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Antonio Arco
Lunes, 25 de mayo 2015, 14:40
Le pregunto al gran actor Miguel Ángel Sola (Buenos Aires, 1950), que trabajó con ella en su última película, 'Octavia' (2002):
-¿Cómo definiría usted a Margarita Lozano?
-Margarita es pura magia.
Margarita Lozano, nacida en Tetuán en 1931, pero vinculada a Lorca desde siempre por motivos familiares y de residencia -lleva décadas habitando en Puntas de Calnegre-, huye de la fama como de la pólvora, y de los medios de comunicación como de una explosión nuclear. A menudo con el rostro radiante -y hermoso pasen los años que pasen-, la actriz, a la que adoraron Buñuel y Pasolini por igual, sigue igual que siempre: generosa, leal, temperamental, reservada y comiendo cuando tiene hambre, sea o no la hora convenida, de noche o de día. Es única, realmente un ser distinto, irrepetible, un prodigio de curiosidad y conocimiento, de escondites labrados en el interior que ocultan su aparente fortaleza. La Lozano, que se ha habituado al silencio, que no podría vivir en las ciudades y no atiende a horarios, ni imposiciones, calendarios, convencionalismos, modas y etiquetas sociales, vivirá el próximo viernes un día muy especial, ya que será investida doctora 'Honoris Causa' por la Universidad de Murcia (UMU), un acto que está cuidando al detalle el catedrático de Cine, y padrino de este gran honor, Joaquín Cánovas (Alhama de Murcia, 1958).
La Lozano ha sido libre manteniendo en el mundo un rasgo de salvaje, un matiz de alucine, una visión del mundo fuera de este tiempo. Madre a los 34 años, guarda entre sus recuerdos imborrables la visión de la madre que la vio envejecer, y al hablar de la muerte, el cristal de sus ojos se pierde en la nostalgia de la vida de aquellos que se han ido.
-¿Ha buscado el éxito?
-No, solo disfrutar.
Y, mientras ella disfrutaba, solía dejar enamorados para siempre a quienes hacían cine o teatro a su lado. «Trabajar con Margarita ha sido una de las cosas más importantes que le deberé ya siempre al cine», recuerda Basilio Martín Patino (Lumbrales, Salamanca, 1930), que la dirigió en 'Octavia', donde la actriz daba vida a uno de esos personajes poderosos que fascinan a los cinéfilos más exigentes: el de La Doña.
Sorprendente
La Lozano se descubre siempre con sorpresa. De pronto, quiebra su imagen de mujer serena y elegante con una estrepitosa carcajada; de pronto, cautiva con una mirada dulce cuando, precisamente, se espera de ella una de las reacciones enérgicas que se le imputan a las mujeres de fuerte personalidad; de pronto, se distrae cuando crees que el tema le apasiona y, también de pronto, cuando haces un comentario para matar el silencio, va y te demuestra un inusitado interés que te obliga a convertirte en su rendido cómplice.
Recobrada en 1986 como una pieza de arte para el cine español por Manuel Gutiérrez Aragón, quien creó para ella el personaje de la entrañable abuela Olvido de 'La mitad del cielo' (1986), la actriz consigue dotar a sus personajes de una naturalidad asombrosa, «después de haberlos trabajado muchísimo; de construirlos, destruirlos, tirar para acá y para allí y, sobre todo, de meditar tanto y tanto...».
-Ha vivido en muchos sitios: Alemania, Italia, Madagascar, Alto Volta, Senegal... Y desde hace unos años reside, prácticamente alejada del mundo, en su casa lorquina de Puntas de Calnegre. ¿Le gustaba esa itinerancia?
-La he vivido como un regalo. De África, por ejemplo, no hubiese regresado... Lo que más me sorprendió de allí, y lo que más recuerdo, es la persona. La persona es siempre lo mejor que hay en cualquier lugar; es siempre lo que más me sorprende y lo que más me da.
-¿No se sentía usted extraña, extranjera?
-La forma de vivir o de estar allí no me cogía de sorpresa. A mí todo me viene como la cosa más natural del mundo. Yo en todas partes estoy como si ese fuera el sitio que me corresponde. No me cuesta trabajo acomodarme a los sitios.
-¿Por qué regresó de África?
-Estaba fascinada con África, pero mamá ya estaba mayor, me necesitaba cerca, y de nuevo no dudé sobre lo que tenía que hacer. Puedo parecer a veces muy fantasiosa, pero las cosas importantes siempre las he tenido claras en mi vida, y una vez que he tomado una opción he aceptado las consecuencias buenas y malas.
-¿No llegó a temer que se olvidarán de usted?
-¡No! Yo nunca he hecho nada para que suceda lo contrario. Llevo años viviendo en Puntas de Calnegre. No me importa que se olviden de mí; de hecho, yo no hago nada para evitarlo.
