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Muchos murcianos pasan cada día junto a sus remotos muros. Y la mayoría apenas le dedica una mirada. Allá cada cual. Aunque es cierto que ... pocos saben que se trata de una de las capillas más apreciadas del Renacimiento español. Está dedicada al «Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo»; pero se conoce como capilla de Junterones por la lápida que en su fachada dice que «de Junterón es».
El propietario no era cualquiera. Era Gil Rodríguez de Junterón, secretario del Papa Julio II, protonotario de la Santa Sede y, de regreso a Murcia, arcediano de Lorca en el cabildo de la Diócesis de Cartagena.
En el último tercio del siglo XIV se decidió que la catedral tuviera seis dignidades: deán, arcediano de Cartagena, arcediano de Lorca, que era la tercera en importancia; chantre, quien gobernaba el coro; tesorero y maestrescuela, el que enseñaba las ciencias eclesiásticas.
El arcediano estableció su residencia donde hoy se alza el Museo de la Ciudad, antigua Casa de López Ferrer. Enfrente se construiría más tarde el convento de las Agustinas. El edificio, denominado Torre Junterón, fue reconstruido en 1726 por el marqués de Beniel. De tanta historia solo pervive el magnífico huerto ubicado detrás de la casa.
El clérigo adquirió en 1510 un antiguo oratorio gótico de la Catedral, propiedad de la familia de Pedro Saorín. Durante quince años mantuvo el diseño original hasta que en 1525, con fecha 17 de marzo, el Cabildo le concedió licencia para iniciar las obras de una nueva capilla.
Los trabajos debían comenzar en el plazo de dos años y, según el acuerdo capitular, la nueva fábrica propuesta solo podía sobresalir del perímetro de la catedral tanto como la capilla de Los Vélez.
Quizá dirigió las obras el arquitecto Jacobo Torni, quien por aquellos años era maestro mayor del primer templo de la diócesis. A su muerte, en 1526, le sustituyó en el cargo Jerónimo Quijano, que se encargaría de concluir los trabajos.
El catedrático José Miguel Noguera Celdrán destacó en un interesante artículo, en su obra 'Antiguo o moderno' (2013), que la capilla es «uno de los hitos del Renacimiento español, tanto por la riqueza de su programa iconográfico como por su excepcional bóveda». A esta maravilla, de similar forma como a Nuestro Padre Jesús se le llama el Señor de Murcia, se la conoce como «bóveda de Murcia».
Así la bautizó, también llamada «cúpula de Murcia», el arquitecto y tratadista Alonso de Vandelvira (1544-1626) en su 'Libro de trazas de cortes de piedras'. Quijano proyectó una bóveda elíptica «desplegada y vuelta sobre sí misma», de muy difícil descripción para un profano en arquitectura. Casi tan complicado como retratar su belleza. Conviene mejor verla.
Bajo la espectacular cúpula, en la llamada recapilla o parte que excede el perímetro catedralicio, luce un retablo de la Natividad que también cuentan, con dudas, que Quijano labró en mármol de Carrara.
Isaías y San Juan Bautista flanquean ambos lados desde sus hornacinas, junto a las Sibilas, antiguas profetisas de la mitología romana, incorporadas desde San Agustín al cristianismo en la creencia de que habían profetizado la llegada de Cristo.
No son estos detalles menores. Junterón había disfrutado en Roma de la entonces floreciente actividad artística que más tarde se extendería por toda Europa. Él fue testigo privilegiado de aquella revolución. Y es harto probable que conociera a artistas de la talla de Bramante, Rafael o Miguel Ángel. Sin contar que el discípulo de este último, Jacobo Florentín, se convertiría en maestro de obras de la catedral murciana. Además, el arcediano seguro que conoció las modas de enterramiento en boga, que pasaban por la reutilización de sarcófagos romanos.
En octubre de 1998 se produjo un descubrimiento sensacional. Sucedió durante unas obras de restauración del subsuelo de la capilla. Allí hallaron un sarcófago de finales del siglo III, cuyo frontal estaba decorado con un friso con el coro de las nueve musas de las artes y las ciencias. Los laterales, en cambio, fueron reutilizados para tallar el escudo de Junterón y su epitafio.
El arcediano, tras su retorno a Murcia en el año 1521, debió de traerse el que sería su sarcófago mortuorio. Y también atesoraba una fantástica formación intelectual, con no pocos conocimientos de arquitectura que luego emplearía, sin duda, en las obras de su capilla de la catedral. De hecho, en ella se aprecia cierta influencia del proyecto frustrado de Miguel Ángel para el mausoleo de Julio II.
Noguera Celdrán, entretanto, tampoco descarta que la pieza no viniera de Roma, sino de algún antiguo cementerio romano de los que existían en el Reino de Murcia.
La capilla rebosa curiosidades. Como las amenazantes gárgolas talladas en su exterior, donde pueden admirarse dos bustos del emperador Carlos V y la de un Papa, tradicionalmente considerado como Julio II. Sería lo lógico, pues era el señor del arcediano.
En cambio, Alfredo Vera Botí, en su estudio 'Capilla de Junterón. Abecedario para una nueva lectura', sostiene que se trata de Clemente VII. Añadan a eso una sabrosa leyenda: hay quien asegura que en esa capilla está enterrado un Papa. Casi nada. Me guardo los detalles para otra ocasión.
Si la bóveda maravilla, al bajar los ojos al suelo estremece encontrar una lápida, que sirve como puerta de una cripta, y donde sobre una carabela puede leerse: «Aquí viene a parar la vida». Y, como escribiría el genial poeta murciano Ginés Aniorte, también todos sus azares.
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