogar cuando es sanísimo.
–En materia salarial, con respecto a las políticas de subida del SMI en los últimos años, ¿qué opinión tiene?
–Nosotros no somos, como sabe, un interlocutor social. Pero desde luego en mi caso intento subir los salarios y que la gente tenga un bienestar mayor. Así que, por supuesto, es muy sano que se suban los salarios, pero sin perder competitividad. Y es que hay sectores que compiten de una forma y otros, de otra. Entonces, seamos razonables en intentar tener un balance entre las subidas salariales y la competitividad de las compañías. Aunque claro que los salarios tienen que ser dignos y la gente tiene que vivir dignamente de su trabajo. Ese tiene que ser un objetivo de cualquier empresario, si no, pues mejor que cierre.
–¿Se sienten ninguneados por las políticas del Gobierno?
–Tengo una relación fluida con todos los partidos políticos, sean de la índole que sean y, por supuesto, así es con el Gobierno. Por ejemplo, en el tema de la paridad, que nos afectaba directamente en los órganos de la empresa familiar, porque no podemos decidir tener el 60% niños o niñas. Así se lo explicamos y lo entendieron. Igualmente es buena relación con la oposición. Porque mi gran reto es hablar, porque tenemos un gran país, y si lo hacemos así nos vamos a poner de acuerdo porque no estamos tan lejos unos de otros.
–Sería importante ponerse de acuerdo con la cuestión de la reducción de la jornada laboral.
–Sin duda. Si no, puede suponer un coste. Y dependerá del sector. Imaginemos un ámbito como la hostelería, donde puede obligar a un bar a tener que cerrar antes. Entonces, claro que afecta. Y no sería solo un coste económico. Tenemos que intentar mitigarlo con más productividad. Intentaremos hacerlo así. Porque a mí me parece bien que la gente tenga una calidad de vida mejor, pero lo que no podemos es perder competitividad ni como país ni como empresarios.
–Existen muchas quejas sobre la excesiva regulación, desde la UE y el Estado. ¿Es un gran lastre?
–Es que competimos con gente que tiene otras reglas, y lo que no puede hacer Europa es sobrerregular, y que eso haga que perdamos competitividad con otros mercados, como el norteamericano y el chino, que juegan con reglas diferentes. Y soy una persona que cree en el impacto positivo en las empresas, pero en la UE tienen que darse cuenta del rol que jugamos y ponernos de acuerdo para que ese bienestar que tenemos se mantenga para las próximas generaciones, sin perder lo ganado. Por ello, Europa debe espabilar, ya que si solo regulamos al final tendremos una sociedad que no es sostenible. Y luego España va, a veces, por delante, como pasa con el plazo del reglamento de envases.
–Hablemos del actual contexto económico. ¿Cómo ve la nueva dinámica proteccionista tras la guerra arancelaria desatada por Trump? ¿Teme su impacto?
–Abordamos esta realidad con mucha preocupación, porque además es volátil. No son decisiones estructurales, sino muy coyunturales. Y cambian cada mañana cuando leemos el periódico. Por ejemplo, pensábamos en unos aranceles de EE UU, y ya nos encontramos con otros del 200% para productos como las vinos, que nos afectan directamente. Y ya ni cuento lo que ocurre en el ámbito del mercado del automóvil a nivel global, puesto que dependiendo de dónde se produce un modelo tiene o no aranceles. Con lo cual la verdad es que es una incertidumbre terrorífica, que no va a parar de momento. Aunque tampoco creo que la sangre llegue al río al final, pero desde luego que todo esto va a generar una inflación que, al final, van a pagar los consumidores. Porque el coste es para quien compra el producto. Y, en este sentido, vamos por un camino donde Europa compensará, como ya ha anunciado, con 26.000 millones de euros, los aranceles del 25% sobre el acero y el aluminio.
–Está claro que la ola proteccionista dispara la incertidumbre.
