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El asociacionismo empresarial se ha convertido en una de las maquinarias mejor engrasadas y sincronizadas que existen en la Región de Murcia. Su capilaridad se ... proyecta sobre un extenso entramado de federaciones, asociaciones sectoriales y empresas integradas en Croem, una entidad que reclama su cuota de protagonismo en el desarrollo socioeconómico de la Región de Murcia desde 1978, y que ahora afronta un nuevo proceso electoral para elegir o designar a su sexto presidente, que recogerá el testigo de José María Albarracín.
Croem ha alcanzado una gran 'potencia de fuego'. Cuenta actualmente con 70 federaciones y asociaciones, así como unas 130 empresas adheridas y colaboradoras, cuyas cuotas han permitido reflotar financieramente a una institución que representa y asesora a más de 40.000 empresas. Su transversalidad hace que muchos de sus miembros estén también integrados en la Asociación para el Progreso de la Dirección o en el Círculo de Economía de la Región, asociación de directivos con un amplio campo de acción. Si se suman las agendas de Croem con la de las patronales comarcales, las Cámaras de Comercio y las federaciones de mayor peso, por no hablar del sector agroalimentario, la presencia pública de los dirigentes empresariales a cualquier nivel es prácticamente diaria. A lo cual se suma el poder de atracción de congresos nacionales.
En sus relaciones con el poder, José María Albarracín defiende abiertamente que ha mantenido una comunicación «estrecha y sólida» con el presidente López Miras, el inquilino de San Esteban con quien ha coincidido en más años de ejercicio, aunque recalca que los empresarios han sido «altamente reivindicativos» para sacar adelante sus propuestas y exigir soluciones a los problemas estructurales que todavía arrastra la Región, como el agua, las infraestructuras y la financiación autonómica, ligada a una deuda disparada sobre la que la patronal ha llamado la atención en múltiples ocasiones para que se contenga el gasto. La confederación ha incidido menos en algunos indicadores sociales negativos, como las listas de espera sanitarias y de dependencia, los índices de pobreza o el nivel de fracaso escolar. Los empresarios están más volcados en el aprendizaje y la formación profesional.
El estamento empresarial considera que hay que entenderse con el gobierno de turno, y su relación con el poder regional ha sido en general de mutua colaboración y de estrecha sintonía en los asuntos importantes. «La relación con López Miras ha sido desde la lealtad, pero con independencia para expresar nuestra opinión», como lo define José Rosique, que ejerció catorce años como secretario general, tras sustituir en el cargo a Clemente García, quien fue una de las figuras clave del asociacionismo empresarial.
Albarracín destaca que muchas propuestas de los empresarios han salido adelante durante el mandato de López Miras, con quien ha mantenido «una relación absolutamente abierta, con canales de comunicación consolidado». «Nos llamamos, consultamos cosas y llegamos a acuerdos», indica sobre López Miras. Una de las últimas concesiones arrancadas al Gobierno regional es la cuarta ley de simplificación administrativa que ya negocian para contrarrestar la «hiperregulación» medioambiental, aligerar trámites y atraer inversiones. A esto hay que añadir las sucesivas rebajas fiscales que ha ido aprobando el Ejecutivo regional.
El último tropiezo no ha estado motivado por el PP, sino por sus socios de Vox, que hicieron valer su política recortando a empresarios y sindicatos parte de las subvenciones nominativas para desarrollar estudios. Fueron 210.000 euros menos, sobre un millón. Croem se lo tomó deportivamente, toda vez que ha equilibrado sus cuentas durante la presidencia de Albarracín, que heredó una confederación casi en quiebra.
Albarracín solo coincidió unas semanas con Ramón Luis Valcárcel. Tuvo relaciones «fluidas» con Alberto Garre y Pedro Antonio Sánchez, aunque breves. Croem ha compartido con los gobiernos del PP las principales reivindicaciones de la Región en materia de financiación, agua e infraestructuras, un ramillete de históricas reclamaciones dirigidas al Gobierno de la nación. Las críticas al Ejecutivo regional han sido escasas, medidas o comprensivas. Como los avisos que lanzó en verano para que PP y Vox formaran gobierno lo antes posible. Rara vez se han producido encontronazos que no se solucionaran a las pocas horas. Albarracín se marcha «satisfecho por la unidad y fortaleza empresarial» que ha cosechado, un logro que el sector le reconoce dentro y fuera de la Región. «La unidad empresarial es el evangelio de este presidente», apunta. Eso junto a una «paz social absoluta», añade. «Croem es un buque insignia que nadie puede parar».
Juan Marín, vicepresidente de la sectorial agroalimentaria, cree que Albarracín «es una figura difícil de sustituir». «Su llegada fue un revulsivo. Ha dado todo lo que tenía, con un liderazgo indiscutible y gran consideración a nivel nacional». Opina que Albarracín «ha sido exigente y reivindicativo ante el Gobierno regional, que le ha consultado muchos temas. Desde fuera se puede pensar que podía ser más reivindicativo, pero en el fondo no es una relación fácil».
José García Gómez, que ha estado en tres ejecutivas de Croem, valora la unidad empresarial. Cree que relación con el poder «ha sido equilibrada; cuando ha tenido que mostrase exigente, lo ha sido». José Rosique, que ejerció 14 años como secretario general, describe así la labor de Albarracín: «Le ha dedicado a Croem lo que no está escrito. Deja el listón muy alto. Ha sido independiente a la hora de expresar su opinión».
Croem nació en los albores de la autonomía, cuando Antonio Pérez Crespo presidía el Consejo Regional de Murcia, el órgano preautonómico que luego dio paso en las urnas al primer gobierno del socialista Andrés Hernández Ros en 1982. La formación e interrelación del tejido empresarial y político han ido en paralelo desde entonces, con una etapa socialista hasta 1995 (bajo las presidencias de Hernández Ros, Carlos Collado y María Antonia Martínez), y otra más larga de mandatos del PP, con los 19 años de gobierno de Ramón Luis Valcárcel, los breves mandatos de Alberto Garre y Pedro Antonio Sánchez, y el actual de López Miras.
Croem estuvo dirigida entre 1978 y 1984 por José Luis Villar, del sector del metal, relevado por el entonces dirigente de la Hermandad Farmacéutica del Mediterráneo (Hefame) Francisco José Vicente Ortega, que dio un importante impulso hasta 1994. Le siguió Tomás Zamora Ros, el cual fue sustituido en 2002 por Miguel del Toro, en pleno auge del sector de la construcción. Su presidencia coincidió con el boom y la consiguiente burbuja del ladrillo, cuyos efectos negativos marcaron los últimos años de su mandato en Croem. Fue la gran crisis; una etapa muy complicada en la que desaparecieron numerosas empresas y Croem quedó prácticamente en quiebra. Atravesó su peor momento y tuvo que hacer un ERE.
En 2013 llegó José María Albarracín, un empresario del pimentón, tras ganar en las urnas al directivo cartagenero Pedro Pablo Hernández. Se arremangó y empezó saneando las cuentas, sabiendo que eso le daría mayor independencia a Croem. Reclutó más de 130 empresas adheridas y colaboradoras que pagan sus cuotas religiosamente, hasta el punto de que hoy existe superávit. Su otro empeño fue la unidad empresarial, «el evangelio» según Albarracín, que lleva a gala haber consolidado el «buque insignia» del empresariado.
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