Lecciones
La filmografía de Margarita Lozano está llena de trabajos que son gozosas lecciones de interpretación: de 'Alta costura', dirigida por Luis Marquina en 1954, a 'Los farsantes', la gran película que Mario Camús rodó en 1964 en homenaje a los sufridos cómicos; de 'Viridiana' (1961), uno de los grandes éxitos de Luis Buñuel, en el que comparte protagonismo con el también murciano Paco Rabal, a la ya citada 'Octavia'; de la tremenda 'Diario de una esquizofrénica' (1968), de Nelo Risi, a la provocadora y arriesgada 'Porcile' (1969), de Pier Paolo Pasolini; o de la divertidísima comedia de Nanni Moretti 'La misa ha terminado' (1985), al aclamado episodio de 'Kaos' titulado 'El otro hijo'. En 'Kaos', la actriz se puso en 1984 a las órdenes de sus adorados Paolo y Vittorio Taviani, que también la dirigieron, entre otras, en 'La noche de San Lorenzo' (1982) y en 'Good morning, Babilonia' (1987)
Por otro lado, la última vez que se subió a un escenario -en el teatro conoció la gloria de la mano del maestro Miguel Narros, por otro lado uno de sus grandes amigos- fue en 2007, interpretando 'La casa de Bernarda Alba', de García Lorca, junto a María Galiana, que vio así uno de sus sueños cumplidos. «Y si era un sueño poder trabajar algún día con ella, llegar a ser su amiga, como ahora lo soy, ya ni le cuento», indica la actriz, que procura visitarla en Puntas de Calnegre en cuanto tiene la más mínima oportunidad. Una lluvia de bravos caía cada noche sobre ambas tras el duelo en escena que protagonizaban encarnando a Bernarda y a Poncia (María Galiana). La Lozano se lo pensó mucho antes de dar el sí para meterse en la carne y en el alma de Bernarda Alba, el personaje con el que dijo adiós al teatro. Y tal como volvió, sin hacer el menor ruido y sin -como en ella es norma- conceder entrevistas, ni participar en actos de promoción, dejó la escena en cuanto concluyó la gira de este espectáculo producido, dirigido e interpretado solo por mujeres.
Su Bernarda Alba se convirtió en la encarnación escalofriante de todos los dictadores y tiranos más o menos disfrazados de corderos o de salvadores de patrias. Su Bernarda Alba imponía temor al tiempo que hipnotizaba, y repelía sin que paralelamente pudiésemos dejar de asombrarnos ante su poder y su fuerza, ante la inmensidad de una figura que recordaba a la de un patriarca, un guerrero legendario, un dios inmisericorde de la Antigüedad, o a toda la ira y la frialdad humanas encarnadas en una mujer.
Caro, que así se llamaba su mastín napolitano, todo un señor perro al que «le gustaban muchísimo las mujeres guapas», se escondió en algún lugar secreto cuando intuyó que estaba a punto de morir y jamás fue descubierto. La Lozano sigue hoy echando de menos la alegría que aportaba a la casa sobria y luminosa que baña cada día los campos y el mar de Puntas de Calnegre, donde es un placer disfrutar de los deliciosos melones y sandías y del vino blanco muy frío que te ofrece en su cocina.
Comparte La Lozano con el personaje de Jay Gastby ese extraordinario don para conservar siempre la esperanza, y que cree, al igual que el genial Peter Brook, que «la compasión es la cualidad más necesaria en los momentos que vivimos», vive rodeada por un jardín salvaje que se empeña sin rendirse en doblegar -un feliz día logró que creciera allí la lavanda-, en el que hay un columpio en el que se sube a veces para regresar como por arte de magia a la infancia. No olvida el azote desgarrador que dejó temblando a Lorca, donde están enterrados sus seres más queridos y adonde un buen día decidió regresar ya para siempre.
Su tierra
Da gusto escucharla hablar de su tierra: de su luz, su gente y sus enigmas. Ella parece existir realmente, ser una mujer de carne y hueso, moverse entre las gentes con su figura de trágica inocente, de actriz gloriosa, pero no es ella: es solo el eco que nos llega de su vida, el cuerpo imponente que ha dejado vagando por la tierra un espíritu que no nos pertenece. Hay que ver el rostro que se le pone a la actriz, que parece iluminado por Caravaggio, cuando escucha cantar flamenco como Dios manda a Miguel Poveda, otro grande que tiene sangre lorquina corriéndole por las venas y por la garganta de zafiro.
La Lozano, desterrada del espacio reservado a los mediocres y amiga de consuelos verdaderos y de ayudar con las dos manos, disfruta contemplando el esplendor de la naturaleza. Lo hizo en el Alto Volta, lo ha hecho muchísimas veces en su casa cercana a Roma, y ahora lo hace entre nosotros. A veces le gusta madrugar mucho, y también pasar el tiempo en su terraza inundada de aire puro; allí tiene una bañera, con su agua caliente y fría, en la que disfruta de cervezas, silencios y puestas de sol.. Sobrada de ternura, utiliza como nadie los susurros y llega a desconcertar y a fascinar por igual. Resulta imponente.
-¿Qué es usted aunque no lo parezca?
-Puede parecer que soy dominante porque soy grande y eso, pero no es cierto.
-¿Por qué no le gusta hablar de sí misma?
-Debe ser porque no me intereso nada.
-¿Qué quiso siempre?
-Poder mirar a mi hijo a la cara con la cabeza bien alta.
De La Lozano dijo un día Gutiérrez Aragón: «Su trabajo es una mezcla de ternura y fortaleza». También su vida lo es.
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