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Adivinen cuál fue el temor de los nazarenos murcianos hace ahora un siglo justo. Pues sí: la lluvia. Y lluvia tuvo aquella Semana Santa. Pero antes de llegar días de tanta pasión y gozo, las agendas de los murcianos estaban a reventar. De entrada, todos los templos de la ciudad, y a ver cuál con más solemnidad, acogían los ejercicios de Cuaresma. Entre ellos, la Merced, con su Vía Crucis de los viernes; Santa Catalina, que los convocaba los domingos a las tres y media de la tarde; la novena se celebraba en San Juan de Dios en honor al titular del histórico hospital; o San Lorenzo, que daba culto a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.
En San Antolín, entretanto, el 2 de marzo de 1925, primer lunes de Cuaresma, arrancó el quinario dedicado al Cristo del Perdón. Los sermones los pronunciaría el arcipreste de la Catedral José Cerdá Escandell.
Algunas parroquias también acogían los llamados 'Siete domingos de San José'. Eran (y son) unos ejercicios espirituales que se remontan al siglo XVI y que se centran en los misterios de la vida del santo y padre de Cristo. Comienzan siete domingos antes de la festividad del 19 de marzo.
Era tiempo propicio para el ayuno, siguiendo la tradición cristiana instaurada por Jesucristo. Entonces, como ahora, ayuno se guardaba el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. Y abstinencia los mismos días y todos los viernes de Cuaresma. Pero solo estaban obligados los mayores de 21 años (hoy se reduce a 18 años) y hasta que hubieran cumplido 59. Sí, la edad se mantiene. La abstinencia de carne, a partir de los catorce.
La Cuaresma se trocaba bendición en las cocinas murcianas donde crepitaban sabrosos potajes de vigilia, el bacalao y la sardina, la menestra con sus habas frescas, los indispensables alcaciles, con zanahorias y pésoles, que así se llaman los guisantes en esta tierra. Pese a tanta ebullición de actos, la Semana Santa no parecía nada favorable.
Las causas del declive eran varias, según los autores. José Alberto Fernández, en su interesante tesis 'Estética y retórica de la Semana Santa Murciana...' apunta el presidencialismo que afectaba a muchas cofradías. Sin contar que estaban dominadas por las clases conservadoras, poco dadas a atender, ni siquiera escuchar, al pueblo llano nazareno.
Por ejemplo, Joaquín García y García se mantuvo al frente de la Archicofradía de la Sangre desde la última década del siglo XIX hasta el año 1921. Y porque se murió. Pero desde 1903 andaba como senador en Madrid, dejando a un lado su interés por la carmelitana Sangre.
«Deberíamos imponernos el deber ineludible de hablar de nuestras procesiones, de ponderar con todo el valor de nuestra fantasía, las joyas escultóricas que abrigamos». Y ello, en su opinión, atraería a no pocos turistas.
La situación seguía igual en aquella Semana Santa de 1925 cuando 'El Liberal' destacó que Murcia guardaba «un tesoro de arte, una vega espléndida y un clima apacible». Pero apostillaba: «Y sin embargo no se observa la aglomeración que debiera haber. No falta animación. La hay; pero se ven pocos forasteros».
Curiosamente, apenas un cuarto de siglo antes, la Semana Mayor gozaba de un gran predicamento en todo el país. Hasta el extremo de que el 'El Diario de Murcia' publicaría en 1902 que «realmente en España no hay más que dos Semanas Santas: Sevilla y Murcia».
Entretanto, las fiestas de primavera también sufrían esa abulia general. Llevaban dos años sin celebrarse.
Y sin esperanza, como clamaba 'El Liberal' en un artículo publicado el 5 de abril, Domingo de Ramos: «Está tan oscuro, está tan cerrado el horizonte». Un día antes, por cierto, el Rey Alfonso XIII visitaba la provincia.
Previamente, el Viernes de Dolores, quedaban convocadas algunas congregaciones en el convento de Santa Ana, donde se celebraba una procesión con motivo de la festividad. Aunque el arranque de la Semana Santa era el Domingo de Ramos. Por la mañana, la procesión de las palmas. A la tarde, la procesión de la Cofradía de Servitas, según LA VERDAD, «con su ángel de la Pasión y el grandioso grupo escultórico de nuestro imaginero Salzillo, la Virgen de las Angustias».
Lunes Santo salía el Perdón sanantolinero, tras una pequeña lluvia y la Sangre, en su día. El Miércoles Santo de 1925 se celebró un 8 de abril. La archicofradía partió del Carmen a las seis y media. Cuando el paso del Lavatorio comenzaba su estación de penitencia, los estantes resbalaron y el trono casi cayó al suelo. «No hay que lamentar desgracias», apuntó al día siguiente 'El Liberal de Murcia'.
A la Sangre le sucedió la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, anunciando la mañana morá más bella y, por la noche, el cortejo oficial de la ciudad: la procesión del Santo Entierro, con su imponente presidencia, donde desfila casi toda Murcia.
José Alberto Fernández destaca en su tesis cómo las novenas que se convocaban en Cuaresma, lejos de influir una atmósfera fatalista propia del tiempo, «acentuaron valores festivos». Y coloridos y femeninos. El poeta Jara Carrillo escribió en 'El Liberal' que servían para conmemorar a la mujer murciana, quien lucía la tradicional mantilla.
Súmenle a eso otra costumbre no menos festiva: las bandas de música que recorrían la ciudad para celebrar serenatas en la víspera del Viernes de Dolores. ¿Y por quiénes se convocaban? Pues por las muchas imágenes de la Virgen de los Dolores que existían «en hornacinas y viviendas de la ciudad». Por descontado, las redacciones de los diarios murcianos eran también parada obligatoria de estas bandas cuyos miembros, por cierto, allí eran bien convidados. Como establece la ley jamás escrita que regula la generosa tradición murciana.
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