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J. GÓMEZ PEÑA
Lunes, 31 de agosto 2015, 00:35
Tom Dumoulin nunca había pisado el sol. Viene de un mundo nublado. Es holandés, alto, fino. Era contrarrelojista y ahora ya no sabe lo que es; ahora puede con los escaladores en la cuesta que llaman Cumbre del Sol, un balcón sobre la Costa Blanca. «No sé lo que se puede esperar de mí», suelta. Se lo dice a sí mismo. Mirada interior. Cada vez que le pregunta a su cuerpo dónde está el límite, se sorprende. Un poco más allá. Ayer llegó hasta el sol.
Cuando ya todos habían derramado las fuerzas, ya en la vertical y lenta última rampa, Dumoulin le pidió a sus piernas que enroscaran veinte pedaladas más para superar a Froome. Los músculos del holandés se las concedieron. Y con ellas, la etapa del sol, la que le devolvió al maillot de líder y la que, bajo la luz solar, deja claro que Froome ha vuelto: «Va a ser duro ganarme en esta Vuelta», se atrevió el británico de Kenia tras poder con todos los escaladores en la cuesta solar. Desde ese techo se vio claro que Froome es el hombre a batir en esta Vuelta de ciclistas cansados, de calor, de caos... Y de caídas.
Ayer le tocó al murciano Valverde, que cuando llegó a la Cumbre del Sol, en compañía de Quintana y a 20 segundos de Dumoulin y Froome, se palpaba el hombro izquierdo. El pellizco. «Es como si llevara clavado un cuchillo». Quemaba la punzada tanto como ayer el Sol de Dumoulin, el inesperado escalador, el que sacó dos segundos a Froome, 5 a Purito, 16 a Aru, 18 a Majka, 20 a Valverde y Quintana, un minuto a Chaves y 14 a Landa, fundido de tanto calor. Dumoulin crece tan rápido que no sabe qué talla de ciclista calza. Aunque tiene una certeza: es de nuevo líder de la Vuelta, con casi un minuto sobre Purito y Chaves, y con más de un minuto sobre Valverde, Aru, Quintana y Froome, que remonta. Dumoulin, además, es el único capaz de discutirle a Froome la contarreloj de Burgos. «Estoy en la mejor forma de mi vida», avisa. Tiene buena planta. Alta como la cumbre de Benitatxell.
Al sol se sube por una escalera de cuatro kilómetros, entre casas blancas de vecinos británicos. En la escuela se habla inglés. A cada peldaño se ve más el Mediterráneo. Aquí las ventanas son un cine. Pero los ciclistas venían de espaldas a esa película. La suya era casi de terror. Salían de otra caída compartida: Valverde, Aru, Landa, el líder Chaves... «Me han dado en la rueda trasera y he salido volando», contó Valverde. Voz marchita, preocupada. «¡Toca, toca!», repetía en la meta, apuntándose hacia el hombro hinchado. Bajó de la meta en un coche del Movistar, por el carril contrario, jugándosela en esta Vuelta que es un colapso de tráfico repetido en cada final en alto. Tenía prisa para que le viera el médico. Alivio. Era solo un golpe. Solo una pinza dolorosa. «Pues he llegado a pensar que me tenía que retirar», dijo el murciano. Eso, la caída, fue al inicio de otra etapa loca. Andan los ciclistas de los nervios. Como deseando huir de este calor infinito.
Hubo fuga. Omar Fraile, rey de la montaña, se subió a ella para conquistar el primero de los dos pasos por la Cumbre del Sol. Ahí desconectó. Se apagó su etapa y comenzó la otra, la de los ilustres. Para entonces ya no estaba entre ellos Mikel Landa. «¿Ha sido un mal día, Mikel?», le preguntaron en la meta. Su mirada clara bajó al suelo. Asintió. No hacían falta palabras. Perdió 14 minutos. El tercero del Giro no subirá al podio de esta Vuelta. El calor, que tanto daño le hace, ha durado más que su resistencia. Al norte llegará sin opciones, al servicio de Aru.
Pero no fue Aru el que abrió la subida final. El primer peldaño de la Cumbre del Sol, al fondo, asustaba. Una pared. A Valverde le crujía el hombro, le roía la duda de si lo llevaba partido. ¿Y si era su última subida en esta Vuelta? Así la afrontó, como si no hubiera otra. Le cortaba el golpe. Le azuzaba. Arrancó a cuchillo. Chaves, Purito, Quintana y enseguida Aru y Majka se anudaron a su rueda. Quintana se giró. Vio todo el azul posible: cielo y mar. Y vio a Froome, que cabeceaba, que derramaba sudor, que se quedaba. Al colombiano le gustó esa imagen. Su verdugo en el Tour penaba. A por él. Arrancó. Pero las Cumbres del Sol no son su hábitat. Las cuestas así se le hacen breves. Quintana no te mata de un mordisco, no es una cobra; te estrangula poco a poco, como una boa.
Froome, a su ritmo
Como Quintana no podía, Valverde se olvidó del hombro. «Y eso que no podía casi ponerme de pie». El dolor es parte de su trabajo. Volvió a soltarse. Otra andanada. A enterrar a Froome, que seguía a lo suyo, a su ritmo. Corre contra su ordenador de abordo, al ritmo que marcan los dígitos. Ciclista virtual. Lo contó su gregario Nieve: «Chris nos ha dicho que iba a subir a su ritmo, sin preocuparse de los demás». Froome contra Froome. En ese punto, en el ecuador de la subida, la Cumbre del Sol se hace plana. Descansa. Froome lo aprovechó para coger al resto. Y Dumoulin, para cumplir el plan que venía amasando: «Tenía que atacar justo ahí para hacer sufrir a los pequeños escaladores». El holandés es de gran cilindrada. Ahogó a los que le seguían. A todos. Se quedó solo. La cuesta del Sol abrasaba y aún quedaba un kilómetro, el peor. El núcleo solar.
El centro del universo de esta Vuelta. Cuando todos pensaban que Froome iba a explotar, el africano apareció y desplegó su molinillo. Pisoteó a Valverde, a Quintana, a Aru... El único que se agarró a Froome mientras pasaba fue Purito. El catalán quería la etapa. Froome le acercó a Dumoulin. Ya eran tres. Sprint hacia el sol. La primera llamarada de Froome consumió a Purito y, casi, a Dumoulin.
El ganador del Tour seguía a su ritmo. No es sprinter, pero ahí estaba, a unos metros de la victoria que le devuelve al camino del doblete Tour/Vuelta. Que alguien le pudiera ya tan cerca del final era una sorpresa. Lo fue, incluso para él mismo: Tom Dumoulin, el líder que ya no sabe qué ciclista puede llegar a ser en esta Vuelta solar.
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