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EMILIO V. ESCUDERO
Viernes, 19 de agosto 2016, 01:00
España estará en el podio olímpico. Oro o plata. Eso lo decidirá la final de mañana -previsiblemente ante Estados Unidos- en un encuentro que poco importa. Porque el objetivo para este equipo era llegar ahí. A la final. Asegurar una medalla que el baloncesto femenino español lleva años persiguiendo sin fortuna. Desde que irrumpieron en 2004 en los Juegos de manera legítima -la anterior fue como anfitrionas en Barcelona'92-, la canasta femenina no ha cejado en su empeño. Golpes y caídas que han hecho más fuerte a un grupo en el que está la murciana Laura Gil y que tiene en la alegría y el compromiso sus principales virtudes.
Hasta Río llegaban de nuevo golpeadas por la desgracia. La lesión de Sancho Lyttle a un mes de los Juegos trastocaba los planes y obligaba a una inyección extra de confianza y determinación. La pívot que dominaba el rebote y la defensa en la NBA, que había supuesto el gran paso de España hacia la élite, faltaba y tocaba el pesimismo del entrenador. Pero la mejor medicina para este equipo es que siempre acaba levantándose. Lo hizo hace cuatro años, cuando se quedó fuera de los Juegos Olímpicos cuando era una de las aspirantes a la medalla y lo ha hecho ahora con la ausencia de Lyttle, la jugadora más determinante del equipo -aproximadamente el 50% del equipo, según la capitana Laia Palau-.
Ningún obstáculo es suficiente para esta selección, que ante Serbia se olvidó de sufrir por primera vez en el torneo. El conjunto balcánico, una roca con la que ya chocó la selección en el estreno en los Juegos, notó ayer el cansancio acumulado tras su partido de cuartos contra Australia. Las oceánicas, la única alternativa real a Estados Unidos, sucumbieron de manera inexplicable ante Serbia, que a su vez se apagó contra el grupo dirigido por Lucas Mondelo.
Nada quedaba de ese equipo duro que en el primer partido tuvo a España contra las cuerdas. Apoyada en un juego alegre y de contragolpe, la selección se metió en la final por la puerta grande. Al final del primer cuarto ya acumulaba una ventaja de once puntos (20-9) que llegó a ser de 19 en la segunda parte (65-46). Trabajo cimentado en un gran acierto cerca de la pintura y con una defensa magnífica. Una muralla contra la que se estrelló una y otra vez Serbia, incapaz de superar la resistencia española. La distancia, holgada, no invitaba a la prudencia, pero España no jugó con el destino Mondelo. El preparador pidió un tiempo muerto para evitar la remontada serbia y serenar los ánimos. La final estaba a la vuelta de la esquina. Había que dejar pasar el tiempo y esperar para agarrar un sueño que al fin se hizo realidad.
La cántabra Laura Nicholls explotó contra las turcas con trece puntos, doce rebotes y tres tapones, un trabajo que hizo olvidar que Sancho Lyttle no estaba en la cancha. «La verdad es que no (había soñado nunca algo así). Hombre, te lo dice la gente, la familia, tu a ti misma. Pero yo, como soy una persona de marcarme las metas muy poco a poco desde el trabajo, si me llegan a decir hace un año que iba a estar aquí segunda de los Juegos Olímpicos, me hubiese reído», reconoció a Efe.
Junto a Nicholls, la prometedora Astou Ndour sumó catorce puntos a la casilla española. La jugadora de origen senegalés ya tiene un hueco en la pintura y una tarjeta de presentación de gran nivel. Además, la veterana Silvia Domínguez jugó con la ventaja desde la dirección y con trabajo de hormiguita llegó hasta los diez puntos. Por supuesto, Alba Torrens, el foco anotador español, anotó como nadie más y metió catorce puntos, la mayoría al final del primer cuarto, el momento en que había que sentenciar el choque. De nuevo contra Turquía. De nuevo en semifinales. Como en el Mundial de 2014. Entonces la final fue contra Estados Unidos, ese equipo inalcanzable que ganó 103 a 63 al equipo español en la fase de grupos. No importa. El baloncesto español ya tiene su cima.
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