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Álvaro Albacete Perea (Murcia, 1967) es diplomático y secretario general adjunto de la Unión por el Mediterráneo (UpM), una organización intergubernamental con 43 Estados ... miembros que une las dos orillas del Mediterráneo con el objetivo de impulsar la cooperación. Casado y padre de una hija, desarrolla su labor en Barcelona, donde tiene su sede la entidad, aunque sus obligaciones le llevan a viajar de forma constante. Con anterioridad, fue jefe de gabinete adjunto del ministro de Asuntos Exteriores, director general del Centro Sefarad-Israel y embajador en misión especial responsable de las relaciones de España con las comunidades y organizaciones judías. De forma más reciente fue asesor diplomático en el departamento de Internacional de Presidencia del Gobierno.
–Atesora ya una larga e intensa trayectoria que le ha llevado también a ejercer la diplomacia multilateral en organismos como la Unión Europea, en Bosnia/Herzegovina, en el Banco Interamericano de Desarrollo, ¿en qué consiste su trabajo ahora en la Unión por el Mediterráneo?
–Hay que saber que esta organización es fruto de una iniciativa diplomática española de los años 90, conocida como Proceso de Barcelona, cuyo objetivo primordial era reforzar la cooperación regional dirigida a tratar las oportunidades y problemas que nos son comunes al conjunto de países mediterráneos, desde un enfoque multilateral. Entre otras cosas, para superar una de las deficiencias más evidentes del área, que es su escasa integración regional. Mi campo concreto es el dosier de educación superior e investigación. Y si hablamos de integración social, probablemente no hay mejor herramienta que la educación.
–El reto de la misión parece enorme ante realidades tan diferentes como la Unión Europea, los países norteafricanos y las naciones de Oriente Próximo –a su vez dentro de la Liga Árabe– e Israel.
–Creo que la clave está en entendernos unos a otros y en conocernos. Si no hay un conocimiento del otro aparecen suspicacias y recelos. Pienso que nos conocemos de manera insuficiente. Aquí en la Región de Murcia tenemos estrechos vínculos con el mundo árabe, porque también contamos con muchos ciudadanos de origen magrebí que ya son españoles. Y hemos visto que es posible la convivencia de una manera provechosa para todos. Pero, aún así, todavía tenemos un conocimiento insuficiente de su realidad, sociológica, cultural e, incluso, religiosa.
–Precisamente, el fenómeno de la inmigración que tiene un peso importante en nuestra Región, ¿de qué manera se afronta desde su organización?
–Es una cuestión más política, por lo que no la abordamos como tal. Pero bueno, se trabaja la inmigración de manera indirecta porque sí que se desarrollan otros aspectos, como la interacción regional, facilitando el asentamiento de las poblaciones en sus propios países de origen para que no se produzcan los éxodos de población.
–El desarrollo y la prosperidad de los países vecinos sería fundamental para encauzar el problema migratorio con equilibrio.
–Desde UpM el enfoque es sectorial, por lo que se abarcan ámbitos como el desarrollo de la economía en torno al área común. Una 'economía azul' con la que se pretende promover oficios e iniciativas comerciales, industriales, desde la pesca, el turismo, entre otras. Y siempre con un enfoque de respeto medioambiental. Todo eso debería repercutir en una mayor generación de empleo y un mayor asentamiento de las poblaciones locales. Así no se daría lugar a grandes procesos migratorios dirigidos a la otra orilla. Tenemos que tener en cuenta que estamos en la frontera que separa los dos territorios con mayor disparidad económica del mundo.
–¿Cómo valora la integración en territorio murciano de las personas llegadas del norte de África, en particular de Marruecos?
