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El catedrático de la UMU Manuel Segovia, jefe del servicio de Microbiología de La Arrixaca y de la Unidad de Medicina Tropical, sustituye a María ... Trinidad Herrero al frente de la Real Academia de Medicina y Cirugía de la Región de Murcia. Una institución dedicada, fundamentalmente, a la difusión de la ciencia. Hay –admite Segovia–tarea por delante. «Hace falta más divulgación, pero sobre todo criterio», reflexiona.
–Una de las principales tareas de la Real Academia es la difusión del conocimiento científico. ¿La pandemia ha puesto de relieve la necesidad de divulgación? ¿Se ha evidenciado una falta de cultura científica en España?
–Efectivamente, creo que hace falta una mayor divulgación de la Medicina y de las ciencias biomédicas, pero sobre todo se necesita criterio. En ocasiones hay mucha información, pero otra cosa es que esa información tenga el rigor suficiente y se haga desde una perspectiva educativa. No es lo mismo hablarle a un foro de científicos que tratar de llegar a una población a la que le tienes que explicar las cosas con claridad, con sencillez, pero con rigor. Eso me parece muy importante.
–Durante la pandemia, en efecto, ha habido mucha información, pero en muchos casos circulaba por redes sin ningún rigor. Hemos asistido a un auge de todo tipo de pseudoteorías, de discursos acientíficos, negacionistas. En España, los movimientos antivacunas eran anecdóticos, pero a raíz de la Covid ya no lo son tanto. ¿Cómo se puede afrontar todo esto desde instituciones como la Real Academia?
–La pandemia ha traído cosas buenas y malas desde el punto de vista de la credibilidad de los médicos, de la visión de la población hacia la Medicina. Se cometieron errores grandes, quizá justificados por la propia naturaleza de las cosas. Había que actuar, y no se sabía cómo y de qué manera. Eso produce, en cierta medida, un desprestigio. Mucha gente se preguntó: ¿por qué se dice una cosa y al día siguiente la contraria? Eso hay que explicarlo desde el máximo rigor científico, hay que recuperar parte de la credibilidad que se pueda haber perdido. Las vacunas hicieron cambiar por completo la gravedad de la enfermedad, y ahora mismo vivimos una situación que nada tiene que ver con la de hace tres años.
–Habla de una pérdida de credibilidad, pero al mismo tiempo quizá la sociedad nunca haya visualizado de una forma tan clara la importancia de la ciencia. En muy poco tiempo los científicos fueron capaces de desarrollar unas vacunas que, como dice, lo cambiaron todo.
–Eso también hay que explicarlo, porque no es una cosa que sucediese por casualidad, ni de la noche a la mañana [había detrás años de investigación en la tecnología del ARN mensajero, base de las nuevas vacunas]. Para poder eliminar los miedos en la gente, hay que explicar por qué aparecieron las vacunas con tanta rapidez. Hay personas que se preguntaban: ¿por qué en dos años tenemos una solución casi milagrosa y para otras cosas no se ha encontrado nada en veinte años? Todo esto conviene explicarlo muy bien, y en esto los medios de comunicación también tienen mucho que decir.
Divulgación «Para eliminar los miedos de la gente hay que explicar por qué la vacuna apareció tan rápido»
Teorías sobre el SARS-COV-2 «No se ha encontrado el origen del virus. No sería la primera vez que un accidente de laboratorio genera problemas»
Enfermedades tropicales «Estoy seguro de que tendremos más casos autóctonos de dengue por el cambio climático y la globalización»
–Señala que hubo errores al inicio de la pandemia. ¿Cuáles fueron los más importantes?
–Por ejemplo, se magnificaron actuaciones de salud pública que no eran pertinentes y que el tiempo ha demostrado que no servían para nada. En realidad ya se sabía que no servían para nada y sin embargo se seguían haciendo, como fumigar las calles con lejía y cosas por el estilo. Lo más difícil en este tipo de situaciones es cambiar algo cuando se instala la irracionalidad. Estábamos ante una enfermedad del siglo XXI pero la única medida eficaz para combatirla, al principio, era de la Edad Media: el confinamiento total de la población. Luego, efectivamente, surgieron soluciones del siglo XXI, con las vacunas de ARN mensajero, que son las que realmente solucionaron el problema.
