![«Una hermandad que canta la Aurora dividida en campanas»](https://s1.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/2023/10/01/184356305--1200x840.jpg)
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Había que echarle coraje, por no escribir otro término en plural. Y mucho. Porque aquellos remotos huertanos, tras bregar de sol a sol con la azada en la mano, una vez superada la fatigosa rutina que imponía el bancal o la cuadra, en lugar de ... dormir su cansancio se echaban de madrugada a los carriles para cantar.
Eran los auroros, las voces remotas de la huerta que aún hoy sobreviven, casi de milagro. Cantan, sobre todo, salves de estrofas octosílabas, culminadas con copla y estribillo, y con diversos estilos según el lugar donde se entonen. Pueden ser de Pasión, dedicadas a la Virgen en sus diversas advocaciones, a los santos y a los difuntos.
Las campanas son el único instrumento que emplean los auroros, como guía de las voces y versos. El otro símbolo es el farol que antaño se utilizaba para iluminar los carriles de la huerta por donde se celebran las llamadas despiertas.
Así se llaman porque el 'hermano despertador', a eso de las once de la noche de los sábados que tocaban, iba de casa en casa convocando al resto de auroros. El ritual era tan estricto como hermoso. Tras llamar a la puerta y decir aquello de «Ave María Purísima», el que estaba dentro respondía el consabido «Sin pecado concebida». «¿Vas a ir a cantar?», preguntaba el 'despertador' llamándolo por su nombre. De esta forma convocaba a todos. Y todos se concentraban a la puerta de la iglesia.
Hasta llegar allí observaban un silencio absoluto. Tanto que, en más de un caso, ni la Guardia Civil que les daba el alto lograba arrancarles una palabra. Durante el resto de la noche y hasta la primera misa del alba entonaban sus salves. De aquella costumbre se mantienen aún las despiertas de la víspera de San José, cuando arranca el ciclo de la Pasión, por la Purísima o en el mes del Rosario, cada domingo.
Los auroros dividen el año en cuatro ciclos litúrgicos: ordinario, Pasión, Difuntos y Navidad. La Navidad engloba los días que separan la Purísima de los Reyes Magos, el tiempo ordinario y el de difuntos se extienden el resto del año, excepto en verano y cuando se celebra el tiempo de Pasión, que engloba la Cuaresma y la Semana Santa.
Los orígenes de los auroros se pierden en la Edad Media, fruto de siglos de convivencia de las tres culturas que disfrutaron estás tierras y, en no pocas ocasiones, llegaron por barco a ellas. Los árabes cantaban para llamar a los fieles a la oración. Y lo mismo hacían los judíos para convocar a los suyos en la sinagoga.
El profesor Flores Arroyuelo, en un artículo de 1988 titulado 'Los Auroros de la Huerta de Murcia', vincula la tradición a las cofradías del Rosario y de la Aurora, las más numerosas en Murcia desde que la Orden de Predicadores llegara a Murcia en 1253.
El compositor Julián Calvo fijaba el origen de estos cantos a finales del siglo XV, aportando como prueba la existencia de una Archicofradía del Rosario, que poseía un órgano, según destaca Norberto López Nuñez en un completo estudio sobre la materia. Calvo, por cierto, fue otro inmenso murciano cuya biografía no se enseña en nuestros colegios, no sea que los chavales aprendan algo.
Abundan los autores que han investigado el origen de la aurora, desde el profesor Muñoz Cortés, que recordaba la «raíz oriental y bizantina», al musicólogo y folclorista riojano Bonifacio Gil, quien aseguraba que «bien puede vanagloriarse esta provincia de poseer un repertorio tan importante como el religioso, lo mismo en variedad que en riqueza melódica, cuyos antecedentes pueden hallarse en el canto gregoriano».
Teoría que completaba el investigador al advertir de que, pese a ello, el origen había que buscarlo en «el cercano Oriente: Siria, que extendió este sistema a los cantos sinagogales». Recordaba Gil que la música originaria de sirios y judíos se había perdido y añadía que «la influencia directa en el Levante español se debe a la forma tonal de los griegos, que en gran parte heredaron de los sirios».
Joaquín Gris, en su artículo 'La aurora murciana, presente y futuro', establece sobre el canto de la Aurora que su contextura melódica, en buena medida, no va más allá del siglo XVIII, «si bien es lógico admitir que existe una evolución constante que puede hacer remontar la técnica de canto y algunas de sus partes mediodías hasta donde se quiera».
A mediados del siglo XVII existía en la ciudad una Cofradía de la Aurora, de nuevo vinculada a la capilla del Rosario de la iglesia de Santo Domingo. Cien años más tarde, en Murcia y sus pedanías, se contaban veinte campanas.
El diario 'La Paz de Murcia', allá por el año 1875, describía a los auroros como «una hermandad que canta la Aurora y se divide en varias campanas». El redactor enumeraba tres: la de San Antolín, la de La Merced «y la campana de la huerta».
Los auroros cantaban entonces todo el año, «cuando la autoridad lo permite (que ahora con disgusto de los aficionados no lo consiente)». Tampoco eran infrecuentes estas prohibiciones. Por ejemplo, de 1684 hasta 1718, que pronto se escribe, los auroros no pudieron cantar por las calles.
A lo largo de la historia hubo auroros legendarios. Los diarios de finales del siglo XIX enumeran a algunos, como Osuna, Ramón Pagán, Viñas, 'El Chaparro' o Perete 'Pantorrillas', el más famoso de todos. Se llamaba Pedro Abellán Moñino, dueño de un afamado merendero cercano a la Ermita de San Antón. Su hijo, apodado 'Nene Pantorrillas', también se convirtió en un auroro legendario. De esta saga proviene, por cierto, el hoy popular bailaor y cantaor Miguel Ángel Montesinos, que igual se apoda.
Sobre su antepasado, en la crónica de una función religiosa escribió Martínez Tornel: «Con sus zaragüelles anchísimos y su manta al brazo, rascándose con rabia la cabeza cuando algún aficionado desentonaba». Eran, en todos los casos sin saberlo, auténticos custodios de una hermosa tradición que perdura.
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