Borrar
Un joven en Hiroshima tras el lanzamiento de la bomba.
El resplandor que acabó con Hiroshima

El resplandor que acabó con Hiroshima

Se reedita en forma de libro el artículo que mejor narró la vida de los supervivientes tras la bomba atómica

PILAR MANZANARES

Lunes, 15 de junio 2015, 02:06

De las ciudades importantes de Japón, ni Kioto ni Hiroshima habían sido aún visitadas por los B-29 estadounidenses, pero sus habitantes enfermaban de ansiedad. Todos estaban seguros de que les llegaría su turno y todos habían escuchado las terroríficas historias que se contaban sobre los bombardeos masivos. Pero la vida seguía entre los sonidos de las repetidas alarmas antiaéreas y el rumor de que a Hiroshima le estaban reservando algo especial. Exactamente, a las ocho y cuarto de la mañana, hora japonesa, del 6 de agosto de 1945 descubrirían, con horror, de qué se trataba: el primer ataque nuclear de la historia.

Lo que después pasó fue narrado por el reportero de 'The New Yorker' John Hersey en 'Hiroshima', un artículo que se ha convertido en uno de los más famosos publicados y que ahora llega a las librerías reeditado de la mano de la editorial Debate. Y es que Hersey fue capaz de describir, a través de los testimonios de seis supervivientes, cómo fue la vida para quienes no murieron en un ataque que quebró el cielo con un enorme resplandor.

Pero, sobre todo, pudo contar cómo fueron los minutos de todos ellos tras la explosión. Y probablemente fueran estos los más angustiosos y los que dejaron una huella atroz en sus vidas.Uno de los testimonios fue el de la señora Hatsuyo Nakamura, que vio cómo el cielo brilló con el blanco más blanco que jamás hubiera visto. «Trozos de madera le llovieron encima y una lluvia de tejas la aporreó; todo se volvió oscuro, porque había quedado sepultada», escribió Hersey.

Afortunadamente la señora Hatsuyo pudo escapar mientras escuchaba los gritos de uno de sus tres hijos. La menor, de cinco años, estaba enterrada hasta el pecho y no podía moverse. Después, oyó las voces de sus otros dos pequeños. Milagrosamente, los niños estaban sucios y magullados, pero no heridos, y su curiosidad seguía intacta: ¿por qué se ha hecho de noche tan temprano? ¿Por qué se ha caído nuestra casa? ¿Por qué..., por qué...?, preguntaban a su madre, que buscaba ropas entre los escombros para cubrir sus cuerpos.

Asfalto reblandecido

El padre Wilhelm Kleinsorge, sacerdote alemán de la Compañía de Jesús, leía una revista en el momento en que fue lanzada 'Little Boy', Después, perdió la consciencia. Cuando volvió en sí, deambulaba en ropa interior por los jardines de la misión, sangrando levemente por pequeños cortes. Fue entonces cuando comprobó que todos los edificios de alrededor habían caído y que las casas en pie se iban incendiando. Llegaba el momento del fuego, que dejaba una ciudad de 250.000 habitantes reducida a un montón de residuos entre el asfalto caliente y blando. Comenzaba el largo camino para miles de personas que ahora no tenían nada, solo el dudoso honor de haber sobrevivido a lo que aún no sospechaban: un ataque nuclear. «Llegada la posguerra, ocurrió la cosa más maravillosa de nuestra historia. Nuestro Emperador transmitió su propia voz por radio. El 15 de agosto nos dijeron que escucharíamos una noticia de gran importancia». Así fue cómo, según el señor Tanimoto, se enteraron de que la guerra había terminado. .

Pero éste sería terrible porque, como bien sabían los físicos japoneses expertos en fisión atómica, quedaba aún el problema de la radiación. Cuando entraron en la ciudad para investigar los efectos de aquella nueva arma, descubrieron que aquel resplandor del que todos hablaban había decolorado el cemento y, algo curiosísimo, había dejado marcas correspondientes a las sombras que su luz había producido.

Las secuelas eran impredecibles. Las heridas no cicatrizaban, la gente se quejaba de dolores abdominales y diarreas, padecían fiebres que superaban los 39 grados y muchas personas morían misteriosamente durante los primeros días debido a la radiación absorbida por sus cuerpos. Aún era peor para los que alcanzaban la segunda etapa: todo comenzaba con la caída del pelo, a la que seguían otros síntomas como el sangrado de las encías, el descenso de los glóbulos blancos por debajo de los 5.000 -cantidad normal- y, sin defensas, eran víctimas de las infecciones.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

laverdad El resplandor que acabó con Hiroshima