–Justo a principios de 2020, en una entrevista en LA VERDAD, usted dijo que estaba mucho más preocupado por la gripe que por la Covid. ¿La comunidad científica no vio lo que se venía encima?
–Sí, sí, lo recuerdo. Siempre ha habido virus que han saltado de los animales a los humanos, lo que no se había dado es una situación como esta, en el sentido de que estábamos ante un virus tremendamente contagioso con una alta letalidad. Normalmente, cuando un virus respiratorio tiene una alta capacidad de contagio no suele ser particularmente letal. Y cuando una enfermedad tiene una altísima letalidad, como puede ser el Ébola, es sin embargo poco contagiosa. El que se produjeran las dos cosas a la vez es realmente algo nuevo. No se ha encontrado el origen del virus, yo pienso que no tuvo un origen natural. Con esto no quiero decir que no sea un virus de animal que pasa a los humanos, me refiero a que la forma en que ocurrió probablemente no fuese un accidente, diríamos, natural. Seguramente es imposible de demostrar, pero probablemente fue algo manipulado por humanos que se escapó al control humano.
–La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha descartado que el virus no tenga un origen natural.
–Lo que se descarta es que sea un virus artificial, en el sentido de que sea un virus construido con ingeniería genética. Por supuesto que no fue así. Pero no sería la primera vez en la historia de la humanidad en que un accidente de laboratorio genera problemas en una determinada población. Por supuesto que no es un virus artificial, en absoluto digo eso, pero sí resulta cuando menos extraño que el virus aparezca de la manera en que se contó: que si un armadillo, que si en el mercado [de Wuhan]. Si te encuentras 15 pingüinos paseando por el Paseo de la Castellana en el mes de agosto y te enteras de que allí cerca hay un delfinario con pingüinos, piensas que lo más probable es que se hayan escapado de allí, y no que hayan venido navegando desde la Antártida.
–Un primer informe de la OMS señaló en 2021 que la fuga de laboratorio era «extremadamente improbable». Es cierto que en 2022 un panel de expertos de la OMS corrigió esta conclusión tan tajante y determinó que la hipótesis no se podía descartar, por lo que había que seguir investigando. Pero no han aparecido evidencias al respecto. ¿No es así?
–Creo que lo que dice es correcto. Al principio se dijo que no era posible, y luego se han dejado las puertas abiertas. No hay, que yo sepa, una versión oficial del origen.
–Quizá uno de los problemas sea la falta de transparencia de China. Ahora mismo hay una explosión de contagios en este país, y en buena medida la preocupación que esto ha generado se debe a las dudas sobre si habrá información fiable en el caso de que surjan nuevas variantes.
–China es prácticamente un continente. Es un lugar donde la información no es transparente, es muy difícil saber qué es lo que está ocurriendo. La OMS se quejó en su momento de las dificultades que pusieron las autoridades chinas para acceder a la información sobre lo que realmente estaba pasando, y ahora es lógico que surjan dudas al respecto de lo que pueda pasar.
–Pero, ¿tenemos razones para temer nuevas oleadas por culpa de esta explosión de contagios en China, como las que hemos afrontado hasta ahora?
–No me atrevo a hacer previsiones. Coronavirus ya ha habido antes: tuvimos el SARS, el MERS. Uno espera ese comportamiento: alta letalidad y baja contagiosidad, o viceversa. Pero no me atrevo ahora mismo a hacer predicciones. Hay que ir día a día viendo lo que está pasando.
–En 2018 se registró en la Región de Murcia un brote de dengue con cinco casos autóctonos. ¿El cambio climático nos obliga a que tengamos que estar preparados para que estas situaciones sean más frecuentes en el futuro?
