
«Que Murcia tenga su Gran Vía, aunque lo arrasemos todo»
La Murcia que no vemos ·
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La Murcia que no vemos ·
La ciudad atesora hoy dos calles con similar denominación, aunque la del barrio del Carmen es la más curiosaReza el dicho popular que cuando un tonto engancha una linde, la linde se acaba y el tonto sigue. Algo similar les pasaba a los ... antiguos concejales murcianos que, empeñados en tener una Gran Vía, hasta nombraron siete. Sin contar las bautizadas solo en proyecto. Y hoy, porque no escarmentamos, aún tenemos dos.
La primera es la Gran Vía dedicada a Francisco Salzillo, esa condenada avenida de medio pelo que arrasó el magnífico plano medieval de la urbe, llevándose a golpe de piqueta casas señoriales, conventos y los célebres baños árabes, cuya protección como monumento nacional para poco sirvió.
La segunda aún permanece en el Barrio, que no es necesario decir cuál es. Venga, El Carmen, para los lectores poco avisados. La calleja, que apenas a eso llega, atesora otra de esas curiosas dualidades de esta ciudad donde al melón lo llamamos melón de año y a la sandía melón de agua. ¿De qué francachela venía (y vendría como vendría) aquél que tuvo la idea de así nombrar tan estrecha vía?
No tiene ni cuatro metros de anchura, ni grandes farolas como las que adornan a su hermana mayor. Farolas donde, por si alguien no se ha dado cuenta, el Consistorio ordenó dedicar y grabar en cada una de ellas los nombres de las pedanías.
La del Carmen, en cambio y por no tener, casi no tiene portales. El sol apenas alcanza a acariciar los adoquines unos minutos al día. Es un calle, de no ser por lo histórica, insulsa como ella sola. Pero ojo: sí tiene su pivote, como no podía ser de otra manera en esta ciudad donde hace años se instalaron ciento cincuenta millones de ellos.
Enrique Culebras, en su libro 'Murcia, paso a paso', sostenía que el nombre auténtico de esta diminuta calle era «Gran Vía del barrio del Carmen». Otros cuentan que recibió tal denominación de los guasones parroquianos que la habitaban, por la estrechez de su calzada. Me lo creo.
Así que Murcia es una ciudad que en la actualidad tiene dos Gran Vía, sin que ninguna de ellas lo haya sido jamás. Pero espérenme, que no quiero quedarme corto. Si escarbamos en la historia, hubo más avenidas con similar y rimbombante nombre. Y todas causaron la risa a los vecinos del común.
Pongo por caso la Gran Vía Alfonso X el Sabio, que unía, como une, la plaza de Santo Domingo y la Circular, vulgo Redonda. En 1964, el Ayuntamiento decidió renombrar aquél nuevo espacio como plaza del Generalísimo. Se aprobó en la sesión del Pleno del 26 de marzo, pues «la ciudad debe perpetuar la ilustre figura de nuestro Caudillo, asignando su glorioso nombre a la mejor y más amplia plaza de Murcia».
Hasta entonces se intentaba llamarla plaza Circular de Alfonso X el Sabio; pero los señores concejales le arrebataron el nombre del Rey, que nadie usaba, en la supuesta inteligencia de que el gran monarca seguiría disfrutando de la adyacente «Gran Vía de Alfonso X el Sabio».
Los murcianos, como era de esperar, continuaron como hasta ahora llamando a la calle, y ahora paseo, solo Alfonso X. Y a correr. Pero no es el único ejemplo de desbarajuste histórico. A la mismísima calle Trapería intentaron renombrarla calle José Antonio Primo de Rivera. Mucho antes, con motivo de la visita de Isabel II, se intentó ponerle el nombre de Príncipe Alfonso, futuro Rey. Nada. El mismo poco éxito tuvo cuando la República la renombró de Fermín Galán, un capitán republicano. Para todos, seguía siendo Trapería.
En 1952, el Ayuntamiento dictaminó que debía llamarse Gran Vía Central y se llevaron el nombre de José Antonio, como contaba el cronista Nicolás Ortega Pagán en su obra 'Callejero murciano', a la avenida que «unirá la plaza de Martínez Tornel con la Gran Vía Norte, donde están las viviendas de Santa María de Gracia». Otra Gran Vía fracasada.
Si nos adentramos más en la historia, hasta el genial Martínez Tornel, el más popular periodista murciano de todos los tiempos, apoyó la descabellada idea de abrir una enorme avenida que atravesara (y arrasara) el corazón urbano.
La propuesta surgió en 1888 por parte de la entonces llamada Comisión Permanente de Policía y Ornato. Tornel dio cuenta de aquella reunión en su célebre 'Diario de Murcia', donde destacó que sería posible que Murcia dispusiera de «una gran vía de primer orden, que atraviese toda la ciudad».
El trazado era para echarse a temblar. Con hasta 30 metros de anchura, arrancaba junto al Teatro Romea y terminaba, arramblando con siglos de historia, en La Glorieta. Al instante surgieron las críticas al proyecto.
Miguel Eduardo Spiteri denunció en 'El Diario' que el proyecto era «ridículo», pues la nueva vía quedaría rodeada de un «sin número de callejas, callejuelas o callejones, todos ellos tortuosos, estrechos, sin salida y anti-higiénicos». Y comparaba la idea con un rico que le regalara una camisa «al más andrajoso de los mendigos». No le faltaba razón.
Pero cuidado. Spiteri no se quedaba corto. Propuso abrir hasta «tres medianas». Eran calles más pequeñas; pero sin duda más dañinas para el callejero medieval murciano.
Menos mal que nadie le hizo caso. Como tampoco se le hizo al alcalde Ceferino Pérez Martín, quien dejó caer en 1918 que la mejor forma de saldar la entonces ingente deuda municipal era solicitar un préstamo a cambio de que «a la entidad que se quedase con él se le otorgara la construcción de una Gran Vía o la traída de aguas».
En 1920, de nuevo, el arquitecto municipal José Antonio Rodríguez proyectó otra Gran Vía, en este caso alineada con la parroquia de San Bartolomé. Total: que después de dar muchos tumbos urbanísticos y derribar no pocos edificios históricos, nuestra querida Murcia tiene dos Gran Vías. Y ninguna de ellas, basta circular por ellas, lo es ni de lejos.
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