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Llueve a manta. ¿A manta? Estoy contemplando caer del cielo lo que un huertano llamaría «la fin del mundo», que siempre se invoca en femenino ... por estos lares. Y ahora recuerdo, mientras padezco el inevitable atasco que causan nuestras tormentas, cuántas palabras relacionadas con el agua están a punto de extinguirse. Una pena.
Nuestros cauces siempre fueron un inmenso sistema circulatorio que garantiza la vida. Así definió con acierto Díaz Cassou el entramado hidráulico que convirtió la huerta murciana en una de las más aclamadas del mundo. Y la analogía es tan precisa que si el cuerpo humano tiene su corazón, la huerta disfruta de la Contraparada; y si aquel bombea sangre pura a las venas, esta hace lo propio con el agua clara, que más tarde recoge en sus peculiares venas para renovarla. Harto estoy ya de contarlo. Pero nada.
Junto a tan fantástico sistema se han conservado durante siglos términos populares que hoy, por desgracia, comienzan a incrementar la nómina de vocablos murcianos en peligro de extinción. Pongo por caso las denominaciones de esas arterias: acequias, brazales y regaderas, que ya pocos saben distinguir.
No menos sugerentes son los nombres de los cauces que conforman las venas: azarbetas, meranchos y azarbes. O el vocablo 'comío', término aún vigente y que designa «una metida en un terreno, madera o tejido». ¿Y qué me dicen de las bardomeras, las brozas de arrastre de las riadas?
En lo tocante al agua no tenemos fin. Piensen en el verbo capuzar, tesoro de nuestra Región, que se mantiene fresco en el habla de las gentes y sorprende a los extraños cuando descubren que significa «meter a alguien de cabeza en el agua». ¿Y llamarle melón de agua a la sandía y melón de año al melón?
Esta riqueza lingüística no se inventó ayer. Como el lema 'Agua para todos', cuyo origen tantos pocos avisados atribuyen a estos tiempos, pero ya podía leerse en las arengas de los huertanos del siglo XIX contra los señoritos o 'churubitos' que les rentaban las tierras. Busquen ustedes referencias en una de las mejores hemerotecas españolas, la del archivo municipal de Murcia, y verán si miento o no.
Esa riqueza hunde sus raíces en el latín romano, del que no poco se nutre, y se enriqueció luego con el romance mozárabe y mudéjar, más tarde bien sazonados por los cristianos aragoneses y, sobre todo, por los repobladores catalanes.
Huelga esribir que alrededor de 1325 Ramón Muntaner, quien algunos cacarean como padre de la identidad nacionalista catalana y todas esas peplas (otro término en desuso), escribió en el capítulo XVI de su 'Crónica' que los habitantes de la ciudad de Murcia, del gran Reino de Murcia, ojo, «hablan el más bello catalán del mundo».
¿Cómo se les queda el cuerpo? Pues como a muchos cuando degustan el pan con tomate supuestamente catalán; pero que tantos murcianos almorzaban, pues eran pobres como ratas y no tenían otra cosa que almorzar, en las obras del metro allá por los años 20 del siglo pasado. Sumen a eso a tantos andaluces que, siendo gentes hermanas y de buen comer, harían lo propio.
Pero volvamos a lo que nos ocupa, por tener la fiesta en paz. El vocabulario relacionado con el agua no puede ser más rico. Desde «regar a manta,» que consiste en inundar el bancal del tirón, hasta la llamada «tanda» o turno que tienen los agricultores para hacer lo propio, en tantas veces de madrugada.
Eran tiempos en que la llamada «cola del agua» se disputaba entre quienes esperaban insatisfechos (o bien eran 'gomiosos', otra palabra para el recuerdo) a pie de bancal. Así se denominaba al agua que quedaba en los cauces tras el riego. Y aún algunos recuerdan aquella coplilla que rezaba: «El cura y el alcalde, me han dado una nota, que la cieca y los mozos, no 'trallan' cola. Yo no lo entiendo, pero las mozas dicen: vaya un empreño».
Supongo, pícaro lector, que se refería no a lo que usted y yo pensamos, sino a la segunda acepción de la palabra que recoge la Academia: «Empreñar: Causar molestias a alguien».
Otras palabras subsisten, tales como brazal, ceña o brenca, que es el poste que sujeta los tablachos en las acequias. También se utiliza para describir alguna parte de la anatomía humana que no viene al caso. O monda, la limpieza de los cauces y de los cementerios en desuso. O tablacho, compuerta que corta la corriente del agua y, por extensión, acción que uno adopta cuando quiere zanjar cualquier cosa. «Hasta ahí aguanté: le eché el 'tablao'». Y eso hago yo con este artículo.
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