–Es que no son buenas noticias. Pero, bueno, esperemos que venga el 'sentidiño' (sentido común), como decimos los gallegos, y que veamos que es solo una dura negociación que hay que tener. Siempre digo que EE UU es un país aliado, y tampoco podemos entender la geopolítica sin tener cerca al país norteamericano, por muchas peleas que tengamos. Lo que sucede es que es el mandato de un líder como Trump, para el que América es lo primero, y, además, con un alto índice de populismo.
–¿Puede ser el sector alimentario y de bebidas el más damnificado en esta batalla comercial?
–Desde luego que este sector en nuestro país, claramente exportador y de gran importancia en el PIB, resultará afectado clarísimamente. Y, en fin, vamos a ver a dónde llega, pero por supuesto que se va a ver tocado.
–¿La vocación de internacionalización de las empresas familiares tiene que redoblarse más todavía pese a estos obstáculos?
–Sin duda. La empresa española es exportadora y toca a todos los sectores importantes. Por lo que, como todo el mundo, habrá que apretarse el cinturón, como ya se hizo con el covid, y seguir adelante. En este sentido, las empresas familiares piensan a largo plazo, no son un fondo de inversión que busca una rentabilidad más a corto porque tiene recuperar la misma en equis años. Entonces, tocará lo que toque, en espera de vientos mejores. Y es así, es ley de vida.
–¿Cómo se ve a las empresas murcianas desde su atalaya?
–Existe un claro crecimiento y se ve muy bien. El potencial agroalimentario también se deriva a otros sectores como el turismo. En España somos importadores de turismo, que es nuestro gran petróleo, y creo que la Región de Murcia es importante en ese campo y puede crecer de una forma notable. Siempre digo que España tiene su petróleo en el turismo y hay que cuidarlo mucho.
–¿Qué importancia tiene para la fortaleza del tejido productivo ganar tamaño y dimensión?
–Ese es uno de los puntos importantes. Si nos comparamos con otras industrias o con otros países, como pueden ser Alemania, Francia, Italia, que sí han sabido escalar esa mediana empresa, creo que para España se trata de un reto, ya que ha sido una debilidad, aunque también es una oportunidad. Y es que tenemos todavía muchas empresas medianas que tienen posibilidad de dar el salto, lo que sería para nuestro país algo importantísimo. Obviamente, no es fácil porque, además, en las sucesiones las nuevas generaciones vienen con otro tipo de apetito. En las mía éramos una generación muy ambiciosa, con mucha humildad, pero siempre con muchas ganas, con mucha hambre.
–¿De qué forma se puede ayudar para alcanzar ese objetivo?
–Ojalá que podamos ayudar. Desde el Instituto de la Empresa Familiar intentamos ser referentes, sobre todo, en lo que es la sucesión, que es un gran reto. Intentar enseñar modelos de sucesión, puesto que cada empresa tiene el suyo, puesto que no hay dos iguales. Es muy diferente de padres a hijos, de padres a sobrinos, por no hablar en quinta y sexta generación, que ya empieza a convertirse en un consorcio de socios, Pero, eso sí, siempre hay que tener un propósito común, como decía antes, que es poner a la familia al servicio de la empresa. Eso es lo vital, La empresa familiar tiene que hablar mucho y ser muy generosa en las decisiones. Hay gente que vale para seguir y gente que no. Se trata de mirarse a los ojos y verse en el espejo, sin distorsiones, y decir esta persona vale y le damos el paso. Además, se puede estar en otros ámbitos, o bien conformarse con los dividendos.
–La innovación, la responsabilidad social y la sostenibilidad son otros ejes fundamentales.
–Tienen mucha importancia. A mí me gusta hablar más de impacto positivo, porque hay quien se toma la RSC como hago lo que quiero y luego voy a ser responsable un día al año. Las empresas tienen que impactar positivamente con su actividad, en su propia compañía, y tiene que hacerse día a día. Debe de estar en su ADN. En ese sentido, los empresarios familiares tenemos ventaja porque pensamos en el origen, en las personas. También es importante tener hambre porque esta genera la curiosidad, y de ahí la innovación y la humildad que genera querer aprender.
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