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Panorámica del hemiciclo en el momento en que prometía su cargo la diputada de Podemos María Ángeles García Navarro.
Presidenta para rato, pese a Guillamón

Presidenta para rato, pese a Guillamón

El diputado de mayor edad desata a la concurrencia al referirse varias veces en masculino a Rosa Peñalver. La papeleta de la socialista no cayó en la urna durante la votación y fue recogida del suelo directamente por el presidente Garre, gesto que fue aplaudido

Manuel Madrid

Martes, 23 de junio 2015, 13:01

El inicio de la novena legislatura en la Asamblea Regional pudo no ser rocambolesco si no hubiera mediado Juan Guillamón, el diputado popular, que hizo de presidente de la Mesa de Edad, por el ser el más añejo -67 años-, que dirigió el acto de constitución de la mesa del parlamento con desatino. Guillamón llamó «presidente» a Rosa Peñalver, lo que generó una cascada de murmullos y reacomodos en los asientos de la sala de invitados. Lo repitió al menos en dos ocasiones, y en el momento de su proclamación se refirió a ella como «presidente electa», algo que dejó estupefactos a los presentes. Aún más sonrojo provocó escucharle, por lo bajini, proferir un «¡es presidente, coño!», expresión que prendió la mecha en las redes sociales, sobreviniéndole las críticas de populares como José Antonio Ruiz Vivo, exportavoz adjunto del grupo parlamentario del PP, que dijo en un 'tuit': «Mi felicitación a la nueva presidenta de la Asamblea. A algún iletrado recordar que el término 'presidenta' es asumido por RAE». «Te falta un par de clases de lenguaje de género», le endilgó John Babyack (IU).

Desde luego, fue una polémica prescindible, y sucedió minutos después de que ocurriera otra de las anécdotas de la mañana, que también tuvo a Guillamón y a Rosa Peñalver como protagonistas. Fue durante la primera votación para la elección de la presidencia de la mesa. Ascensión Ludeña (PSOE) leía los nombres, por orden alfabético, de los 45 diputados, y cuando le tocó a Peñalver el turno de meter su papeleta en la urna, con un Guillamón en pie, hierático como una estatua helenística, dio por hecho que el voto había caído en el cajón y alzó la cabeza esperando a que llegara la próxima en votar, Elena Ruiz Valderas (PP). Pero la papeleta había caído al suelo, y fue el propio presidente en funciones de la Comunidad Autónoma, Alberto Garre, el que salió de su escaño a recogerla y se la entregó en mano a Guillamón, al que por poco le da un patatús ante la sucedido. Por las pantallas de televisión, los que no estaban atentos a la escena, podían imaginar que Garre votaba de nuevo como diputado.

La elección de Peñalver como presidenta de la Cámara constató una cosa: la euforia que recorría los corazones socialistas, que desde Miguel Navarro en los 90 no tenían a un presidente -¡presidenta!-, y la aflicción que apenaba a los populares. Y el termómetro que medía la fiebre -y la hipotermia- fueron los aplausos. La proclamación de la ex directora general de Evaluación y Cooperación Territorial del Ministerio de Educación puso en pie a un sector del público, en el que estaban socialistas amortizadas como Teresa Rosique y Begoña García Retegui, y Francisco Javier Oñate y Ramón Ortiz, dos exdiputados que tienen en su cabeza el croquis de las tuberías del «ágora de todos los murcianos», el «templo de la palabra», como lo llamó Peñalver. En el otro sector del público el nombramiento no suscitó la misma onda, y apenas bastó un aplauso fugaz. Belén Fernández-Delgado aguantó lo justo antes de que la nicotina la condujera a la puerta provocando a su paso una galerna. Antonio Sevilla, presidente de la Autoridad Portuaria, entornaba los ojos; el obispo José Manuel Lorca Planes hizo amagos de santiguarse; Ignacio del Olmo, comisario local de Cartagena, no perdía ojo a los vehementes; Manuel Marcos Sánchez, exalcalde de Archena y exdiputado, se refugiaba en el teléfono, y Mónica Meroño, vicesecretaria general electoral del PP, tardaba en pestañear.