–Mi impresión es que esa integración se produce con amabilidad. No veo que exista un ambiente social tenso respecto a la presencia predominantemente marroquí. Y creo que ha habido incluso un reconocimiento social a su papel esencial, tal como ocurrió en plena pandemia con el trabajo de estas personas, que fue clave en el sector agrario para hacer labores que en aquel momento nadie quería o nadie podía hacer por diversas razones. Es la facilidad para aceptar que esa realidad impregna nuestra vida cotidiana de una manera positiva.
–Tampoco se puede ignorar la histórica presencia musulmana en nuestro territorio.
–Es ancestral. Está en nuestra propia esencia. Su presencia se produjo durante ocho o nueve siglos, dependiendo si terminamos el periodo en 1492 con la finalización de la llamada Reconquista, o en el año 1609, que es cuando se produce la expulsión oficial de los moriscos. En este sentido, es muy necesario recordar que nuestra historia está ligada a diferentes culturas y tradiciones. Tomar conciencia de que somos una mezcla de siglos para saber quiénes somos y también de dónde venimos.
–¿Qué es exactamente la cooperación mediterránea en educación que usted lidera en UpM?
–De nuevo vuelvo a los importante que tiene la idea de trabajar en la dirección de una mayor integración. Por ejemplo, lo hemos experimentado en la Unión Europea gracias al programa Erasmus, que ha contribuido más que ninguna decisión política. Porque la mejor manera de abundar en el conocimiento del otro son las experiencias vitales. Y es el momento de aplicarlo en todo el Mediterráneo. Si de verdad creemos en una mayor integración regional, este es un instrumento clave.
–¿Puede arraigar con el mismo éxito un programa como Erasmus fuera del continente?
–Hemos de facilitar la movilidad de estudiantes de educación superior en los países de la ribera sur y este del Mediterráneo, removiendo obstáculos administrativos, estableciendo condiciones claras para el reconocimiento de títulos y las acreditaciones de profesores e investigadores. Existen ya vínculos y una dinámica que ha empezado, pero es aún insuficiente. Y no todos los países han aplicado el programa. Aunque su impacto si se expande adecuadamente podría ser tremendamente exitoso, pero hay que definir las condiciones con sumo cuidado. Con ese objetivo estamos preparando una reunión de los 43 ministros de Educación, que se celebrará en el segundo semestre de 2023.
–España tendrá, en concreto, la presidencia del Consejo de la Unión Europea en la segunda mitad de 2023, ¿está el Mediterráneo entre las prioridades?
–En una reciente reunión ministerial de la UpM, con presencia del Alto Representante de la UE, Josep Borrell, el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, anunció la intención de España de organizar una cumbre euromediterránea bajo su presidencia. Algo que es un acierto político sin paliativos. En un momento en el que todas las miradas se dirigen hacia la vecindad oriental de la UE, por la guerra de Ucrania, reivindicar el espacio mediterráneo como un área igualmente prioritaria era necesario. España tiene la sensibilidad y la fuerza para abanderar esa causa.
–¿No cree que a veces tenemos una visión muy eurocentrista que dificulta el intercambio?
–Sí, puede existir, pero tampoco creo que debamos cargar las culpas en Europa o, en general, en Occidente, con respecto a la mirada que tenemos del resto del mundo. Pienso que la falta de conocimiento es mutua y que debe reforzarse por todas las partes.
–Hace hincapié mucho en la falta de integración regional existente en esta zona del Mediterráneo, ¿afecta a todos los ámbitos?
–Es que por ejemplo la falta de integración económica y comercial dificulta el flujo de bienes y servicios, y ello repercute en el crecimiento, en el empleo. Pero, además, no podemos olvidar que el Mediterráneo es la frontera que separa los dos territorios entre los que existe la mayor disparidad económica del mundo. El PIB de la UE es aproximadamente ocho veces superior al de la ribera sur. Y esta situación genera una necesidad de cooperar con esos países para ayudarles en su desarrollo, pues su fragilidad económica repercute en Europa. Así, que las iniciativas comunitarias para cooperar con estos países vecinos se producen en áreas como la integración económica, el desarrollo urbano, el medio ambiente.
