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NORBERTO MIRAS, MIEMBRO DE LA ACADEMIA DE GASTRONOMÍA
Sábado, 5 de julio 2014, 01:38
Hay una frase tremenda del siglo XIX que unos atribuyen a Nicasio Gallego y otros a Víctor Hugo: «En el arte solo es lícito el robo cuando va seguido de asesinato». Lo que nos deja pocos casos de licitud en el plagio.
Se habla mucho de la copia, del 'homenaje', de la 'inspiración en tal o cual obra', pero en esto, como en todo, hay clases y clases. El poeta D'Annunzio lo expuso claramente cuando le achacaron semejanzas: «Las cosas no son de quien las hace primero, sino de quien las hace mejor». Le Vayer lo dijo con dulzura francesa: «Es lícito robar como lo hacen las abejas, sin causar perjuicios a nadie, pero nunca se debe imitar el robo de la hormiga».
Ocurre en literatura. Don Juan Valera, que fue acusado de plagio tuvo que defenderse -mala posición ya- y entonces dio cierto permiso para plagiar diciendo: «El plagio sobre todo el confesado es culpa muy común, rara vez mortal, venial casi siempre y no en pocas ocasiones acto benéfico y laudable».
En música, el plagio es abundante. Wagner se disculpaba ante su suegro Liszt de haberle tomado prestadas algunas ideas musicales: «Mejor, así se harán inmortales», respondió el plagiado. Esto se puede predicar del mismo modo del arte culinario. Existen y han existido varios contenciosos entre chefs por un quítame allá esas recetas. La copia con ligeras variaciones del plato afamado de un restaurante por otro puede suponer pingües beneficios, pero nadie sabe hasta qué punto es original, el original y copia, la copia. No importa cómo vistan al plato: que te lo sirvan en un matraz de laboratorio, que te lo descuelguen de una grúa, que le añadan algún ingrediente extravagante -por lo tecnificado de su obtención o por su exotismo-: siempre hubo una receta anterior que sentó los fundamentos.
Lo sensato no es siquiera intentar diferenciar lo nuevo de lo original, porque siempre podemos ser sorprendidos por un descubrimiento que nos enseñe que lo que pensábamos nuevo, no era nuevo, y que lo que atribuíamos como original e irrepetible, no era nada original y se ha repetido hasta la saciedad. Hay que ir con tiento. Teniendo presente que podría ser aplicada la no menos tremenda máxima de Eugenio D'Ors: «Lo que no es tradición es plagio».
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