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La triste historia de la destrucción de los célebres Baños Moros en Murcia (II)
La Murcia que no vemos ·
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La Murcia que no vemos ·
La apertura de la supuesta Gran Vía hace siete décadas justas arrasó gran parte del patrimonio históricoEl tres de junio de 1931 amaneció Murcia como cualquier otro día del cercano verano cuya calorina ya despuntaba sobre esas nubes que cada amanecida ... engañan a los murcianos. Porque tan pronto nieblan el sol como desaparecen para dejar esta tierra a merced de sus rayos. Pero, sin embargo, ese día algo cambió... El Gobierno de España declaraba Monumento Histórico-Artístico el «baño árabe de la calle de Madre de Dios». Era, por decreto fechado aquel día, un Tesoro Artístico Nacional. Al menos sobre el papel
El mismo decreto protegía el hoy mal llamado Palacio de San Esteban, el entorno histórico de Monteagudo, así como varios castillos, entre ellos los de Lorca y Aledo, y otras ruinas que siguen abandonadas, pongamos por caso las romanas de la pedanía de La Alberca.
La protección de los Baños, únicos en España, coronaba un siglo de artículos periodísticos defendiendo su valor histórico. Entre ellos, los del escritor Ivo de la Cortina en la revista 'Semanario Pintoresco Español', que en 1844 describía el estado ruinoso del inmueble donde aún permanecía, eso sí, su traza original.
Medio siglo después lo mismo publicaría Amador de los Ríos en su libro 'Murcia y Albacete', incluyendo la célebre fotografía del patio de arcos apuntados sobre pilares de mármol negro. O González Simancas en su 'Catálogo monumental de España'. Ahí ensalzaría esa «casa con horno y baño» citada antes por los reyes Alfonso X y Fernando I.
Era entonces la calle Madre de Dios, que recibió el nombre por otro espléndido convento que nos cargamos, una tortuosa vía en pleno corazón de la urbe. José Ballester, en su 'Guía de Murcia', recordaba allá por 1930 que los baños permanecían «bajo el nivel del suelo» y lo más interesante de ellos era un patio, con cuatro arcos de herradura que daban paso a sendas galerías «con muros de hormigón fino».
Solo presentaban un problema: se alzaban justo en el trazado de la más polémica calle que nunca se abrió en Murcia, llamada entonces Gran Vía, hoy embudo intransitable para el tráfico que recuerda aquella otra calle Gran Vía que existe en el barrio del Carmen y comparte idéntica denominación.
La idea de abrir una avenida hacia el norte de la ciudad comenzó a gestarse a finales del siglo XIX, cuando el ingeniero García Faria propuso ampliar la calle Ángel Guirao, al lado del Romea. No prosperó la idea, pero a otros les serviría como base para futuros planes urbanísticos.
Durante las décadas siguientes hubo más estudios. Acaso el menos perjudicial para el patrimonio histórico lo firmó César Cort en 1926. Este arquitecto diseñó una gran calle llamada Gran Vía Norte o Romea que, de haber prosperado, hubiera evitado el desastre que más tarde se produjo.
El denominado Plan Cort, datado en 1926, respetaba el remoto trazado urbano de la ciudad y, de paso, salvaba de la piqueta los Baños Moros, los conventos de Capuchinas y Madre de Dios, el edificio donde se hallaba el Arco del Vizconde y la antigua plaza de Santa Isabel, renombrada de Chacón por un político del mismo nombre que presumía de tantas ínfulas como desprecio tuvo por parte de los murcianos. Jamás la plaza dejó de llamarse de Santa Isabel.
El Plan Cort se abandonó por la falta de fondos municipales para abordarlo. Y lo mismo sucedería con otro plan, este llamado Bellver, recordando a su autor José Bellver, un ingeniero valenciano que situó la Gran Vía donde hoy está, sangrando la ciudad desde la plaza Martínez Tornel a la Redonda, que así la conocemos por mucha Circular que sea.
La propuesta de Bellver tampoco prosperó. Pero sí lo haría el Plan de Ordenación Urbana Blein-Carbonell, fechado en 1949. La novedad de esta propuesta es la Y griega que divide la Gran Vía en dos tramos, uno para la Redonda y otro para Díez de Revenga.
Pero, para hacerlo realidad, estorbaban los Baños Moros, emplazados justo en medio de la supuesta moderna avenida. Aunque antes se produjo, quizá, la última gran guerra en defensa del patrimonio murciano hasta los albores del siglo XXI, cuando surgieron no pocas asociaciones proteccionistas y algún cronista, como quien esto escribe, emperrado en salvar lo poco que nos queda.
En la madrugada del 7 de febrero de 1953, sin aviso previo, el alcalde ordenó destruir los Baños Moros. El año anterior ya había arrasado varios edificios de la zona. De nada sirvieron las denuncias de la Dirección General de Bellas Artes o de las Academias de San Fernando o la Real de la Historia.
La Comisión Provincial de Monumentos se hizo la egipcia, exigiendo apenas que se conservaran unos moldes de escayola de las partes más destacadas del edificio. Tela.
Los diarios locales, en una campaña que aún está por estudiar, apoyaron el derribo del monumento. Lo consideraban un estorbo para el progreso de la nueva y moderna Murcia. De hecho, casi ni informaron de la visita del director general de Bellas Artes, quien advirtió de que los Baños no podían tocarse.
El único apoyo reseñable fue la 'lluvia' de octavillas en apoyo de los baños que cayó sobre los asistentes a una corrida de toros en la Feria de Septiembre de 1952. Esa octavilla hoy la confunden algunos investigadores con publicidad del lugar histórico. Era una denuncia.
El entonces alcalde, Domingo de la Villa, estaba decidido a abrir la Gran Vía. Injusto sería hoy culparlo de aquello. Eran otros tiempos y cierto es que impulsó el progreso de la ciudad en muchos ámbitos. Pero hizo mal aquello. Y con nocturnidad.
La excusa para eliminar los Baños fue un pequeño chaparrón que, según la alcaldía, causó el inminente derrumbe de los restos y un supuesto peligro para la ciudadanía. Aunque el yacimiento se encontrara, ojo, bajo el nivel del suelo. Y allí lo dejaron, demolido, sin recuperar ni una sola pieza.
Muchos testimonios desmintieron la decisión municipal. Y otros denunciaron que el trazado de la nueva Gran Vía podía haberse desviado para salvar tanto patrimonio histórico. Pero entonces hubiera arrasado el patrimonio personal de quienes mandaban en Murcia. Y por ahí, para qué quieren que les cuente, nadie se atrevió a pasar. Ni mucho menos iba a hacerlo la supuesta Gran Vía. ¿O sí?
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