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No han vuelto al museo para quedarse. Como tampoco lo hicieron hace nueve décadas. Sin embargo, entonces como ahora, resulta sorprendente admirar la colección que ... antaño adornó los hoy quebrados muros de la hacienda Torre Guil, en Sangonera la Verde. Es la llamada colección Adela Barba, en honor a su última propietaria, una murciana de dinamita que tuvo el buen gusto y la sensatez de conservarla íntegra.
El Gobierno regional ha alcanzado un acuerdo con el actual dueño, que ha cedido treinta y una obras. Quedarán depositadas durante 16 años en el Museo de Bellas Artes (Mubam) para su exhibición. De ellas, siete cuelgan de los muros del colegio de San Esteban en una exposición temporal que inauguró el presidente de la Comunidad, Fernando López Miras.
Son los óleos sobre lienzo o tabla de 'La tentación de Adán y Eva', de la escuela de Martín de Vos, del siglo XVI; 'Santa María Egipciaca', de José de Ribera (1591-1652); 'Virgen con el Niño y ángeles', círculo de Mariano Salvador Maella (1739-1819); 'Virgen con el Niño', maestro de las Medias Figuras, del segundo cuarto del siglo XVI; y 'Retrato del Papa Pío VI', de Pompeo Girolamo Batoni (1708-1787). A estas obras se suman un 'Crucificado' anónimo del siglo XIX y un 'Sagrado Corazón de Jesús Niño', de Francisco Salzillo.
Si la lista impresiona, rebusquemos en la historia que otras piezas atesoraron los González-Conde, sus primeros propietarios, en Sangonera. El edificio perteneció a una antigua y rica familia de regidores y militares, y luego a los marqueses de Villamantilla de Perales.
El marqués era Diego González-Conde, senador del Reino, Gran Cruz de Isabel la Católica, Gentilhombre de Cámara de Su Majestad. Su esposa, Juana García Ruiz de Monsalve, recibió de la Reina Regente María Cristina el marquesado de Villamantilla de Perales. El descendiente directo más conocido de la saga es el actual vicepresidente de la Asamblea Regional, Miguel Ángel Miralles González-Conde.
Su antepasado, el teniente coronel Joaquín González-Conde heredó la finca que producía, por cierto, uno de los mejores aceites de oliva de España. Y también sus tesoros artísticos, que luego legó a su segunda esposa, Adela Barba Mirete, miembro de otra ilustre familia murciana. La primera esposa, Socorro Bermúdez de la Puente, falleció un 26 de abril de 1946. Pero, ¿qué atesoraba realmente la mansión familiar que hoy amenaza con desplomarse?
Durante la Guerra Civil, la finca fue convertida en un cuartel que albergó a mil soldados. Y por la contienda sabemos exactamente qué había en su interior. Lo recogen unas actas fechadas el 17 de octubre de 1936. Prueban el traslado de casi 250 obras de arte desde la histórica torre al Museo de Bellas Artes.
Las actas contienen una relación de «los cuadros, esculturas y enseres entregados para su depósito [...] el día 20 de septiembre de 1936, procedentes de Torre Guil». El documento está firmado por el director del museo, el pintor Pedro Sánchez Picazo, y el alcalde de Murcia, además del llamado «responsable de la incautación», bajo cuyo epígrafe no figura firma alguna.
El interés de estas actas, que se conservan en el actual Museo de Bellas Artes junto a otros papeles de la Junta Delegada del Tesoro Artístico de Murcia, reside en que evidencian la formidable colección que atesoraba la casa-torre.
Respecto a los cuadros, los encargados de su descripción, entre los que estuvo el director y otros destacados artistas, se citan algunos muy curiosos. Así, una 'Adoración' del pintor murciano Pedro de Orrente (1580-1645), varios óleos de la Virgen del Rosario atribuidos a Mateo Gilarte (1625-1675), un 'San Juan Bautista' de Jerónimo Jacinto de Espinosa (1600-1667), un 'Adán y Eva' del flamenco Marten de Vos y otros óleos de Juan de Valdés Leal (1622-1690), Pedro de Moya (1610-1674), José Serrate, Vicente López Portaña y Tomás Yepes (1595-1674).
Más llamativa resulta la interminable y sorprendente lista de obras de la escuela de Murillo, Velázquez, Brueghel, Rubens, Van Dyck, Mengs, Tintoretto, Arrellano y Suárez, junto a otras que los incautadores atribuyeron a las escuelas italiana, francesa y alemana.
Eso sin contar las decenas de piezas que no lograron ser identificadas, como así consta en las actas, y que representaban escenas religiosas, de caza y paisajes, «asuntos históricos», retratos, bodegones y batallas. Casi todas ellas fueron devueltas en 1940, ya concluida la Guerra Civil, a sus antiguos propietarios.
Aquel día, la familia recuperó obras de porcelana del Buen Retiro, de la manufactura creada por Carlos III en 1760 y de cuyos talleres salían creaciones que adornaban el Palacio Real de Madrid. Por último, en el museo se depositaron dos esculturas. Una de la Purísima, advocación a la que estaba consagrada la ermita de Torre Guil, y otra talla anónima, junto a una cruz de nácar de pequeñas dimensiones.
Hoy, por desgracia, la mansión amenaza ruina. En 2016, quien esto escribe y a través de las páginas de LA VERDAD, denunció su estado, lo que provocó que, al menos, el Ayuntamiento de Murcia obligará a retejar y asegurarar sus muros. Ahí quedó la cosa. Ya nadie se acuerda.
Al menos, el heredero de tan formidable patrimonio artístico (salvo la torre, que fue vendida hace medio siglo), Juan Rafael Faus Barba, ha decidido algo insólito en estos tiempos en los que tantos liquidan a buen precio formidables colecciones: permitir que los murcianos volvamos a disfrutar de estos tesoros. Faus ha ofrecido ceder la colección entera a la Comunidad Autónoma. De momento, solo se han recepcionado y restaurado 31 piezas, que serán expuestas para deleite de todos. Es de esperar que el resto sigan tan justo camino pues, por una vez y que cunda el magnífico ejemplo, no perderemos una parte tan valiosa de nuestro pasado. Chapó.
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