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Freddie, rey de Rhye

Balleneando ·

Un niño dentón al que es fácil intuir indisciplinado. Y siempre la sonrisa

Lunes, 1 de enero 2018, 22:31

Es ver la foto y que tengas que quedarte muy quieto. Como suspendido. Porque es él. Él aunque no sea más que un bebé que asoma desde un cochecito. Es su sonrisa, son sus ojos, es su aura de golfo infernal, de monstruo atormentado (todos somos ya nosotros desde la cuna, o vayan y busquen y verán que ahí está la copia preliminar, el resumen sintetizado de quien es cada cual y de cual es su actitud ante la vida). Es él y a su lado, impresiona ella más aún, hay una mujer inmensa. En su porte, en su negritud, en la potencia de su determinación y de sus ojos. Ella mira a cámara mientras se cubre con lo que imagino que serían las formas de cubrirse las mujeres en el Zanzíbar de los años cuarenta. Él se ríe. Y es él. El tremendo él. El camaleón. El Showman.

Pero Zanzíbar, años cuarenta. De familia descendiente de los persas que tuvieron que marchar a la India en el siglo VII. Y de padre en modo funcionario y trabajando para el Imperio y de colegio de misioneros. Y luego enviado a Bombay. En modo internado. Y otra vez Zanzíbar y una revolución y entonces para la metrópoli. Una infancia de película. Saturada de los mismos olores y los mismos colores que se respiran en Kipling. Y Freddie. Más película que su propia vida.

Y otras fotos. De cuando niño. Un niño dentón al que es fácil intuir indisciplinado. Y siempre la sonrisa. Lo mismo que en brazos de su madre. Lo mismo que a bordo de un ricksaw. Pero siempre, al final, la misma. Los ojos negrísimos de la nanny. Su porte imperial. Y abajo Freddie. Al que le falta nada más que la corona, que el manto. La mano derecha levantada. Portando el cetro. Retando a Wembley.

Y qué bueno, Freddie, que tú, justamente tú, llegaras a ser tan feliz como pareces en esa foto. Qué bueno que tú, justamente tú (mientras andabas tocando por ahí, en el Londres de los años sesenta, mientras vendías ropa de segunda mano en el mercadillo de Kensington, mientras hacías de mozo de almacén o te ocupabas del 'catering' en Heatrow) terminaras por encontrar a quienes tenías que encontrar. Y la historia. Para absolverte.

Y que son muchos años ya, Freddie, veintiséis, de ser el Rey de Rhye. Y que, a veces, que lo sepas, yo también voy, buscando, arriba y abajo. Y que a mí también me dicen que no. Todo el mundo. O casi. Y que te informo, Freddie, que el lirio de los valles sigue sin saber. Y que eso es bueno. Porque es lo mismo que pasaba con la Suzanne de Cohen. Y el espejo. Habladlo vosotros.

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