![Ginés Sánchez: «Nos enfrentamos al colapso puro y duro»](https://s2.ppllstatics.com/laverdad/www/pre2017/multimedia/noticias/201702/12/media/108644567.jpg)
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Antonio Arco
Jueves, 16 de febrero 2017, 03:18
Dice: «Nos enfrentamos a la oscuridad, al fin de la civilización, al colapso puro y duro, a la ruptura absoluta de nuestro modo de vida. Para el año 2040 habrá tres mil millones de personas que no tendrán acceso a fuentes de agua potable. ¿Se imagina Murcia?». Murcia es la ciudad donde nació en 1967, y donde vive, Ginés Sánchez, de quien Tusquets acaba de publicar su nueva novela, 'Dos mil noventa y seis', que este viernes se presenta, a las 19.30 horas, en Expolibro. Quienes la lean se encontrarán con Enis, Andera y Taner. No le dejarán indiferente mientras recorre sus historias con un café, a solas, a pleno sol o entre las sábanas. Los tres protagonizan «una despiadada historia de supervivencia en un mundo apocalíptico». Los tres desasosiegan, sirven al lector una historia terrible, por momentos asfixiante y por momentos semejante a un poema de tintes guerreros, a un cántico épico a la supervivencia.
Título
'Dos mil noventa y seis'.
Autor
Ginés Sánchez (Murcia, 1967).
Editorial
Tusquets Editores. Colección Andanzas.
Precio
18 euros.
Páginas
Trescientas treinta y tres.
'Dos mil noventa y seis' ve la luz tras 'Lobisón', 'Los gatos pardos' (IX Premio Tusquets Editores de Novela) y 'Entre los vivos'. Así la anuncian los editores: «Más allá de las ciudades seguía existiendo el mundo. Un mundo de largas planicies, de infinitas extensiones calcinadas tras décadas de sequía absoluta. Es el año 2056 y los servicios sociales se han colapsado. Los estados andan retirándose de amplias zonas de la Tierra. La población huye del hambre y de las epidemias. En una ciudad cualquiera, un grupo de familias cierra el pozo junto al que viven y se une al río de desplazados. Cuarenta años después, la misma zona no es más que ruinas en las que sobreviven minúsculas bolsas de población».
Vive allí, entre esas ruinas y ese aullar de un mundo arrasado, «Enis, un muchacho, último superviviente de un grupo». Y vive allí también «Andera, la niña de los ojos transparentes». Enis y Andera, juntos, emprenderán un viaje en busca de una nueva oportunidad sobre la Tierra que podría recordar al que recorrieron, de regreso del Más Allá, Orfeo y Eurídice. Juntos «abandonarán la ciudad y marcharán a través de un mundo de soledad y desiertos interminables». Con un objetivo, con una esperanza: «Siempre hacia el norte, siempre en busca de la preciada agua. Hasta que den con una ciudad descomunal. La ciudad regida por el misterioso Taner, un gobernante capaz de hacer los actos más crueles y los más magnánimos».
Está satisfecho Ginés Sánchez con el resultado de su nueva obra literaria: «Lo fácil hubiese sido escribir la novela contando el momento del colapso, que tiene lugar en 2056. Pero pensé que sería mucho más interesante escribir sobre las generaciones que nacieron cuando este ya había tenido lugar para, así, ver cómo se adaptaban a vivir en este infierno y saber qué pensaban, qué sentían, qué sería de todos ellos...».
Enis y Andera son poco más que unos niños. Su odisea conmueve. También aterra. «No descarto que, en un terreno como el de la ciencia, pueda pasar cualquier día algo que lo cambie todo, pero eso no evita que proyectemos nuestros miedos hacia el futuro», indica el novelista. «Por ejemplo», precisa, «sabemos que el proceso de desertificación irreversible en España está previsto para el 2050. Yo no estaré aquí, pero sí mis sobrinos. Las nuevas generaciones que ya tienen cara, los niños y adolescentes a los que ya conocemos y queremos, sí estarán. ¿Alarmado? Mucho, y claro que tengo miedo».
Un mundo calcinado. Apenas hay agua. La devastación es la reina absoluta. «¿Se hará realidad 'Dos mil noventa y seis'? Lo que no hay es ninguna voluntad política de enfrentarse a los problemas medioambientales y al cambio climático», se lamenta. Y añade: «No se ve a nadie, de la gente que realmente tiene el poder para cambiar de rumbo, hacer algo realmente en serio, no se ve a nadie al frente de un asunto con el que nos estamos jugando nuestra supervivencia como especie». Y todavía peor: «La situación, en vez de mejorar, empeora. A un lado está [Vladímir] Putin, y al otro el que acaba de llegar, [Donald] Trump. Un desastre».
-¿Y los ciudadanos?
-Los que vivimos en el primer mundo estamos bastante acomodados, y muchos de los que no pertenecen a él, lo que están es locos por comer. Y mientras tanto, y como siempre, ahí tenemos a las élites llevándose la pasta. La élite siempre se libra. De hecho, si realmente llegase un colapso, una gran catástrofe, siempre habría una élite que se libraría, siempre habrá algún lugar en el que ellos puedan refugiarse. No les importa nada lo que nos pase al resto. Dentro de no muchos años, puede que el primer mundo se haya convertido también en un desierto atravesado por infinidad de refugiados climáticos que huyen de las hambrunas y las epidemias y vagan en busca de comida. Refugiados climáticos de los que nos intentaremos defender a tiros desde las azoteas de nuestras casas, nosotros también muertos de hambre, igual que ellos. Pero los ricos no estarán, se habrán refugiado en algún lugar solo para ellos.
