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Los campus universitarios murcianos albergaron durante décadas una sociedad homogénea y normativa que hoy se enriquece y transforma con la llegada contundente de los hijos ... de la emigración. Los trabajadores procedentes de Ecuador, Marruecos, Venezuela, Ucrania... que comenzaron a asentarse de forma masiva en la Región desde finales de los noventa tuvieron hijos o los trajeron con ellos: hijos murcianos que empiezan a tener peso y visibilidad en las universidades de la Región. Estudiantes que son punta de lanza de unas aulas diversas y que serán -o son ya- los maestros, médicos, ingenieros, periodistas y abogados que construyan la sociedad del mañana.
Aun con renqueos y brechas, la educación pública cumple en la Región con su función correctora de desigualdades e impulsa un ascensor social con fallas pero efectivo. Los universitarios hijos de padres extranjeros son ya el 8% de los alumnos, aproximadamente, ya que ni la Universidad de Murcia ni la Politécnica de Cartagena pueden ofrecer cifras exactas porque los que tienen la nacionalidad, a todos los efectos son alumnos españoles.
«Son trayectorias de éxito, pero no debemos dejarnos llevar por la ilusión; siguen infrarrepresentados», alerta la socióloga de la UMU Isabel Cutillas, quien ha investigado el recorrido educativo de los hijos de migrantes hasta identificar causas que alejan a muchos del acceso a los estudios superiores: «Las escuelas no siempre han estado preparadas, el capital cultural de los padres no acompaña, el económico ha impedido refuerzos, como clases particulares; y la concentración de los alumnos en determinados centros y municipios tampoco ayuda». Entre los factores de éxito, dos determinantes. En las historias de vida de los alumnos que llegaron a la Región sin conocer el idioma y con pocos apoyos, siempre aparece un profesor o maestro que les apoyó e inspiró. Y sus padres, hacia quienes la gratitud de los hoy universitarios es clamorosa. «En contra de la creencia de muchas personas, hay padres jornaleros que se trasladan a Murcia para que sus hijas puedan ir a la Universidad», resalta Cutillas. En cualquier caso, expertos y estudios coinciden en que el riesgo de abandono en Secundaria es mayor y el sobreesfuerzo para estudiar con recursos limitados, becas y trabajos a tiempo parcial, también.
El reconocimiento al sacrificio que hicieron las familias de los estudiantes al dejar su país de origen con el afán de ofrecer a sus hijos un futuro mejor es unánime entre los diez universitarios entrevistados por LA VERDAD. Muchos representan la primera generación con estudios superiores de la familia -en otros casos, sus padres tenían carrera, pero no han podido ejercerla en España- y aunque sus logros académicos son fruto de su voluntad y dedicación a los estudios, se sienten deudores del desvelo de sus padres. «Quizá eso influya en que sean más responsables y esforzados; saben lo que les ha costado», reconoce Sonia Madrid, vicerrectora de Estudios de la UMU. Para Alicia Rubio, vicerrectora de Estudiantes e investigadora de la cátedra de Responsabilidad Social Corporativa, la entrada masiva de las mal llamadas segundas generaciones a la Universidad es «una oportunidad y un lujo que refrenda el papel motor de la educación». La siguiente estación, la secuencia lógica, es, para el vicerrector de Promoción Institucional de la UPCT, Luis Javier Lozano, la llegada al doctorado y a la docencia.
Con la gratitud, la reflexión sobre la identidad propia es denominador común entre los estudiantes que, en mayor o menos medida, han vivido el desgarro -y más en tiempos de pandemia y guerra-, que supone que la familia extensa esté lejos. La presencia mayoritaria de mujeres en la Universidad -con menos opciones laborales fuera- y la elección de carreras más cortas y abocadas al acceso rápido al empleo se repite también entre el colectivo, que destaca por sus buenos resultados académicos. Para el sociólogo Andrés Pedreño, experto en migraciones, ya no toca hablar de integración: «La sociedad murciana es hoy, 'de facto', multicultural».