–Sí. De hecho, nosotros nos seguimos llamando Unidad de Medicina Tropical, pero es un nombre antiguo. Estos institutos se llaman ahora de salud global. Son enfermedades que antes se restringían a los trópicos por la escasa movilidad de las personas y porque muchas de ellas son transmitidas por vectores que tenían su área de distribución en las zonas tropicales. Es el caso del dengue, que es transmitido por mosquitos [de la especie Aedes]. Pero la globalización, la facilidad de las comunicaciones y el cambio climático han modificado esto. El transporte de mercancías ha facilitado que estos insectos viajen a otras zonas y en un momento determinado se puedan instalar definitivamente en ellas. Así ha ocurrido con el mosquito tigre (Aedes albopictus) en nuestra zona. Antes no se podían transmitir enfermedades como el dengue porque faltaban eslabones de la cadena epidemiológica, pero ahora sí. Consecuentemente, estoy seguro que volveremos a ver casos de dengue autóctonos en algún momento, será muy difícil evitarlo. Otra cosa es que haya una epidemia grave.
–Hemos hablado de dengue, pero también en los últimos años se han registrado, por ejemplo, casos de fiebre del Nilo en Andalucía.
–Sí, es exactamente lo mismo. Hay una historia bastante bien conocida en Estados Unidos con esa llamada fiebre del Nilo occidental. El virus viajó a Estados Unidos probablemente en pájaros, que pudieron transmitirlo a mamíferos y a los humanos, y se ha convertido en una enfermedad endémica en algunas zonas. Uno va por Manhattan, por Central Park, y se encuentra con avisos sobre la fiebre del Nilo. ¿Tendremos aquí casos? Seguramente.
–Hemos hablado mucho de la pandemia. ¿Esta crisis sanitaria ha dejado en evidencia la necesidad de una mayor inversión en ciencia?
–Cualquier profesional siempre reclamará más para su profesión, es lo lógico. Creo que conviene revisar los criterios con los que se reparte el dinero. Me parece muy importante que haya una política científica constante, bien definida, que aproveche los potenciales que pueden existir en cada zona. A lo mejor no hay que hacer inversiones por, digamos, caprichos o modas, en cosas que no van a llegar a ningún sitio. Es muy fácil que las personas que vivimos de la ciencia reclamemos de las autoridades más dinero, pero yo creo que también tenemos que hacer autocrítica. A veces, cuando oigo que hace falta más inversión, pienso: y más talento también. Se habla de innovación, pero no necesariamente tiene por qué ser tecnológica. Nuestro éxito en el chagas, por ejemplo, representa una innovación metodológica para aproximarse a una enfermedad que tenía un estigma social, y que de otra manera no se habría resuelto.
–El chagas es una enfermedad difícil [de detectar y controlar], en el sentido de que es silente y está estigmatizada, hasta el punto de que cuando nosotros empezamos a trabajar en este tema, los propios países endémicos [en los que está presente la vinchuca, el insecto que al picar transmite el parásito que provoca la enfermedad] no reconocían la magnitud del problema. Creo que ha sido fundamentalmente una cuestión de constancia y humildad. También hay que destacar el apoyo de toda sociedad murciana: desde los medios de comunicación a la Consejería de Salud, que ha apostado por el cribado universal a las mujeres embarazadas para descartar la transmisión vertical. Esto es algo pionero que no está implantado ni siquiera en los países endémicos. A la eliminación del chagas congénito en 2030 se comprometieron los jefes de Estado y de Gobierno en la cumbre iberoamericana de Andorra. Es decir, aquí hemos ido muy por delante. Hasta 2017 detectamos 21 casos, en 15 años, de transmisión de madre a hijo. Desde entonces no se ha vuelto a detectar ninguno gracias a las campañas para buscar la enfermedad en mujeres en edad fértil, y para tratarlas. Fuimos los primeros en demostrar que el tratamiento en estas mujeres podía prevenir el chagas congénito. Me parece que el éxito en el chagas es un triunfo de la Región de Murcia; no de la Unidad de Medicina Tropical, o de Manuel Segovia: toda la Región tendría que estar orgullosa. Es el trabajo de todos y hay que consolidarlo.
–Sí, es una búsqueda activa. Uno de los problemas del chagas es que la persona no siente que está enferma e ignora lo que significa la enfermedad [que puede provocar graves complicaciones]. Pensar que las personas, sin sentirse enfermas, van ir al centro de salud o al hospital para hacerse la prueba es una quimera. Habrá algunos que sí, con las campañas que hacemos, pero la mayoría va a vivir en su ignorancia y cuando quiera darse cuenta puede ser tarde. Pero la gente sí va a las farmacias a por aspirinas o pañales, y el farmacéutico puede tener esa función de educación sanitaria.
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