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CARLOS MIRETE
MURCIA.
Viernes, 1 de octubre 2021, 03:36
9.55 de la mañana. La cabeza del tren va ensanchando tímidamente su figura en el horizonte, mientras unos quince viajeros impacientes se asoman ... con curiosidad sobre el andén número 7 para distinguirla con mayor claridad. Con este propósito, realizan una leve inclinación con el cuello hacia la izquierda que, al producirse progresivamente del más alejado al más cercano, recuerda al perezoso despliegue de un acordeón. La casualmente perfecta sincronización del gesto contrasta con la impuntualidad del convoy, que alcanza la estación con casi quince minutos de retraso debido a la huelga de los maquinistas de Renfe.
En un abrir y cerrar de puertas se produce el intercambio entre los que suben y los que bajan. Entre los que llegan y los que se marchan. La mayoría de usuarios están al tanto de que el de ayer era el último día de servicio de ferrocarril entre Murcia, Lorca y Águilas, y de las poblaciones intermedias, el cual quedará suspendido hasta 2025, pero alguno se sorprende al conocer este dato.
«Suelo coger el tren porque tengo familia en Pulpí y ahora son las fiestas, así que tengo que aprovechar», cuenta Raquel, una joven estudiante que hace uso de este servicio casi semanalmente para ver a sus abuelos en la localidad almeriense. No le quedan muchas más alternativas, pues sus padres trabajan y el único medio de transporte que había empleado hasta ahora era el ferrocarril. «El corte del servicio supone un gran inconveniente, tendré que adaptarme a coger el autobús», añade mientras lanza una mirada de resignación a la pesada maleta que transporta con ella.
«He aprovechado que era el último día para acercarme a Sierra Espuña a practicar ciclismo», comenta Jerónimo. Este ilicitano ataviado con casco y calzado deportivo, vigila de cerca su bici y lamenta que, a partir de ahora, no lo tendrá tan fácil para practicar su deporte favorito. «Lo voy a echar de menos, porque solía visitar también Carrascoy». Andrés, un colombiano afincado en Alicante, abre los ojos, sorprendido, cuando recibe la noticia del corte del servicio, que asegura desconocer. «El retraso ya me ha complicado el día porque llego tarde al trabajo, pero a partir de ahora voy a tener que buscarme alternativas para no quedarme tirado».
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Laura viaja en tren desde Murcia para dirigirse a Lorca, donde se encuentra la facultad en la que estudia. Asegura que, pese a enterarse la semana pasada de que desde hoy no habrá más trenes que cubran el recorrido que ella realiza diariamente, «haré uso del bus por obligación, ya que no me convence: se tarda más y no sé si llegaré a tiempo a clase». Además, afirma que esta mañana, la mayoría de viajeros que esperaban al tren de las siete «han tenido que marcharse a sus casas porque no ha pasado».
La interrupción no solo afecta a usuarios que viajan en dirección Lorca-Águilas a otros pueblos a trabajar, puesto que el enfado es idéntico en sentido opuesto. La irritación de los pasajeros se asemeja a un bumerán lanzado con rabia desde Murcia que, una vez alcanza en Almería el rango máximo que le permite la física, regresa con fuerzas renovadas. Alfonso, un mecánico que se desplaza semanalmente a Pulpí, pero que en esta ocasión se dirige a la capital del Segura para una revisión en La Arrixaca, valora muy negativamente el momento escogido para el corte. «En mi opinión, el cierre es muy precipitado y nos deja a todos en la estacada», se queja. «Todavía queda mucha infraestructura por construir en los alrededores de la línea, así que no termino de entenderlo».
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Ahora, según relata, tendrá que coger un autobús que lo deje en Lorca y, desde allí, pedir a sus compañeros de trabajo que lo recojan y acerquen al limítrofe municipio urcitano. Hay quienes tienen incluso peor suerte. Adrián ha sacado el billete para subirse en el tren de las 10.15 horas, pero no ha tenido esa opción. Finalmente, el convoy de las 11.25 aparece con diecinueve minutos de retraso y puede acceder por fin a él. Una vez dentro, las quejas por el corte se repiten entre los usuarios. Una pareja de ancianos de Alcantarilla afirma con gracia que «este es nuestro último viaje». Y no porque no quieran repetirlo, sino porque el bastón con el que se desplaza él le dificulta enormemente la tarea de subirse a un autocar. Hasta los revisores parecen no estar muy de acuerdo. «A nosotros nos van a trasladar para cubrir el servicio de buses», explica uno de ellos, que prefiere permanecer en el anonimato. «Ocho horas ahí dentro; nos van a salir kilómetros por las orejas», dice con resignación.
12.11 del mediodía. El convoy alcanza la estación del Carmen de Murcia y se le escapa un sonido ventoso que suena a viejo, a cansado. Una especie de suspiro, similar al que expulsan simultáneamente los viajeros antes de levantarse y abandonar el vagón. Como si ambos, tren y pasajeros, fueran conscientes de que, efectivamente, este es el último viaje que van a compartir en mucho tiempo.
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