La hermana gemela de Nadia no pudo opositar como muchos de sus compañeros cuando terminó su grado en Anatomía Patológica; sus sobrinos, nacidos en España, tienen que solicitar la nacionalidad; y su padre ve complicado conseguirla a pesar de que lleva más de 25 años cotizados en España. Son algunas de las situaciones que la estudiante de Biología interpreta como racismo institucional, que percibe en España al mismo tiempo que se siente afortunada por las oportunidades que el esfuerzo de sus padres y la educación pública le han brindado. Comprometida con diversos movimientos sociales, Nadia Jaity está convencida de que el cambio en la percepción de la inmigración «es una responsabilidad colectiva. No es mi responsabilidad cambiarle la mente a nadie, es muy desgastante», reivindica la joven, quien ha trabajado mucho en la construcción de su identidad y reivindica espacio: «Debemos estar representados en las instituciones».
«Nuestros padres hicieron un gran esfuerzo; nuestro futuro ahora depende de nosotros». Fátima Aya, alumna de cuarto curso de Administración de Empresas (ADE) en la UMU, nació y vive en La Ribera, donde estudió con gusto la Primaria y la ESO. «Mi hermana y yo estudiábamos porque nos gustaba, por pasión. De nuestros padres solo hemos tenido apoyo y ayuda». A los 21 años, Fátima ha reflexionado sobre su identidad y su lugar en el mundo. Lo suficiente para conocer tanto las preguntas habituales como las respuestas: «Mi origen, mi cultura y mi religión son muy importantes para mí. El velo es una decisión personal, un símbolo religioso que me representa y que nadie me obliga a llevar. Es algo entre Dios y yo», zanja. Las matrículas universitarias las ha pagado con la ayuda de sus padres, pero también trabajando en restaurantes y heladerías. «No soy especial; si pudiera permitirme suspender, igual también lo haría», bromea.
Ilhame Echajri aún conserva 'flashes' en su memoria de su tortuoso viaje hasta España cuando solo contaba 3 años. Recuerdos que, con su afán por superarse y su capacidad, son impulso para las trece matrículas de honor que acumula en el expediente de su grado en Relaciones Laborales y Recursos Humanos. «Si otros compañeros estudiaban cuatro horas, yo estudiaba diez. Veía llegar a mi padre después de trabajar diez horas en el campo y ese era mi plano». Alumna de doctorado y autora de varios estudios y publicaciones sobre el estatuto jurídico de los trabajadores extracomunitarios, la carrera le ha costado fregar muchos platos: «Salía de la facultad y me iba a la Condomina a trabajar hasta la noche. Las dos horas de descanso las empleaba estudiando en el coche con la linterna del móvil».
La escuela, el instituto y la Universidad han determinado la vida y el futuro de Uliana Danylo. Con becas y mucho esfuerzo personal, estudia Pedagogía en la Universidad de Murcia con una vocación definida: «Cuando estudiaba en el instituto, mis profesores eran figuras de referencia; me fijaba mucho en ellos y aún recuerdo cómo se volcaron para enseñarnos el idioma cuando llegamos a los 12 años sin tener ni idea de español. Mi objetivo estudiando Pedagogía es llegar a ser, de alguna manera, referente para estudiantes que puedan sentirse desubicados, sean inmigrantes o no», explica la joven, promotora de los envíos de ayuda desde la Universidad a su país de origen y voluntaria como profesora de español para los recién llegados. «La educación ha sido clave en mi vida», reconoce muy consciente del sobresfuerzo que ha realizado para progresar. «Sé que si tengo una oportunidad es la única y tengo que aprovecharla. Puede que sea mi única oportunidad y no puedo dejarla pasar».
A Ana Paula Jaramillo, 19 años, nacida en España y estudiante del grado de Lengua y Literatura Española en la Universidad de Murcia, le haría ilusión, cuando consiga un trabajo, contratar un seguro médico privado para sus padres, a los que ha visto deslomarse en el campo «con frío y con lluvia. La sanidad pública española es estupenda, pero podría ayudarles con algunas dolencias, como el lumbago», cuenta satisfecha con su condición de estudiante universitaria. Sus padres, ambos temporeros, se conocieron ya en España. Con escalas en Tarancón y Yecla, terminaron instalándose en Archena, donde Ana Paula bordó su Primaria, Secundaria y Bachillerato. «He tenido becas y también he trabajado para pagar los estudios», dice confiada en poder cumplir con sus aspiraciones: cursar un máster y dedicarse a la enseñanza. El dónde no es un problema: Ana Paula tiene la maleta lista si se presenta la ocasión para seguir formándose y trabajar en cualquier país.