-Y los demás, ¿cuidarán unos de otros?
-Al final, a la gente que tienes a tu lado la quieres y te preocupas por ella. No creo que eso vaya a cambiar. El problema es la visión de conjunto de la sociedad. Los peligros son reales: cambio climático y crisis energética. El petróleo, dentro de veinte o treinta años será un bien de lujo. Se irá produciendo una 'cubanización' de la vida. De repente, no habrá recambios para los coches, tampoco se fabricarán coches nuevos, la existencia cotidiana se irá complicando cada vez más, y tendremos que empezar a vivir de otra manera. Pero resulta que nosotros, el primer mundo, estamos muy acostumbrados a vivir cómodamente y no estamos dispuestos a renunciar a ninguna comodidad. No queremos sacrificio alguno. Eso es algo que nos diferencia de los terroristas islámicos, que se están haciendo más fuertes. Ellos no están acomodados. Son jóvenes y tienen ganas de comerse el mundo, mientras que nosotros somos viejos y estamos tratando de que no nos pase nada. Enseguida nos paralizan la angustia, el miedo, el dolor.
-¿De qué ha conseguido usted liberarse?
-Últimamente me he librado de determinadas presencias que andaban por mi vida. Personas que son como vampiros que van corroyéndolo a uno por dentro. Ese tipo de personas que viven amparados en las mentiras, en las dobleces. Esas que se deslizan como fantasmas a través de la educación de la gente. Gente que las tolera en vez de decirles las cosas a la cara. Me he quitado algunos, así de extirpación, y ha sido muy liberador. Casi floto.
Sombreros de señora
-¿Qué tipo de escritor se niega a ser?
-Un escritor conformista. Uno al que le dé igual uno solo de los aspectos de su novela. No quisiera ser nunca un escritor cuyas novelas se llenen de lo que Jorge Luis Borges llamaba «sombreros de señora y tazas de té».
-¿En qué no pierde el tiempo?
-Paso de las guerras de la gente débil. Paso de la gente que se enferma porque tiene 'mal de amores'. Esos son males de ricos. Me apunto a los males de los pobres. A la lucha por la supervivencia, al volver a levantarse cada vez.
-¿Sabe ya quién es usted?
-Digamos que soy un aprendiz de casi cincuenta años. Uno que dice aquello que decía Cortázar. Aquello de «me paso la vida sin hacer nada útil, cultivando unos pocos amigos, admirando a unas pocas mujeres y levantando con eso un castillo de naipes que se me derrumba cada dos por tres. Plaf, todo al suelo. Pero recomienzo, sabe usted, recomienzo...». Lo he vuelto a releer y me he dado cuenta de que me siento exactamente así. Cada vez más.
-¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
-Digamos que hemos pasado todo el siglo veinte luchando por no tener que vivir, los pobres, como vivíamos en el diecinueve. Esas cosas de que voten las mujeres, de las jornadas de ocho horas, de los descansos los domingos, de que no trabajen los niños. Esas cosas no nos las dieron los ricos porque sí, se las arrancamos. Y pasa que ahora, en el veintiuno, están contraatacando para que volvamos a vivir como antes de esas conquistas. Imagino que tendrá que haber alguna revolución en algún sitio. Lo imagino y no entiendo cómo nosotros, los españoles, no nos hemos echado a la calle ya.
-¿Qué es lo peor?
-Lo peor es que no salimos a la calle porque eso nos plantearía una serie de problemas inmediatos. Del orden de '¿y si no puedo llevar a los niños al colegio?', '¿y si, por causa de la revolución, cierra la empresa?'. La cuestión, como le decía antes, es que estamos muy acomodados y no estamos dispuestos a renunciar a determinadas cosas.
-¿Y qué propone que hagamos?
-Si dijera lo que propongo tendría aquí dentro de un rato a la Guardia Civil y a los GEOS, así que mejor me lo guardo, con su permiso. No creo, tampoco, que haya mucho que hacer. El problema, en el fondo, es que habría que reinventar al hombre. Hacer una versión dos punto cero. Como ve, soy un dechado de optimismo.
-¿Qué no debemos esperar?
-No debemos esperar. Punto. Ayer ya era tarde.
-¿Cómo diferencia cultura de entretenimiento, de fugaz espectáculo, de puro consumo o negocio?
-Contaba Peter Griffin, el personaje principal de 'Padre de familia', un chiste: «¿Cuál es la diferencia entre el erotismo y la pornografía? Y la respuesta es: la subvención del Estado».
-Sabe que, inevitablemente, su novela recuerda en algunos aspectos a 'La carretera', de Cormac McCarthy.
-Bueno, no es una mala novela [risas]. De hecho, yo siempre he reconocido que McCarthy es uno de los autores que me han influido. Y entiendo que 'Dos mil noventa y seis' pueda hacer pensar en 'La carretera'. Pero, puestos a hablar de parecidos, yo se lo encuentro más con 'La tierra permanece', de George R. Stewart.
-¿Qué espera de 'Dos mil noventa y seis'?
-Poca cosa, con vender unos pocos millones de ejemplares me conformo [risas].
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