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La labor de defensa del patrimonio histórico que lleva a cabo el colectivo Bicihuerta ha permitido localizar dos escudos nobiliarios, del siglo XVIII, que se ... daban por perdidos. Se trata de un blasón de la familia Moñino -linaje del conde de Floridablanca- y otro de los Navarro, también una saga de alcurnia. El primero se encontró en Cañadas de San Pedro, en la misma zona donde esa conocida estirpe poseía una hacienda, aunque en un edificio diferente al que estuvo en un principio. El segundo fue descubierto en la fachada de una ermita de la finca Lo Pertiguero de El Palmar, a unos 13 kilómetros del que sería su emplazamiento original, la plaza Pedro Pou, en San Antolín, según mantiene Bicihuerta. No obstante, desde el servicio regional de Patrimonio Histórico se muestran más cautos y afirman que ese detalle «está por confirmar con la documentación de archivo». Sí parece claro que, en ese popular barrio, los Navarro mantuvieron una segunda residencia, además de su palacio principal de Trapería, del siglo XVI y famoso por su balcón de estilo plateresco.
Raúl Jiménez, vicepresidente de Bicihuerta y cronista oficial de Torreagüera, contactó con la Consejería de Cultura para comunicar el doble hallazgo, con el fin de que procediera a incluir las piezas en su inventario. Y también dio parte al Seprona de la Guardia Civil, al tratarse de elementos protegidos. Los escudos nobiliarios están catalogados como bien de interés cultural (BIC), esto es, la máxima protección que prevé la ley.
Ninguno de esos dos emblemas heráldicos (que se conservan en buen estado) aparecían en el listado oficial facilitado a Bicihuerta. Y en la detallada recopilación elaborada por Álvaro Hernández Vicente con motivo de su tesis doctoral, en 2019, figuraban como 'desaparecidos'. Dicha investigación -'Poseedores de títulos y grandezas: la imagen de la nobleza en los territorios de Murcia'- recopila y documenta 221 de estas piedras armeras (repartidas por construcciones rurales, casas señoriales, palacios y capillas), de las que 25 se consideran en paradero desconocido. La mayoría datan del siglo XVIII, aunque también hay piezas del XVI y del XIX. Pertenecían a familias tan conocidas como los Falcón, Junterón, Fuster Fontes, López Oliver, Riquelme, Fajardo, Meseguer o Maltés de Vera.
Para Hernández Vicente, profesor de la Escuela de Turismo y colaborador del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Murcia (UMU), el descubrimiento de Bicihuerta es de «una relevancia tremenda», ya que contribuye a avanzar «en la recuperación de la historia del Reino de Murcia». En declaraciones a LA VERDAD, destaca que los escudos nobiliarios constituyen «un testimonio documental de los moradores de un territorio. En nuestro caso, nos hablan de unos linajes de grandes héroes de la Reconquista y de sus gestas. En otro tiempo, estos emblemas, con un inconfundible lenguaje visual, permitían a cualquiera identificar al dueño de la propiedad. Lucían como elementos de propaganda no solo en las fachadas de las casas señoriales o en un lugar destacado de las capillas funerarias de estas sagas, sino también en sus explotaciones agrarias y ganaderas, donde tenían residencias de veraneo. Cada uno nos cuenta una historia. Y todavía hoy suponen una gran ayuda a la hora de saber quién costeó algunas obras de arte».
Álvaro Hernández recuerda que, hasta principios del siglo XX, Murcia disfrutó de un rico patrimonio heráldico. Contaba con unos doscientos palacios urbanos, «de los que ahora apenas quedan una decena». Los principales destrozos contra esta arquitectura barroca se perpetraron en los años 60 y 70. «Solo la apertura de la Gran Vía se llevó por delante dos conventos y una docena de casas señoriales, además de los baños árabes. Caían por la noche, y a la mañana siguiente aparecía el solar vacío. Muchos escudos se destruyeron; o desaparecieron y aún no sabemos dónde acabaron», lamenta. El historiador está a la espera de que finalmente salga adelante su proyecto para recolocar algunos de los blasones que se guardan en la sede del Museo Arqueológico, en el paseo de Alfonso X el Sabio. Otros se mantienen en almacenes, fuera de la vista.
El vicepresidente de Bicihuerta advierte, por otra parte, de que el catálogo de la Consejería de Cultura presenta lagunas. «Me consta que algunos escudos no aparecen», explica, y cita dos de estos blasones que permanecen en esa especie de limbo, ambos de los Sánchez Ulloa: uno en la plaza Amores de la ciudad y otro en una zona de la huerta de Beniaján, en el camino Torre Amores. «Y si no están inventariados -recuerda- es como si no existieran para la Administración».
En otros casos, sus actuales dueños «desconocen la importancia de estas piezas; no saben que son elementos protegidos y las obligaciones que eso implica». Por ello, Raúl Jiménez propone la creación de una comisión regional que contribuya «a la protección efectiva» del patrimonio, y recuerda la importancia de habilitar ayudas para que los propietarios puedan hacer frente al mantenimiento de estas piezas cargadas de historia.
Técnicos del Servicio de Patrimonio Histórico ya han geolocalizado e identificado los dos escudos de armas tras el aviso de Bicihuerta. Ahora pasarán al censo de bienes culturales y se registrarán en la base de datos. Los expertos han podido comprobar que ambos emblemas se encuentran en buen estado de conservación y «colocados 'in situ', o sea, que no están descontextualizados». También se ha comunicado a los propietarios de sus obligaciones al tratarse de unos elementos que gozan de protección. Con estas gestiones, Patrimonio Histórico da carpetazo, en principio, al asunto. Tampoco parece que la Guardia Civil vaya a tomar medidas, tras el resultado de los trabajos de la Consejería.
No obstante, el caso de los reaparecidos escudos de armas de los Moñino y los Navarro pone la lupa sobre un patrimonio maltratado especialmente por el abandono y el expolio. «Ha sucumbido ante la presión especulativa llevándolo a su destrucción» afirma en su tesis doctoral Álvaro Hernández.
Colectivos conservacionistas como Huermur recuerdan algunos casos sangrantes, como el escudo del molino Oliver (Aljucer), que acabó hecho trozos, o el de la Casa Grande de Alquerías, que sigue sin aparecer.
Por: Pilar Benito
Suma y sigue. La lista de monumentos, en forma de casas señoriales o antiguos palacetes distribuidos por la ciudad y las pedanías de Murcia, la engrosan más edificios en estado de ruina que los que puedan formar parte de una ruta turística y, posiblemente, hasta ser visitables.
Es el caso del conocido como caserón o palacete de los Valero, situado en el Carril Valeras de San José de la Vega, que poco tiene que ver actualmente con lo que fue. «Está derrumbándose, y eso pese a estar protegido» dentro del PGOU, apunta Raúl Jiménez, el fundador y vicepresidente de la asociación Bicihuerta, de la pedanía de Torreagüera.
En esta casa señorial, de finales del siglo XIX, vivieron marqueses hasta bien entrado el siglo pasado y durante los primeros años de este siglo XXI fue morada de un grupo de inmigrantes, que tal y como recogió en su día LA VERDAD, vivían en condiciones infrahumanas pese a pagar por el alojamiento a su propietario.
Desde entonces, y tras tapiar los accesos y alguna ventana, han pasado 15 años y el caserón sigue deteriorándose.
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