Estudiante de Bellas Artes en la Universidad de Murcia, Vasyl ha tenido siempre el apoyo de sus padres en los estudios, pero a todos les costó romper con la idea de que el grado debía estar vinculado a expectativas laborales más evidentes. «Siempre hemos tenido la idea de que una ingeniería -su padre es ingeniero, aunque en España ha tenido que trabajar de albañil- sería más práctico, pero la verdad es que desde muy pequeño se me dio bien el dibujo y quise ser ilustrador». Su buena nota media le dio acceso a Bellas Artes, que estudia pendiente de la beca. «En tercero la perdí; tuve un problema y me fue peor; es una preocupación añadida, pero he salido con la ayuda de mis padres y trabajando». Sus sueños de futuro pasan por dedicarse a la ilustración de portadas de libros.
Siempre fue buen estudiante. Curioso y aplicado desde niño, a Marco Javier Jirón le sale de natural cumplir con sus tareas, le interesa aprender y formarse. Pero, admite, también pesa en su esfuerzo «la responsabilidad por el sacrificio que sé que mis padres han hecho por mí, para que haya podido llegar a la Universidad y estudiar Ingeniería de Telecomunicaciones». Graduado desde hace años, trabaja en una consultora tecnológica en Murcia y está encantado con su vida en la Región. «Tengo la nacionalidad española y, cuando llevas más de la mitad de tu vida en un lugar, de allí te sientes; me planteo aquí mi futuro; pero también es cierto que tu infancia te conforma como persona, y tus raíces están ahí», reflexiona Marco Javier, que llegó a la Región con 15 años, cuando sus padres, de avanzadilla, ya se habían establecido. Muy satisfecho con su trabajo y sus perspectivas laborales, tampoco olvida que su madre universitaria tuvo que dejar de lado su formación y trabajar como empleada de hogar.
A los 14 años le tocó vivir el duelo de dejar atrás todo cuanto importa a un adolescente: amigos, hogar, primos, familia, colegio, barrio, país. La madre de Michelle, que ya llevaba años trabajando en España, decidió que era el momento de que sus dos hijas se instalaran con ella en Cartagena y accedieran a las oportunidades educativas que España podía ofrecerles. «El comienzo fue complicado, pero el curso siguiente fue estupendo... tanto que repetí», cuenta divertida la joven, estudiante de cuarto de Administración y Dirección de Empresas en la Universidad Politécnica de Cartagena (UPCT), donde disfruta además de una beca remunerada como administrativa. También estudia el grado superior de Marketing y Publicidad, y no puede sentirse más a gusto. «Me siento plenamente española y agradecida de las oportunidades y del esfuerzo de mi madre, que ha tenido que trabajar cuidando ancianos teniendo una carrera universitaria. Mi generación lo tendrá más fácil».
Los 7.422 kilómetros que separan Murcia de Venezuela fueron un desgarro para María Patricia Sáez en 2020, cuando su padre falleció en su país natal por Covid. «Se me hizo dura la distancia», recuerda la joven estudiante de ADE en la UPCT, tan consciente de que sus perspectivas de futuro son más amplias y prometedoras en Cartagena como de que su carácter «familiero» le hace vivir su situación con una sensación agridulce. «Me siento súper bien acogida y sé que soy afortunada, pero no puedo evitar echar de menos a los amigos y la familia que están allí», reflexiona la chica, de 20 años, que apenas lleva tres en España. ¿El futuro?: «Si algo he aprendido es a vivir el día a día; a coger todo lo bueno que me vaya viniendo y aprovechar las oportunidades que encuentro».
La dedicación con la que Abdelghani encaró sus estudios ha compensado otras carencias: «No puedes ir a una academia de Inglés, pero sí ver películas o escuchar música para aprenderlo». Graduado en Publicidad y Relaciones Públicas y Comercio Internacional, es feliz en Pozo Estrecho, su pueblo, y aunque su trabajo en la multinacional AMC le mueve por todo el mundo, allí quiere seguir. Buen estudiante -fue de los pocos que siguió con el Bachillerato en La Palma-, al primer universitario de su familia no le pesa haberlo tenido más difícil: «Cuando vienes como migrante puedes tener complejo de inferioridad o síndrome del impostor», reflexiona Abdel, a quien los «microdesprecios» no afectan demasiado. «Es curioso el salto a la Universidad. Allí hasta los más tontos y retrógrados tienden a contenerse porque en la Universidad está mal visto». El joven, que desde niño hacía la declaración de la renta de su padre, aconseja ahora a los bachilleres de su pueblo que escogen el camino académico.
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Fernando López Hernández
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