–Y desde su posición en un organismo internacional ¿puede llevar en el maletín de sus viajes los intereses de la Región?
–Siempre he mantenido mis vínculos afectivos con nuestra tierra, mi familia, mis amigos de toda la vida, y siempre he llevado conmigo el dosier de Murcia. Nuestra Región es un actor esencial en el Mediterráneo. No hay reunión en la que no se mencione a Murcia como ejemplo de buenas prácticas hídricas, en cuestiones como sistemas de riego, tratamiento de aguas residuales. Y la participación de la Universidad de Murcia y del Cebas es constante en la UpM.
–Por cierto, ¿cómo le surgió la vocación para hacer la carrera diplomática, porque tampoco Murcia ha sido prolífica al respecto?
–No llevo la cuenta de cuántos murcianos hay en la actualidad, pero sí le puedo decir que ha habido diplomáticos de enorme prestigio, como fue el caso de Floridablanca, a quien se le atribuye la creación de la carrera diplomática como la conocemos hoy. Es decir, hubo un murciano en el origen de todo esto. En cuanto a mi vocación, no era algo que me plantease desde un principio, creo que hubiera sido igual muy feliz siendo abogado en un bufete o siendo profesor de universidad. Tal vez haya influido que en mi casa siempre he vivido un ambiente internacional. Mi madre era argentina y mi abuela mexicana. De forma que siempre he escuchado las historias de los trasiegos trasatlánticos.
–Entiendo, en cualquier caso, que ejercer bien la diplomacia requiere de ciertas características.
–Pues aparte de la obviedad de tener la competencia lingüística de idiomas y del conocimiento necesario, destacaría las dotes de exposición pública, la flexibilidad en la negociación y, por último, un aspecto muy importante del que se habla poco, consistente en la competencia ética. Es decir, tienes que tener un compromiso ético con lo que estás haciendo, ya que asumes una responsabilidad grande, como es la de representar al Estado. Porque la decisión que tomas en cualquier negociación, cesión, aceptación, afecta al conjunto.
–¿Cómo es de importante la competencia ética para defender los intereses generales?
–Mire, la política exterior es una combinación de valores e intereses, y no puedes perder de vista nunca ninguno de esos dos faros, puesto que son ineludibles para un diplomático. Porque los valores son tan importantes como los intereses. Y en ambos casos, el compromiso ético es crucial. Además, los diplomáticos cuando trabajamos en el extranjero, gozamos de inmunidades y privilegios que no pueden ser mal usados por la enorme responsabilidad que tenemos. Pero claro, mal usados repercuten muy negativamente en la percepción de nuestra función por el resto de los ciudadanos.
–Es indudable que la manipulación de las religiones ha sido utilizada para dividir y hasta para justificar la violencia. Por eso, el reto de la comunidad internacional está en darle volumen a las voces moderadas de las religiones que predican en favor de la paz y en favor del respeto mutuo. Existen esas voces autorizadas en todas las religiones, en el islam, en el cristianismo, en el judaísmo, y en otras creencias, por tanto hay que encontrarlas y darles volumen para que se oigan.
–No hay propuestas sobre la mesa que desbloqueen la situación. Pero sigue siendo válida la solución de los dos estados que ampara Naciones Unidas. Aunque está todo enquistado y cuesta trabajo buscar soluciones. No obstante, Israel y Palestina son miembros de la UpM, y ambos trabajan de manera cooperativa y se acercan posiciones en cuestiones sectoriales, diariamente, al hablar de agua, medio ambiente, cambio climático, desarrollo urbano, entre otros.
–España tenía una deuda histórica, y la ley de 2015 estableció unas condiciones realistas para dar la nacionalidad. Hay que advertir de que gran parte de los judíos que salieron tras el decreto de expulsión de 1492 se establecieron en comunidades por Marruecos, Grecia, Turquía e Israel.
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