«Excelentes parlamentarias»

Los socialistas entendían que las malas caras en la Cámara solo tenían una explicación: «Este tiempo es mucho tiempo de poder absoluto que se pierde, y eso lo llevan muy mal», decía Joaquín López, uno de los únicos diputados socialistas que repite en esta legislatura -el otro es Jesús Navarro-, que reconocía que ver a Peñalver de presidenta de la Mesa le había producido «un subidón»: «Ha hecho un discurso de frente, ella tiene mucho criterio y ha puesto muchas guindas». Inmaculada Veracruz, esposa de Rafael González Tovar, líder del PSRM, y Teresa Rosique levitaban: «¡Esto es un sueño! Rosa va a ser una excelente presidenta, por su forma de ser, por su capacidad de consenso, es una tía inteligente y preparada, y le va a dar un impulso a esto tremendo». Con Rosique compartía despacho Peñalver en la Asamblea, así que la vicepresidenta segunda y secretaria segunda en anteriores legislaturas resollaba cuando escuchó a su amiga y ya presidenta decir: «Si hoy puedo dirigirme a ustedes desde esta atalaya es porque he cabalgado a hombros de mujeres gigantes incluyendo algunas excelentes parlamentarias con las que compartí escaños y en ocasiones despacho. Mi reconocimiento agradecido a todas ellas».

La diputada nacional María González Veracruz siguió en primera fila la sesión, y no dudó en gritarle a su padre «¡ese Rafa!» cuando fue llamado a prometer su cargo de diputado. Atenta a todo estaba entre los invitados Lola González Tovar, hermana del jefe de la oposición, que acreditaba lo mucho que había sudado para llegar de nuevo hasta aquí -Tovar ya fue diputado (1999-2003)-.

El 'Sí se puede', grito de guerra con el que los de Podemos se vienen arriba, mantuvo en vilo a los acomodadores de la Asamblea, que pedían silencio cada vez que un grupo de militantes del partido de Pablo Iglesias armaban un guirigay. Es la primera vez que entran en la Cámara autonómica, así que no podían dejar pasar esa oportunidad de corear la retahíla de cánticos de acampada. Mabel Soria, miembro del Consejo Ciudadano Municipal de Cartagena; Pilar Marco, concejal de Cartagena Sí Se Puede, y Wilson Pérez, simpatizante del movimiento asambleario, lideraban el coro, que se entonaba cada vez que aparecían en liza los componentes del grupo de Óscar Urralburu. Los diputados de Podemos modificaron a su antojo el artículo con el que prometieron su cargo. Mientras que Joaquín Segado (PP), vicepresidente segundo de la Cámara, salió un tanto ceñudo al centro del hemiciclo y pronunció su «juro cumplir fielmente con las obligaciones del cargo con lealtad al Rey -y ahí lo hizo con tal ahínco que hasta hizo girarse a los desconectados- y guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado, y el Estatuto de Autonomía de la Región de Murcia», la diputada de Podemos María López, como sus cinco compañeros, decía: «Prometo cumplir fielmente con las obligaciones del cargo de diputado con lealtad a la Jefatura del Estado, guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado, y el Estatuto de Autonomía de la Región de Murcia, así como defender y garantizar los derechos humanos». Cambiaba la alusión al Rey, y la referencia a los derechos humanos, consigna para cualquier acuerdo en la legislatura.

Todavía flotaban en el ambiente los versos de la poeta polaca WisÅ&sbquoawa Szymborska, citada por Peñalver en su discurso -«Nada sucede dos veces y eso es lo que determina que nazcamos sin destreza y muramos sin rutina. Ningún día se repite, ni dos noches son iguales, ni dos besos parecidos, ni dos citas similares»-, cuando se dio por disuelta la sesión y sus señorías se ponían en pie. Los populares buscaban un consuelo, y muchos encontraron en Alberto Garre un hombro en el que llorar. Los socialistas, como Ana Belén Castejón -inseperable de su pareja de hecho, José López-, seguían en una nube. Presen López tenía por fin un sueño después de años de pesadilla.

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